INSTRUCCIONES
PARA DESPERTAR
A mí no me cayó por la
madriguera: me la cavaron ellos.
El conejo blanco daba clases
de inglés y de confianza. Pronunciaba future perfect como quien promete
algo inevitable. “You will have left”, decía, y yo pensaba que hablaba de mis
padres, no de mí. Tenía catorce años, la mochila llena de cuadernos y esa
hambre tonta de que alguien, por fin, me mirara como si yo fuera especial. Me
miró él.
No me llevó al País de las
Maravillas de los cuentos, sino a otro con la misma lógica absurda: aquí abajo
las reglas cambiaban cada minuto y siempre perdía yo. Las pociones no te hacían
crecer ni encoger, solo olvidar. Cambié los deberes por pastillas, las tardes
de parque por habitaciones sin ventanas, los “vuelve pronto” de mi madre por
“no la esperes”.
Conocí a sus amigos: ratas con
reloj de oro, cerdos con coche de alta gama, orugas que fumaban cosas que no
venían en ningún cuento. Todos insistían en llamarme “princesa”, como si esa
palabra, repetida lo suficiente, tapara sus manos, sus ojos, su asco. No eran
monstruos de fantasía, eran hombres con trabajo, hijos, alianzas marcadas en el
dedo.
Mi inocencia no la perdí: me
la robaron. Mi dignidad, esa sí, un día se tiró por su propio agujero; dijo que
estaba cansada de dormir en suelo ajeno.
Ahora tengo dieciséis y un
corazón que late a dos ritmos. Él lo llama “mercancía”. Dice que cuando nazca
lo venderá a una de esas parejas desesperadas que lloran en clínicas privadas.
Lo dice como quien vende un coche de segunda mano. Habla de “oportunidad”,
“negocio”, “contactos”. Nunca dice “crimen”.
A veces deseo que la Reina de
Corazones exista de verdad y me ordene callar para siempre. Pero aquí no hay
reinas, solo dueños. Y en este país no admiten chicas adultas: a los dieciocho
te “despiertan”.
Lo único que no sabe el conejo
blanco es que llevo semanas ensayando mi propio despertar. No sé si será una
denuncia, una huida o un incendio. Solo sé que, cuando abra los ojos de verdad,
el País de las Maravillas se quedará, por primera vez, sin su niña preferida. Y
entonces, que se las arreglen sin magia.
«La ventaja de escribir desde
la experiencia es que te da detalles que jamás se te habrían ocurrido, por muy
rica que sea tu imaginación. Y la precisión en la descripción es algo por lo
que todo escritor debería luchar.» (Esto lo ha dicho Christopher Paolini, de 42
años justos y a quién le deseo que cumpla muchos más, tantos como para tener la
experiencia que tengo. Y no, no tengo abuela)
Hoy hubiese cumplido 81 años pero se quedó como un "pajarito" con 46.
Pols de matinada
Quan el veig al portal, amb la pandereta penjant-li cansada
del canell, sé que la nit s’ha acabat. No porta drogues ni promeses, només
cançons mig rovellades i un somriure que desafina.
—Toca’m una vida nova —li demano.
Ell sacseja el silenci, i del
soroll en surten records que encara fan mal: aquella platja, el primer porro,
el primer adeu.
Ballaria, però em quedo quieta.
Algú ha de recollir les restes
del concert.
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