TRAS DE TI
Como se creen las maldiciones de familia: en voz baja, pegadas a la oreja, sin derecho a réplica.
—Después de ti no hay nada —le susurraba él, rozándole el cuello, como si fuera una promesa y no una amenaza.
Cuando
se fue, esperó el fin del mundo.
No llegó.
Llegó, en cambio, la nevera ordenada, el pijama de algodón, los domingos de supermercado y series a medio ver. Llegó la cama enorme donde ya nadie invadía su lado, la almohada seca, el móvil sin fuegos artificiales a las tres de la mañana.
La vida siguió. Una vida de respirar sin perder el aliento: facturas domiciliadas, café templado, mensajes que decían “¿todo bien?” y que sí, todo estaba bien, qué remedio. Un trabajo estable, conversaciones inofensivas, planes previsibles. Paz, sí. De la que aprieta el pecho. Sosiego del agrio, de ese que sabe a rendición.
A veces, al colgar la ropa en el tendedero, notaba el hueco exacto donde antes encajaba su caos. Le dolía menos el recuerdo que el silencio. Menos él que la versión apagada de sí misma que había elegido para sobrevivirle.
Pasaron meses. O años. Da igual: se le fue borrando su perfume, pero no la frase.
Después de ti no hay nada.
Una noche, frente al espejo del pasillo, se vio con las manos manchadas de harina, el pelo recogido de cualquier manera, los ojos cansados pero limpios. Detrás de ella, solo el pasillo en penumbra. Delante, esa mujer que no conocía del todo.
—Mentira —murmuró, casi divertida—. Después de ti hay esto.
Se señaló a sí misma: las cicatrices, el miedo, el hartazgo, la calma torpe, las ganas pequeñas que todavía no se atrevía a nombrar.
No era la vida brillante que había imaginado.
Era otra. Tranquila, sin riesgo, sí. A ratos aburrida, a ratos triste. Pero era suya.
Por primera vez entendió el título de aquella historia que llevaba años escribiendo sin darse cuenta.
No era “Después de ti no hay nada”.
Era “Tras de ti estoy yo”.
«Todas las cosas ya han sido dichas; pero como nadie escucha, hay que empezar de nuevo» (De ahí que las cosas, sobre todo las males, se vuelven a repetir; quién dijo la frase, André Gide, nació el 22 de novembre de 1869 para ser premio nobel de literatura en 1947)
El 22 de noviembre de 1997 decidió que con 37 años ya tenía bastante de la vida para morirse. Menos mal que tod@s no pensamos igual.
Abans que passés el tren
Em vas dir que el destí érem nosaltres dos, no les estrelles. A la plaça, la pluja feia de banda sonora. Vaig agafar-te la cara amb les dues mans, com si el món s’aguantés allí.
—Encara que ho trenquin tot —vas murmurar—, no sabran on som.
Quan les sirenes van començar a udolar, ningú ens va veure córrer. Vam deixar darrere la ciutat, les factures, les pors heretades. A l’andana, abans que passés el tren, vaig pensar que potser exageràvem. Després em vas besar com qui es juga la vida i vaig entendre que separar-nos hauria estat tragèdia.
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