- Manolo, Manolo, despierta -ordenó la mujer a la vez que con la mano zarandeaba el cuerpo inmóvil del hombre que dormía a su lado.
- ¿Eh? ¿qué pasa? ¿qué pasa? -respondió un atribulado y semi-inconsciente Manolo.
- ¿Te has fijado en el techo?
- ¿En el techo? ¿Qué le pasa al techo?
- Se está levantando la pintura. Tendremos que arreglarlo.
- ¿Y para eso me despiertas? -dijo con evidente enfado Manolo mientras se giraba dándole la espalda dispuesto a continuar con su descanso.
- Son las nueve de la mañana.
- Si pero hoy es domingo.
- Antes los domingos, a estas horas, siempre estábamos haciendo el amor. Y bien despierto que estabas.
- ¡Pero Irene, si lo hicimos ayer noche! -exclamó Manolo incorporándose definitivamente en la cama.
- ¡Ay Manolo, cómo eres! ¡Siempre contando las veces que haces las cosas! ¡Anda vuélvete a dormir!
- No, ahora no. Ya me he despertado del todo y no tengo ganas de dormir. Si quieres lo hacemos.
- Mira que le pones un entusiasmo ¡Así no me apetece! -dijo Irene cruzándose de brazos.
- ¿Y qué te apetece?
- Pues que hagamos lo de antes: que nos apasionemos haciendo el amor a cualquier hora y en cualquier lugar, que durmamos desnudos y abrazados, que me lleves a pasear a la playa por la noche en verano mientras que me cojes de la mano (o la cintura) que me sorprendas llevándome a un sitio increible a cenar mientras me cuentas mil historias, que soñemos juntos ante una chimenea en invierno ajenos a la tormenta de nieve, que nos miremos a los ojos y se nos llenen de lágrimas de emoción, que vayamos al cine, al teatro, a la ópera, a cualquier antro. Eso es lo que quiero no la aventura -Irene subrayó la palabra aventura- de los días en que nos vemos estas últimas semanas: quedarse a comer o a cenar en este apartamento que se cae de viejo, estirarse en el sofá a ver la tele e irse a dormir pronto.
- ¡Joder Irene que he llevado unas semanitas de trabajo! -protestó Manolo.
- Si, ésta semana y la anterior y la otra y la de más allá. Llevas un año así. Nuestra relación se parece cada día más a un matrimonio.
- Irene no me machaques, por favor.
- ¿Que no te machaque? Muy bien -el tono de Irene era amenazante- Vamos a hacer una cosa: como somos casi un matrimonio y yo no quiero jugar a ser tu mujercita...
- Irene que conste que has empezado tu con el arreglo del techo -cortó Manolo- Piensa lo que vas a decir
- Vale he empezado yo y me lo he pensado muy bien, pero como no quiero ser tu cónyuge, te levantas, te vistes y sales por esa puerta y te vas a casa con tu mujer y tus hijos que hoy dan el Barça por la tele.