Aquél era un mundo sin muertos por guerras, era un mundo con ejecuciones sumarias por la crisis. Los misiles habían sido sustituidos por la calificación de activos y los ejércitos por agencias de rating. Eduardo Fonseca, excatedrático de economía, era reo de aquella situación después de que lo condenasen en un juicio rápido. Habiendo agotado toda posibilidad de apelación, esperaba ahora su muerte en la horca. Lo colgarían al amanecer en la plaza de la prisión que se abriría a todo aquél que quisiera contemplar el ajusticiamiento del penado. Y no era solo por una cuestión de escarmiento público, sino porque en aquél mundo ese era uno de los pocos espectáculos que podían darse tras el cierre de las televisiones, públicas y privadas, que no pudieron aguantar la escalada de la crisis cuando se quedaron sin anunciantes. Internet había sido prohibido por los gobiernos que trataban de evitar a toda costa la publicidad de sus métodos.
En las horas previas a su ejecución Eduardo Fonseca pensaba en qué le había llevado hasta allí. Sabía que estaba en el punto de mira de las agencias de calificación desde que dijo que la manera que los hombres solucionaban sus crisis económicas era mediante la guerra. “Esta” –decía- “provoca destrucción y muerte. Cuando acaba, se necesita reconstruir y mano de obra para ello, hay trabajo para todos y se reactiva la economía. En una sociedad como la nuestra en que se rechaza la atrocidad de la guerra, para solucionar las crisis se ofrecen créditos a un interés desmedido a países que para devolverlos endeudan a generaciones y generaciones de sus ciudadanos. En consecuencia, se crea una sociedad de esclavos y todo ello con la inestimable complicidad de las agencias de rating”. Poco tiempo después de esas declaraciones, a Fonseca le abrieron un expediente en que perdió no solo su Cátedra sino su trabajo en la Facultad de Económicas. Abrió un despacho en el que se ganaba la vida con el asesoramiento fiscal y financiero a todo aquél que necesitase sus servicios. Como alcanzó cierta fama en el sector, las agencias de calificación no se olvidaron de él y prosiguieron su persecución. Además sus teorías claramente contrarias al orden económico establecido seguían teniendo adeptos y eso era peligroso.
Ocurrió que la crisis arreciaba y las ciudades se llenaban de parados. No había suficientes recursos para mantenerlos. Los políticos que gobernaban, directamente elegidos por las agencias de calificación, temieron por su seguridad. Por eso se urgieron a encontrar una solución que descubrieron en endurecer sus leyes penales. Dictaron que cualquier infracción de tipo económico sería considerada alta traición y, por lo tanto, el que la cometiese sería condenado a muerte. De paso, la medida serviría para hacer disminuir el desempleo, justificaron. Rápidamente se apresaron y ejecutaron a los que intentaban evadir metálico por la frontera, a los que pagaban con dinero negro, a los que no pagaban impuestos sin que les sirviese de eximente o atenuante la carencia de recursos económicos y, sobre todo, a los que criticaban públicamente el nuevo orden socio-económico.
A Fonseca lo trincaron porque un cliente le había abonado sus servicios regalándole diez pares de zapatos cuando le confeccionó la declaración del I.R.P.F. Fonseca escondió ese pago en especie a la Agencia Tributaria y solo la delación de su cliente sirvió para condenarlo.
Con ritmo cansino recorre, uno tras otro, los escasos metros que le conducen al cadalso. Vino gente de todas partes, pero él prefiere mirar sus zapatos. Diez escalones le separan ahora del sitio donde va a morir.
Jaja muy bueno el tema para tal día como hoy;)
ResponderEliminar¿Quieres decir que es un buen tema CHARO ? Mira que lo acaban colgando y eso debe doler cantidad...
ResponderEliminarY quién no anda un poco colgado en este tema hoy en día, y cuantos hay que deberian estarlo.....
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