El argumentario que utilizamos como reclamo para conseguir ventas puede llegar a límites más que aceptables cuando se trata de airear miserias. Aquí existe una tendencia “quasi” universal a divulgar las propias. Esa técnica puede ser eficaz como contacto inicial del que compra, pero hay que manejarla con mucha habilidad ya que corremos el peligro de aburrir a nuestros y nuestras interlocutores si piensan que ya han hurgado suficientemente en ellas. Si queremos mantener el interés de quién nos lee, tendremos que exprimirnos las neuronas para intentar darle a los hechos de nuestra existencia, el toque escabroso que el comprador o compradora demanda. Cuanto más tormentosa sea la experiencia, más éxito se tendrá de público como si se cumpliese una regla matemática universal de la desdicha.
Y es que la felicidad no vende. Si ponemos un hecho agradable a duras penas merecerá un comentario que, generalmente, será un lacónico: “Que bien. Me alegro mucho por ti”. Como mucho pondrán exclamaciones a esas palabras para darles mayor fuerza“¡¡!!” y algún que otro “emoticono” al uso “;-)” . No obstante, habremos perdido un comprador o compradora.
Los traficantes de vidas propias suelen caer muchas veces en el gregarismo. Generalmente se juntan en grupúsculos de intereses similares y, los miembros que pertenecen a él, van explicándose su existencia cotidiana basada en la desgracia y que gira, fundamentalmente, sobre un mismo eje. Amores y desamores. Un círculo vicioso que finalmente acaba por el aburrimiento del colectivo que se disgrega a los miembros hacia otros colectivos de igual espíritu desgraciado pero con otros integrantes a los que les acabaremos escribiendo las calamidades de siempre.
Ahora bien si buscamos el éxito comercializando con vidas, dónde se obtiene éxito seguro, es aireando las ajenas. Los dardos lanzados al corazón de las existencias ajenas son alimento codiciado. Y el máximo éxtasis, donde se reclutan legiones de seguidores es cuando los enfrentamientos, las trifulcas se hacen públicas. Nos encanta observar como nos despellejamos. Disfrutamos contemplando la provocación, la reacción y el desenlace. Si ese resultado es desagradable, mejor. Si leemos en las páginas de los y las provocadores y provocadoras, de esos y esas que hacen del desprecio a los demás cosa de comercio, están a rebosar de comentarios y es que, tenemos una tendencia a creer que el pendenciero o pendenciera se rendirá ante nuestras palabras. Craso error. Si le entramos “al trapo” o sin él, recibiremos el castigo a nuestra osadía. Y así seguirán, renovándose en el improperio, renegando de los programas de televisión como Gran Hermano, La Casa de tu vida o, la madre de todos ellos, “Sálvame” pero mirándolos de reojo, no porque crean que les han copiado el guión, sino para nutrirse de nuevas ideas.
Y ya solo me quedan las excepciones. Los que no venden ni un lápiz o, ya que estamos en el medio, ni un bite. Esas páginas son las que se dedican al puro placer de escribir, al mimo de la palabra, al arte de comunicar. Son verdaderas joyas literarias, anónimas y que lo seguirán siendo por mucho tiempo ya que no nos acercamos a ellas. Al menos, no lo suficiente. Comentamos poco en ellas. No nos interesan esas emociones ¿o tal vez no las entendemos? Da igual. Seguirán existiendo porque, como decía el poeta, “podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía"
Gracias por tus reflexiones. Tan urgentes. Tan necesarias. Tu eco entra al corazón aún cuando el mundo ame sus tapones de oídos.
ResponderEliminarNo pretendo llegar al mundo. Conque llegue al de los míos tengo suficiente: ellos nunca utilizarán tapones, ni se taparán los ojos ante algo que diga o escriba. Aunque no les guste.
ResponderEliminarUn abrazo Lisardo...