ALEXANDRA I D'ESPANYA
El rey demérito era famoso por sus aventuras amorosas. No había ciudad, pueblo o aldea en su reino donde no hubiera dejado alguna huella de su pasión. Su esposa, la reina demérita, lo sabía y lo toleraba con resignación. Después de todo, ella también tenía sus propios secretos. Y sus propios amantes.
Un día, el rey leyó en un libro que tenía una hija secreta de cuarenta y pocos años, fruto de una de sus escapadas. En el libro figuraba quién era con todo lujo de detalles, hasta le daba el nombre y la dirección de la señora.
El rey se quedó perplejo. ¿Cómo era posible que tuviera una hija secreta y no lo supiera? ¿Quién era la madre? ¿Qué pretendía el autor del libro? ¿Sería una trampa o una broma? ¿O una trampa y una broma?
Decidió averiguarlo por sí mismo. Sin decirle nada a nadie, se disfrazó de campesino y se dirigió a la dirección indicada en la carta. Era una humilde casa en las afueras de la capital. Llamó a la puerta y le abrió una joven de belleza deslumbrante. Tenía el pelo moreno, los ojos azules y una sonrisa encantadora. El rey se quedó sin aliento. Y sin palabras.
-¿Sí? -preguntó la joven.
-Buenos días, señora. Soy un mensajero del demérito. Traigo una carta para usted.
-¿Para mí? ¿Del demérito? -se sorprendió.
-Sí, señora. Es muy importante. Por favor, ábrala.
La sujeta cogió la carta con curiosidad y la abrió. Era del rey demérito. En ella le decía que era su padre y que quería conocerla. Le pedía que fuera al palacio al día siguiente y que no le dijera nada a nadie.
La señora no podía creer lo que leía. ¿Su padre era el rey demérito? ¿Cómo era posible? ¿Quién era su madre? ¿Por qué se lo decía ahora?
Miró al mensajero con incredulidad.
-¿Esto es verdad? -preguntó.
-Sí, señora. Es verdad -respondió el demérito disfrazado.
-¿Y usted quién es?
-Soy un simple mensajero. No sé nada más.
-Pues muchas gracias por traerme esta carta. Es... es increíble.
-No hay de qué, señora. Me alegro de haberle dado una buena noticia.
-Bueno... supongo que sí. Gracias de nuevo.
-De nada. Hasta mañana.
-Hasta mañana.
El rey demérito se despidió y se marchó. Estaba confundido y emocionado a la vez. La señora era una madura estupenda y se parecía mucho a él. No cabía duda de que era su hija. Pero ¿quién era la madre? ¿Y por qué le había ocultado su existencia?
Al día siguiente, el rey demérito esperaba impaciente en su despacho a que llegara su hija secreta. Había ordenado que la llevaran directamente a verlo, sin avisar a nadie más. Quería hablar con ella a solas y explicarle todo.
Cuando la vio entrar por la puerta, se levantó de su silla y fue a abrazarla.
-Hija mía -dijo-. Qué alegría verte.
-Padre -dijo ella-. Qué sorpresa conocerte.
-Perdóname por haberte ocultado tanto tiempo. No sabía de tu existencia hasta ayer.
-Yo tampoco sabía de la tuya hasta ayer.
-¿Quién es tu madre?
-Eso iba a preguntarte yo.
El rey se quedó helado. ¿Cómo era posible que ella tampoco supiera quién era su madre?
-¿Cómo que no sabes quién es tu madre?
-No lo sé, padre. Nunca me lo dijeron -repitió la joven.
-¿Quién te crió?
-Mi abuela. Ella me dijo que mi madre murió al darme a luz y que mi padre era un desconocido.
-¿Y tu abuela dónde está?
-Murió hace dos años. Desde entonces vivo sola.
-Lo siento mucho, hija. Debes de haber sufrido mucho.
-No te preocupes, padre. He sido feliz con lo poco que tenía.
-Eres muy valiente, hija. Y muy generosa.
-Gracias, padre. Tú también eres muy bueno y muy noble.
El rey demérito se sintió conmovido por las palabras de su hija. Era evidente que ella no sabía nada de sus escándalos amorosos ni de sus problemas políticos ni de sus complicaciones con Hacienda. Era una señora que parecía sincera. El demérito se preguntó si debía contarle la verdad o dejarla en la ignorancia.
Decidió contarle la verdad. Pensó que era lo mejor para ella y para él. Quería que su hija supiera quién era y qué esperaba de ella.
-Hija, tengo que decirte algo muy importante -dijo el rey demérito.
-Dime, padre -dijo ella.
-Tu madre no murió al darte a luz. Tu madre está viva.
-¿Qué? -exclamó la joven.
-Sí, hija. Tu madre está viva y es... la reina demérita.
-¿La demérita?
-Sí, hija.
-Pero... pero... ¿cómo es posible?
-Es una larga historia, hija. Una historia de amor y de traición.
-¿De amor y de traición?
-Sí, hija. De amor y de traición. Tu madre y yo nos enamoramos hace muchos años, cuando éramos jóvenes e imprudentes. Nos casamos en secreto y tuvimos una noche de pasión. De esa noche naciste tú.
-Pero... pero... ¿por qué no me lo dijisteis?
-Porque no pudimos, hija. Porque al día siguiente descubrimos que nuestro matrimonio era ilegal y que nuestro amor era prohibido.
-¿Ilegal y prohibido? ¿Por qué?
-Porque éramos hermanos, hija. Hermanos de sangre. Así hemos salido todos.
La joven se quedó petrificada. No podía creer lo que acababa de oír. Su padre era su tío y su madre era su tía. Su vida era una mentira.
-Pero... pero... ¿cómo es posible? -repitió.
-Es posible porque somos hijos del mismo padre, pero de diferentes madres. Nuestro padre fue el anterior monarca. Él tuvo muchos hijos con muchas mujeres, pero solo reconoció a dos: a mí y a tu madre. Nosotros no lo supimos hasta que fue demasiado tarde.
-Pero... pero... ¿qué hicisteis entonces?
-Nos separamos, hija. Nos separamos y nos casamos con otras personas. Yo me casé con una princesa que me encontraron por ahí, y tu madre se casó con el príncipe Carlos de Gales. Pero nuestros matrimonios fueron infelices y sin amor. Yo seguí buscando el amor en otras mujeres, y tu madre siguió buscando el amor en otros hombres.
-Pero... pero... ¿y yo? ¿Qué hicisteis conmigo?
-Te dejamos al cuidado de tu abuela materna, hija. Ella te crió como si fueras su propia nieta y te protegió del mundo. Nunca le dijimos quiénes éramos ni dónde estábamos. Solo le pedimos que te guardara el secreto hasta que fuera el momento adecuado.
-Pero... pero... ¿cuándo iba a ser el momento adecuado?
-Ahora, hija. Ahora es el momento adecuado. Ahora que tu abuela ha muerto y que yo estoy viejo y enfermo. Ahora que necesito una heredera legítima para mi trono y que tú eres la única que puede ocuparlo.
-Pero... pero... ¿por qué yo? ¿Por qué no otro de tus hijos?
-Porque los demás son bastardos, hija. Bastardos sin derechos ni reconocimiento ¡Ya verás cuando se enteren qué risas! Tú eres la única que nació de un matrimonio válido, aunque fuera ilegítimo. Tú eres la única que tiene sangre real por las dos venas. Tú eres la única que puede ser reina.
-Pero... pero... ¿y la gente? ¿Qué dirá la gente cuando sepa la verdad?
-No se enterará, hija. No se enterará de nada. Y si se entera no pasará nada porque yo soy el que trajo la democracia a este país. Diremos que eres mi hija legítima y que tu madre murió al darte a luz. Nadie se atreverá a cuestionarlo. Y si alguien lo hace, lo silenciaremos.
-Pero... pero... ¿y tú? ¿Y tu esposa? ¿Y tu conciencia?
-No te preocupes por mí, hija. Yo ya no tengo conciencia, se perdió hace mucho tiempo. Mi esposa me odia y yo la odio a ella. Lo único que me importa es que reines en lugar de la reina que hay ahora que no puede ni verme.
-Pero... pero... ¿y yo? ¿Y mi felicidad? ¿Y mi libertad?
-Tú serás feliz, hija. Serás feliz porque tendrás todo lo que quieras y más. Hacienda no se meterá contigo, regatearás, esquiarás y tendrás todo varón que te propongas sin que nadie te juzgue. Y el pueblo hará ver como que te respeta y si no el gobierno decretará que nadie hable mal de ti. Serás feliz porque yo seré feliz de que seas la reina en lugar de la actual reina.
El demérito abrazó a su hija con fuerza y le besó la frente.
-Confía en mí, hija. Confía en mí y en nuestro destino. Juntos haremos historia.
La joven se dejó abrazar y besar por su padre. No sabía qué pensar ni qué sentir. Solo sabía que su vida había cambiado para siempre. Y no precisamente para mejor.
"No
insistas en el pasado, no sueñes con el futuro, concentra tu mente en el
momento presente" (Buda, se transformó el 27 de abril del 483 a. de C. Tiene tantas frasoplones que hasta le crearon una religión para él)
I que compleixis molts més dels 76 d'avui. Quines ganes tenia de felicitar-te María de la Mar Bonet!.
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