sábado, 6 de mayo de 2023

 HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE


No había otra noticia en todos los medios de comunicación del mundo más que la coronación de un rey que nunca quiso ser rey. Se trataba de Carlos, el nuevo monarca de Grande Pestaña, un país que se llamaba así porque tenía una forma parecida a una pestaña y porque sus habitantes eran muy presumidos.

Carlos tenía más de 70 años y vivía muy bien a la sombra de su madre, la reina, haciendo todo aquello que le gustaba hacer es decir, nada. Le gustaba dormir hasta tarde, ver la televisión, jugar al golf y coleccionar sellos. No tenía ninguna responsabilidad ni ninguna ambición. Era feliz siendo un inútil.

Pero un día, su madre se murió después de un reinado muy largo y le tocó a él ser el rey porque no había nadie más. Su madre había tenido muchos hijos, pero todos habían renunciado al trono por diversos motivos: unos se habían casado con personas inadecuadas, otros se habían metido en escándalos o en negocios turbios y otros simplemente se habían aburrido de ser príncipes.

Así que Carlos se encontró con una corona en la cabeza y una nación a sus pies sin saber qué hacer ni cómo hacerlo. No le gustaba la idea de ser rey, pero tampoco podía negarse. Era el destino.

La coronación fue una ceremonia muy solemne en la catedral con la presencia de muchas monarquías del mundo y los gobiernos amigos de Grande Pestaña. Todos querían ver al nuevo rey y felicitarlo por su ascenso al trono. Carlos se sintió muy incómodo y nervioso durante todo el acto. No sabía cómo comportarse ni qué decir. Se limitó a seguir las instrucciones del arzobispo y a sonreír forzadamente.

Cuando le pusieron la corona en la cabeza, sintió un peso enorme sobre sus sienes. Pensó que le iba a estallar el cráneo. Se preguntó si aquello era una broma o una pesadilla. Miró a su alrededor y vio las caras serias y expectantes de todos los invitados. Nadie se reía ni le hacía ningún gesto de complicidad. Era real.

Entonces se le ocurrió una idea para romper el hielo y hacer reír a la gente. Se levantó de su trono y dijo en voz alta:

- Queridos amigos, estoy muy emocionado por este día tan especial. Quiero daros las gracias por vuestra presencia y por vuestros regalos. Me han gustado mucho todos, especialmente el que me ha mandado el presidente de Estados Unidos: un libro titulado "Cómo ser un buen rey en 10 pasos". Lo he leído esta mañana y me ha parecido muy útil e instructivo. De hecho, he seguido algunos de sus consejos y creo que me han funcionado muy bien. Por ejemplo, el paso número uno dice: "No te pongas nervioso". Y yo no me he puesto nervioso en ningún momento. Bueno, solo un poco cuando he visto que la corona era demasiado grande para mi cabeza y que me quedaba como un sombrero ridículo. Pero eso no es nada grave, ¿verdad? Solo hay que ajustarla un poco y listo.

Carlos esperaba que su broma provocara las risas y los aplausos de los asistentes, pero no fue así. Lo único que consiguió fue un silencio sepulcral y unas miradas de incredulidad y de reproche. Nadie se había tomado bien su intento de humor. Al contrario, lo habían considerado una falta de respeto y una muestra de su incompetencia.

Carlos se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo pero no le importó lo más mínimo. Al contrario, se sintió orgulloso y satisfecho de haber dicho aquello. Le pareció divertido y original.

No le preocupaba lo que pensaran los demás ni lo que le pasara a su país. Él siempre había hecho lo que le decía su mujer, que nunca fue aceptada por la familia real de Grande Pestaña porque era de origen plebeyo.

Su mujer se llamaba Carmen y era una peluquera que conoció en una de sus escapadas del palacio. Se enamoró de ella al instante y se casó con ella en secreto. Carmen le daba consejos y Carlos la obedecía en todo.

Carmen fue la que le sugirió que hiciera la broma en la coronación y la que le animó a ser él mismo y a no dejarse influir por nadie. Carmen fue la que le dijo que no se preocupara por el baile y que disfrutara de la fiesta. Carmen fue la que le dio un beso y un abrazo cuando terminó el acto.

Carmen era la única persona que lo quería y lo entendía.

Después de la coronación, hubo un banquete en el palacio real con todos los asistentes. Carlos tuvo que sentarse en el lugar de honor y escuchar los discursos de los demás jefes de estado que le deseaban lo mejor y le ofrecían su apoyo y su colaboración. Carlos no entendía nada de lo que decían ni le interesaba lo más mínimo. Solo quería escapar de allí y volver a su vida anterior.

Pero no pudo hacerlo. Era el rey y tenía que cumplir con su deber. Tenía que gobernar un país que no conocía ni le importaba. Tenía que representar a una institución que no respetaba ni admiraba. Tenía que ser el símbolo de una nación que no quería ni amaba.

Durante el banquete, no pudo evitar burlarse de algunos de los invitados y hacer comentarios sarcásticos e irónicos sobre sus discursos. Se preguntaba cuándo terminaría aquello y si podría irse a dormir pronto. No tenía ganas de hablar con nadie ni de fingir que se divertía. Estaba cansado y hastiado.

Pero su calvario no había acabado todavía. Después del banquete, había previsto un baile en el salón principal del palacio. Carlos tenía que abrir el baile con la primera dama de su país, una mujer joven y guapa que se llamaba Sofía y que era su esposa desde hacía unos años.

Carlos no quería bailar con Sofía ni con nadie. No le gustaba bailar ni sabía hacerlo bien. Prefería quedarse sentado en un rincón y observar a los demás desde la distancia. Pero eso no era posible. Tenía que cumplir con el protocolo y mostrar una imagen de unidad y de armonía con su consorte.

Así que se levantó de su asiento y se dirigió hacia Sofía, que le esperaba sonriente en el centro del salón. Le tendió la mano y la invitó a bailar con él. Sofía aceptó encantada y se dejó llevar por Carlos hasta la pista de baile.

La música empezó a sonar y Carlos intentó seguir el ritmo con torpeza. No sabía qué hacer con sus pies ni con sus manos. Se sentía ridículo y cohibido. Sofía, en cambio, se movía con gracia y elegancia. Parecía disfrutar del baile y de la compañía de Carlos.

- ¿Te lo estás pasando bien, querido? -le preguntó Sofía al oído.

- Sí, claro -mintió Carlos.

- Me alegro mucho. Estás muy guapo hoy.

- Gracias. Tú también estás muy guapa.

- ¿Te gusta mi vestido?

- Sí, es muy bonito.

- Me lo compré ayer especialmente para esta ocasión.

- Ah, qué bien.

Carlos no sabía qué más decir ni cómo seguir la conversación. No le interesaba nada el vestido de Sofía ni nada de lo que ella pudiera contarle. No sentía ningún afecto ni ninguna atracción por ella. Solo era su esposa por conveniencia y por obligación porque era de la nobleza más rancia del continente.

Sofía tampoco sentía nada por Carlos ni lo quería. Solo estaba con él porque, al contrario que Carlos, a ella le gustaba ser reina y tener poder y prestigio. Como sabía que a Carlos ella tampoco le importaba, tenía varios amantes que la satisfacían y la mimaban.

Sofía se mordió el labio para contener una sonrisa y siguió bailando con Carlos sin decir nada más.

El baile duró unos minutos eternos para Carlos y unos minutos placenteros para Sofía. Cuando terminó, Carlos se despidió rápidamente de Sofía y se alejó de ella sin mirarla a los ojos.

Sofía se quedó sola en medio del salón, sintiéndose triunfante y poderosa.

Carlos se dirigió hacia el rincón donde estaba Carmen, su verdadera mujer, que lo esperaba con una sonrisa pícara y traviesa. Le dio un beso apasionado y le susurró al oído:

 - ¿Qué tal te ha ido, mi rey?

- Muy bien, mi reina -respondió Carlos con ironía.

- ¿Has hecho lo que te dije?

- Sí, he hecho la broma en la coronación y me he burlado de todos en el banquete.

- ¿Y qué tal ha salido?

- Genial. Los he dejado a todos boquiabiertos y enfadados. Ha sido muy divertido.

- Me alegro mucho. Eres el mejor.

- Gracias. Tú también eres la mejor.

- ¿Y qué tal el baile con la otra?

- Un rollo. No he podido quitármela de encima.

- Pobrecito. No te preocupes, ya estoy yo aquí para consolarte.

- Eso espero.

Carlos cogió a Carmen de la mano y la llevó a una habitación apartada del salón. Allí se encerraron y se entregaron al amor con pasión y locura.

Carlos era el rey más infeliz del mundo. Y el más imprudente. Porque no sabía que su baile con Sofía había sido grabado por una cámara oculta y que su escapada con Carmen había sido descubierta por un espía. Al día siguiente, las imágenes de su infidelidad se difundieron por todos los medios de comunicación del mundo, causando un escándalo mayúsculo.

Carlos tuvo que enfrentarse a las consecuencias de sus actos: la indignación de su pueblo, la ira de su familia, la decepción de sus aliados, la demanda de divorcio de Sofía y la posibilidad de una revolución que acabara con su reinado. Pero como sabían que eso era lo que quería Carlos lo condenaron a ser rey hasta su muerte.

“El secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes” (Maximilien Robespierre, autor de la frase y hombre ilustrado. Nacido el 6 de mayo de 1758 nunca perdió la cabeza, al contrario de lo que le sucedió a much@s ilustres personajes de su época)

Y la canción que viene a continuación ha cumplido 53 años, como muchas mujeres americanas. Estic fins a les mateixes de què no es parli d'una altra cosa en tots els mitjans de comunicació i des de fa uns dies que de posar-li una corona a un inútil.


 

 

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