DE LA PLAZA DE TOROS AL PALACIO DE GOBIERNO Y EL MINISTERIO DE CULTURA
Había una vez un torero llamado Vicente, que era conocido en toda España por su valentía en la plaza de toros. Pero lo que pocos sabían es que Vicente tenía una gran ambición: quería llegar al poder político.
Un día, Vicente se encontró con un político que estaba buscando un candidato fuerte para su partido y que fuera muy español. Vicente no lo pensó dos veces y se presentó como el hombre perfecto para el trabajo. El político, sorprendido por la audacia del torero, decidió darle una oportunidad. “Además, pensó, este ha entrado a matar y aquí conviene cargarse a un@s cuant@s”
Y así fue como Vicente empezó su carrera política. Gracias a su carisma y a su habilidad para engañar a la gente, logró convertirse en vicepresidente de la Comunidad. Pero eso no fue suficiente para él. Quería más poder.
Entonces, Vicente decidió que era hora de dar un golpe de estado, algo a lo que estaban acostumbrados los miembros de su partido. Reunió a un grupo de seguidores fieles y se dirigió al palacio presidencial. Pero cuando llegó allí, se dio cuenta de que no había nadie. Resulta que el presidente estaba de vacaciones en el Caribe.
Sin embargo, Vicente no se rindió. Decidió que, mientras esperaba al presidente, podría hacerse cargo de su trabajo temporalmente. Así que se autoproclamó presidente y empezó a dar órdenes a diestro y siniestro.
Pero lo que Vicente no sabía es que ser presidente no era tan fácil como parecía. Pronto se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo gobernar un país. Y para empeorar las cosas, su falta de experiencia política empezó a generar problemas en la economía y en las relaciones intercomunitarias.
Finalmente, el presidente regresó de sus vacaciones y Vicente fue destituido de su cargo. Pero en lugar de volver a la plaza de toros, decidió que su verdadera vocación era la cultura. Así que se presentó como candidato a ministro de cultura y, para sorpresa de todos, fue elegido.
Pero como era de esperar, su mandato como ministro no fue mucho mejor que su breve época como presidente. En lugar de invertir en políticas culturales, se dedicó a organizar corridas de toros en los teatros y a enseñar a los niños cómo torear en lugar de cómo leer y escribir. Así que como castigo por su mal hacer le cortaron las dos orejas y el rabo para que de esa manera no pudiera hacer más tropelías con sus conciudadanas.
Y así termina la historia del torero que llegó a ser vicepresidente y ministro de cultura. Una historia que nos recuerda que, a veces, la ambición puede llevarnos a lugares inesperados, pero no siempre a los que deseamos, ni salir cómo deseamos: sin orejas ni rabo.
"La pasión por el cargo entre los miembros del Congreso es muy grande, si no es absolutamente vergonzoso y avergüenza enormemente las operaciones del Gobierno. Crean oficinas por parte de sus propios votos y luego tratan de llenar ellos mismos" (Bueno, esto lo dijo uno que llegó a presidente de los EE.UU., James Knox Polk, así que sabía de que iba esto. Dejó el mandato por cuestiones ajenas a su voluntad el 15 de junio de 1849... como solía ocurrir en aquél País)
Hoy hubiese cumplido 82 años Harry Nilsson el hombre que me hizo llorar a mares con solo escuchar la canción del vídeo: "Sin tí". ¡Quins records, mare meva!
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