jueves, 22 de junio de 2023

EL ABISMO EXISTENCIAL

El océano es vasto, oscuro e implacable. Su inmensidad y su profundidad no perdonan. A medida que el submarino descendía hacia el legendario Titanic, aquellos cinco millonarios, embriagados por el deseo de aventura y poder, apenas podían imaginar el destino que les esperaba.

Habían pagado una exorbitante suma de 250.000 dólares cada uno para sumergirse en las profundidades del Atlántico y visitar los restos de aquel coloso hundido. El opulento submarino, dotado de todas las comodidades que el dinero podía comprar, era un refugio del mundo exterior, un microcosmos donde aquellos hombres de negocios y sus egos inflados podían coexistir, ajenos al sufrimiento y a la miseria que asolaban a tantos.

El mundo allá arriba, en la superficie, continuaba girando, indiferente al capricho de aquellos hombres acaudalados. Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, en las costas del Mediterráneo, cientos de personas desesperadas embarcaban en precarias embarcaciones, arriesgando sus vidas en busca de una vida mejor, huyendo de la guerra, el hambre y la opresión.

El contraste entre estos dos mundos era abismal, como si los dioses del destino hubieran jugado una cruel broma a la humanidad. El lujo del submarino, la ambición de sus ocupantes y la indiferencia de la sociedad contrastaban con la desesperación, el miedo y la humanidad de aquellos que luchaban por sobrevivir en un mar hostil y traicionero.

Y entonces, sin previo aviso, el destino decidió cobrar su precio. Una tormenta subterránea, un error humano, una falla en los sistemas del submarino: la causa era irrelevante. Lo que importaba era el resultado: el submarino y sus cinco ocupantes desaparecieron en el abismo oceánico.

La noticia se propagó rápidamente y la maquinaria del poder se puso en marcha. Medios humanos y materiales se movilizaron en una búsqueda desesperada y costosa. Helicópteros, barcos, equipos de rescate, todos convergieron hacia el último rincón conocido del submarino perdido.

El mundo entero parecía conmoverse ante la tragedia de aquellos millonarios desaparecidos. Pero, ¿dónde estaba esa misma compasión, ese mismo esfuerzo, cuando se trataba de salvar a aquellos cientos de personas que se ahogaban en el Mediterráneo? La ironía de la situación era palpable, una burla a la cara de la humanidad.

Y así, en ese abismo existencial, donde el lujo y la miseria se encontraban, donde la indiferencia y la compasión luchaban por prevalecer, se revelaba la naturaleza de la humanidad. Un reflejo de nuestras prioridades, de nuestros valores y de nuestras acciones. Un espejo que nos mostraba lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Porque, al final, el verdadero abismo no era el océano que se tragó al submarino y a sus ocupantes, sino el abismo que separaba a la humanidad de sí misma. Un abismo que nos condenaba a todos a naufragar en un mar de indiferencia y egoísmo, mientras el mundo seguía girando, ajeno a su propia tragedia.

 “La muerte de un hombre es solo una muerte, la muerte de dos millones es una estadística” (Erich Maria Remarque, nació el 22 de junio de 1898 y a él también se le atribuye esa frase que viene al pelo con el relato de hoy. También dicen que la pronunció -con alguna variación- Stalin, pero como no nació tal día como hoy, le toca a Remarque)

Y que cumplas muchos más de los 70 de hoy, parece que fue ayer pero ya sabes lo que dicen "tempus fugit". Bona nit a tots inclosos als pàries que moren ofegats diàriament en les costes de l'anomenat món occidental sense que ni se'ls dediquin cinc minuts en les notícies.


 

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