lunes, 5 de junio de 2023

LA HIJA DE ARTEMISA


Había una vez, en la ciudad de Éfeso, una joven llamada Cintia, que era la hija del rey Androclo y la reina Hipólita. Cintia era una muchacha hermosa y valiente, que amaba la naturaleza y los animales. Su madre le había enseñado a cazar con arco y flecha, a montar a caballo y a curar las heridas. Su padre le había enseñado a gobernar con justicia y sabiduría, a respetar las leyes y a defender su pueblo.

Cintia tenía un secreto: era la hija de Artemisa, la diosa de la caza y de los bosques. Su madre Hipólita era una sacerdotisa de Artemisa, que había concebido a Cintia por obra de un rayo divino que le había enviado la diosa. Por eso, Cintia tenía una conexión especial con Artemisa y con sus criaturas. Podía hablar con los animales, sentir sus emociones y pedirles ayuda. También podía invocar el poder de la luna, que era el símbolo de Artemisa.


Cintia vivía feliz en Éfeso, una ciudad próspera y culta, que albergaba uno de los siete maravillas del mundo antiguo: el templo de Artemisa. El templo era un edificio majestuoso, construido con mármol blanco y adornado con columnas y esculturas. En su interior se guardaba la imagen sagrada de la diosa, una estatua de madera cubierta de joyas y vestidos. El templo era el centro de la vida religiosa y social de Éfeso, donde se celebraban fiestas y rituales en honor a Artemisa.


Un día, Cintia recibió una visita inesperada: un joven llamado Leandro, que venía de Mileto, una ciudad vecina. Leandro era el hijo del rey Mileto y la reina Cirene. Leandro era un muchacho apuesto y audaz, que amaba el mar y los viajes. Su padre le había enseñado a navegar con destreza y a comerciar con otras tierras. Su madre le había enseñado a cantar con dulzura y a tocar la lira.

Leandro tenía un motivo: venía a pedir la mano de Cintia en matrimonio. Su padre Mileto quería hacer una alianza con Androclo para fortalecer sus reinos frente a las amenazas externas. Leandro había visto a Cintia en una ocasión y se había enamorado de ella a primera vista. Por eso, había aceptado la propuesta de su padre y había viajado hasta Éfeso con una comitiva de nobles y regalos.

Cintia recibió a Leandro con cortesía y curiosidad. Le mostró su ciudad y su templo. Le habló de su vida y sus aficiones. Le escuchó con atención y simpatía. Le encontró atractivo e interesante. Pero no se sintió enamorada de él.

LEANDRO: Cintia, mi amada, ha llegado el momento de que cumplamos nuestro destino. Hace tiempo que te admiro. Te ofrezco mi mano y mi corazón. Dime que sí, Cintia. Dime que serás mi esposa y mi reina.

CINTIA: Leandro, mi amigo, no puedo darte lo que me pides. No puedo ser tu esposa ni tu reina. No puedo compartir tu lecho ni tu trono. No puedo atarme a ti ni a nadie.

LEANDRO: ¿Qué dices, Cintia? ¿Cómo puedes rechazar mi amor? ¿Cómo puedes negarte a la felicidad y al honor que te ofrezco? ¿Cómo puedes despreciar mis sentimientos y mis deseos?

CINTIA: No te rechazo ni te desprecio, Leandro. Te aprecio y te respeto. Pero no te amo ni te deseo. Mi corazón y mi cuerpo no son tuyos ni de ningún otro hombre. Son de Artemisa, la diosa de la caza y de la castidad.

LEANDRO: ¿Artemisa? ¿Qué tiene que ver Artemisa con nosotros? ¿Acaso no sabes que es una diosa pagana y cruel? ¿Acaso no sabes que su culto está prohibido y perseguido? ¿Acaso no sabes que su ley es contraria a la naturaleza y a la razón?

CINTIA: Sí lo sé, Leandro. Y no me importa. Artemisa es mi diosa y mi madre. Ella me ha enseñado a ser libre e independiente. Ella me ha enseñado a cazar y a cuidar de los animales. Ella me ha enseñado a ser virgen y casta.

LEANDRO: ¡Pero eso es una locura, Cintia! ¡Eso es una aberración! ¡Eso es una ofensa a los dioses verdaderos y a los hombres mortales! ¡No puedes vivir como una salvaje en el bosque! ¡No puedes renunciar al amor y al matrimonio! ¡No puedes negarte a dar vida y descendencia!

CINTIA: ¡No es una locura ni una aberración ni una ofensa, Leandro! ¡Es una elección y un derecho! ¡Yo puedo vivir como quiera y donde quiera! ¡Puedo renunciar a lo que no me interesa ni me satisface! ¡Puedo negarme a lo que no me corresponde ni me conviene!

LEANDRO: ¡No, Cintia, no puedes! ¡No te lo permitiré! ¡No dejaré que sigas con esta farsa! ¡No dejaré que sigas con esta rebeldía! ¡No dejaré que sigas con esta infamia!

CINTIA: ¿Y qué vas a hacer, Leandro? ¿Vas a obligarme a ser tuya? ¿Vas a vengarte de mí por no quererte? ¿Vas a hacerme sufrir por herirte?

LEANDRO: Sí, Cintia, eso haré. Te obligaré a ser mía por la fuerza. Me vengaré de ti por despreciarme. Te haré sufrir por humillarme.

CINTIA: Pues ven si te atreves, Leandro. Ven y enfréntate a mí. Pero recuerda que soy la hija de Artemisa y que tengo su protección. Recuerda que ella castiga a los que se atreven a violar su ley. Sígueme hasta el bosque y búscame si puedes.

Y diciendo esto, Cintia cogió su arco y sus flechas y salió corriendo hacia el bosque, seguida por sus perros. Leandro cogió su espada y su escudo y salió tras ella, seguido por sus hombres.

Así fue como Cintia y Leandro se enzarzaron en una persecución por el bosque, que duró varios días y varias noches. Cintia se escondía entre los árboles y los arbustos, guiada por los animales. Leandro la buscaba entre las sombras y los senderos, guiado por sus hombres.

Cintia disparaba sus flechas contra Leandro y sus hombres, hiriéndolos o matándolos. Leandro lanzaba su espada contra Cintia y sus perros, hiriéndolos o matándolos.

Cintia se burlaba de Leandro y le llamaba cobarde e impotente. Leandro insultaba a Cintia y le llamaba loca e insolente.

Cintia le pedía a Artemisa que la ayudara y la salvara. Leandro le pedía a Afrodita que lo ayudara y lo bendijera.

Pero ni Artemisa ni Afrodita escucharon sus plegarias. Artemisa estaba ocupada en otras cuestiones más importantes. Afrodita estaba divertida con el espectáculo de los amantes desdichados.

Así fue como Cintia y Leandro se cansaron de luchar y de huir, de odiarse y de amarse, de vivir y de morir.

Así fue como Cintia y Leandro llegaron al final del bosque, donde se alzaba el templo de Artemisa.

Allí se encontraron frente a frente, solos, heridos, exhaustos.

Allí se miraron a los ojos, tristes, arrepentidos, enamorados.

Allí se abrazaron con fuerza, dulces, tiernos, apasionados.

Allí se besaron con fuego, ardientes, locos, desesperados.

Allí se entregaron el uno al otro, plenos, felices, dichosos.

Allí murieron juntos, unidos, eternos, inmortales.

Así termina esta historia, que nos cuenta cómo Cintia y Leandro se amaron y se odiaron en Éfeso, la ciudad de Artemisa.

"Tan pronto como la tierra se ha convertido en una propiedad privada, el terrateniente exige una parte de casi todos los productos que el trabajador pueda producir o recoger en ella" (Adam Smith, 5 de junio de 1723 le puso filosofía a la economía ¿o fue al revés?)

Y que cumplas muchos más de los 54 de hoy ...  y hasta la vuelta.  Un dilluns estrany: en els pròxims dies, més mitologia. Ho dic per si a algú no li agrada. Petonets.


 

 

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