LA FORTUNA ES CAMBIANTE
Había una vez en el pequeño pueblo de San Andrés, pegado al mar, un hombre que era conocido por todos como "El Antón". Había nacido y crecido en el lugar, y desde muy joven decidió dedicarse a la noble labor que su padre y su abuelo habían realizado antes que él: pescar. Sin embargo, un día, la armonía en su vida fue perturbada.
El Antón era un hombre de costumbres, y como buen pescador, tenía su lugar predilecto en el mar donde solía lanzar sus redes. Pero una mañana, después de varias horas de lucha contra las olas y el viento, Antón regresó a casa con las redes vacías. Pensó que era mala suerte, un mal día, nada más. Sin embargo, a medida que los días se convertían en semanas, y las semanas en meses, se hizo evidente que los peces que antes nadaban abundantemente en sus aguas predilectas, habían desaparecido.
La noticia corrió como la pólvora en el pueblo. La gente murmuraba sobre la mala suerte de El Antón, y los más viejos del lugar sacudían la cabeza con preocupación. El mar, que siempre había sido un manantial de vida, se había convertido en un desierto.
El Antón, que siempre había sido un hombre de acción, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. No era solo su sustento lo que estaba en juego, sino su forma de vida, su identidad. Así que, con la determinación que solo puede dar la necesidad, decidió encontrar una nueva manera de ganarse la vida.
Tras mucho pensar, recordó una vieja tradición de su abuelo. Cuando el mar se volvía escaso, su abuelo recurría a la tierra. El Antón decidió hacer lo mismo. Con la ayuda de la comunidad, transformó su viejo barco en un improvisado huerto y empezó a cultivar verduras y hortalizas.
Los primeros meses fueron duros. La tierra era tan extraña para él como el mar para un granjero, pero con paciencia y esfuerzo, poco a poco comenzó a ver resultados. Las semillas que había plantado empezaron a crecer y a dar frutos.
El Antón había encontrado una nueva forma de vida, pero no olvidó el mar. Cada día, al terminar su labor con la tierra, se sentaba en la orilla y miraba las olas, recordando los días en que las redes volvían llenas.
Con el tiempo, su huerto floreció y aunque no podía compararse con la abundancia del mar, le proporcionó lo suficiente para vivir. Y lo más importante, le permitió permanecer en el lugar que amaba, cerca del mar que aún esperaba volver a llenarse de vida.
"El
hombre no deja de jugar porque se hace viejo. Se hace viejo porque deja de
jugar" (George Bernard Shaw vino al mundo el 26 de julio de 1856, le dieron el Nobel de literatura en 1925 -como no podía ser de otra manera- y se fue jugando, jugando a los 94 años)
Ni es un sacrificio escuchar esta también aunque sea de Elton John... ¡qué voz!
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