viernes, 28 de julio de 2023

EL CREPÚSCULO DE LOS DÍAS: UNA HISTORIA DE NOSTALGIA Y SERENIDAD ANTE EL PASO DEL TIEMPO

 

En la vastedad de mi mente, una rueda gigantesca gira, eternamente tejida de recuerdos y sueños. El tiempo, ese implacable artesano, pulsa su telar invisible, entrelazando los hilos dorados del ayer con los grises del hoy, y las hebras aún inciertas del mañana. A medida que la rueda gira, siento la arenilla del tiempo deslizándose por entre mis dedos, y me doy cuenta de que estoy envejeciendo.

Envejecer es como un amanecer inverso. El sol que una vez brilló con fuerza en el cenit de mi vida, ahora se desliza lentamente hacia el horizonte, bañándome con los colores cálidos y suaves del crepúsculo. Mis días, antes llenos de ruido y color, empiezan a silenciarse, a teñirse con el suave sepia de la nostalgia.

Siento en mis huesos el filo helado del invierno, el crujir de las hojas secas que antaño fueron verde y tierna primavera. Como un viejo roble, mi corteza se ha endurecido, mi tronco se ha torcido y mis raíces se han aferrado más profundamente a la tierra. Pero dentro de mí, la savia aún fluye, quizás más lenta, pero siempre constante, siempre viva.

Mi cuerpo es como una casa vieja, con sus paredes descascarilladas, sus vigas que crujen con el viento, su techo que deja pasar la lluvia. Pero en cada grieta, en cada mancha de moho, en cada madera astillada, hay una historia. Cada arruga en mi piel es un mapa de las vidas que he vivido, de los amores que he conocido, de las batallas que he luchado.

Mis ojos, cansados pero aún brillantes, miran hacia atrás, hacia los días de juventud y fervor. Veo las imágenes de mi vida, de momentos de risa y de lágrimas, de victorias y derrotas, de encuentros y despedidas. Son como espejismos en el desierto, tan reales en mi mente y tan distantes en el tiempo.

Envejecer me recuerda a un río que se adentra en el océano. Mis aguas, que una vez fueron rápidas y furiosas, ahora fluyen con calma, con la sabiduría y la serenidad que sólo los años pueden aportar. Cada día que pasa, me acerco un poco más a la inmensidad del mar, a la unión con el infinito.

Pero en medio de este ocaso de la existencia, encuentro belleza. En la tranquilidad de mis días, en la profundidad de mis pensamientos, en la riqueza de mis recuerdos. Envejecer es un arte, el arte de dejar ir, de aceptar, de comprender. Es el arte de vivir, en su forma más pura y esencial.

Y así, con cada giro de la rueda, yo celebro. Celebro la juventud que fue, la vejez que es, y todo lo que vendrá después. Porque en cada amanecer y en cada ocaso, en cada primavera y cada invierno, en cada río y cada océano, hay una belleza única e irremplazable. Así es la vida. Así es envejecer.

“Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios, una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón (Silvina Ocampo del 28 de julio de 1903, escritora argentina y, por lo que parece, gimnasta y acróbata. Ignoro si murió del corazón)

Y así lo cuenta y lo canta Joni Mitchell en el video de abajo.  Aquesta cançó usa la metàfora d'un carrusel del temps per a capturar la sensació poètica que créixer és un cicle natural i constant.




 

 

 

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