viernes, 15 de septiembre de 2023

 BARCELONA NO SE RINDE


En un 15 de septiembre de añejas añoranzas, en el año de gracia de 1714, la antigua y amurallada ciudad de Barcelona se veía envuelta en un velo de incertidumbre y desasosiego. Los ecos de batallas y disputas resonaban en sus calles adoquinadas, mientras el viento, cargado de un aroma a libertad destrozada, susurraba en los oídos de sus moradores. La inminente llegada del duque de Berwick, general al servicio del rey Felipe V, se cernía como una amenaza sobre el Consejo de Ciento, la venerable institución de autogobierno municipal.

En las estancias del palacio del Consejo, un grupo de hombres, ancianos y sabios, se reunían en un ambiente cargado de solemnidad. Sus rostros, marcados por el paso del tiempo y las vicisitudes de la vida, reflejaban la preocupación que se había apoderado de sus corazones. Allí se encontraba el honorable Joan Ramon, presidente del Consejo, cuya mirada profunda y cansada denotaba la carga de una responsabilidad que trascendía las fronteras de su propio ser. A su lado, el venerable Conseller en Cap, cuya barba blanca y espesa parecía emular la sabiduría de los antiguos filósofos. Les acompañaban otros miembros ilustres del Consejo, hombres de pluma, de espada y de comercio, todos ellos unidos por el amor a su tierra y determinados a defender su legado.

La tarde caía sobre la ciudad, y con ella, el rumor del bullicio ciudadano se desvanecía lentamente. En ese momento crucial, cuando las sombras se alargaban y el futuro se presentaba incierto, las puertas del palacio se abrieron de par en par, anunciando la llegada del duque de Berwick. Vestido con su imponente uniforme militar, el general irradiaba una autoridad que no admitía discusión. Su rostro enérgico y decidido parecía haberse forjado en el fragor de innumerables batallas, mientras que su mirada fría y penetrante revelaba el desdén que sentía hacia aquellos que osaban desafiar su poder.

—Buenas tardes, excelencias —pronunció el duque con una voz impregnada de un sutil desprecio—. Lamentablemente, he venido a poner fin a vuestra noble empresa. A partir de este momento, el Consejo de Ciento de Barcelona queda abolido.

Un silencio sepulcral se apoderó de la sala, como si las palabras del duque hubieran despojado al aire de su capacidad para moverse. Joan Ramon, con la dignidad intacta, se adelantó y, con voz firme pero cargada de tristeza, respondió:

—Excelencia, no podemos aceptar tal decisión sin luchar. El Consejo de Ciento es la encarnación de nuestro autogobierno, de nuestra historia, de nuestra identidad como barceloneses. No renunciaremos a él sin ofrecer resistencia.

El duque sonrió con desdén y respondió con una voz que destilaba arrogancia:

—Vuestra lucha es inútil, señores. La voluntad del rey no admite réplica. Vuestras tradiciones y vuestro orgullo serán aplastados bajo el yugo de la monarquía.

Un murmullo de indignación recorrió la sala, pero Joan Ramon, con la serenidad de un antiguo guerrero, tomó la palabra una vez más:

—Excelencia, sabed que aunque podáis arrebatarnos nuestro Consejo, nunca podréis arrebatarnos nuestra memoria. El espíritu de Barcelona siempre prevalecerá, y tarde o temprano volveremos a recuperar nuestra libertad y nuestra dignidad. No os engañéis, excelencia, vuestra victoria es efímera, y vuestro poder es ilusorio.

El duque frunció el ceño y, con un gesto de impaciencia, ordenó a sus soldados que rodearan a los consejeros.

—Basta de palabras, señores. Ha llegado la hora de la acción. Os arresto por traición al rey y os conduzco a la prisión de la Ciudadela. Allí pagaréis por vuestro atrevimiento.

Los soldados se abalanzaron sobre los consejeros y los sujetaron con fuerza. Joan Ramon y sus compañeros no opusieron resistencia, sino que se dejaron llevar con la cabeza alta y la mirada serena. Mientras salían del palacio, el presidente del Consejo se volvió hacia el duque y le dijo con una voz que resonó en toda la sala:

—Recordad, excelencia, que Barcelona no se rinde. Barcelona resiste. Barcelona vive.

"Cada edad de la vida es nueva para nosotros; no importa cuántos años tengamos, aún nos aqueja la inexperiencia" (No puedo estar más de acuerdo con François de La Rochefoucauld, que aunque nació tal día como hoy pero de 1613, sabía de lo sorprendente que puede ser el comportamiento humano)

Ric Ocasek hace hoy 4 años que se fuea la habitación de al lado. No se llevó a su mujer modelo que aparece en el vídeo hablando acaloradamente con él. Tal vez discutían sobre lo que le debía decir a su segunda esposa con la que aún continuaba casado. La veritat és que li va conduir pel camí de la perdició d'aquestes que ens agradaria a molts.



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