EL ÚLTIMO AMANECER
La madrugada del 27 de septiembre de 1975 era fría y oscura. En las cárceles de Carabanchel, Burgos y Barcelona, cinco hombres esperaban su destino con resignación y dignidad. Eran los últimos condenados a muerte por el régimen franquista, acusados de pertenecer a organizaciones armadas que luchaban contra la dictadura. Tres de ellos eran militantes del FRAP y del PCE (m-l), José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz. Los otros dos eran miembros de ETA, Juan Paredes Manot, alias Txiki, y Ángel Otaegui.
Los cinco habían sido juzgados en consejos de guerra sumarísimos, sin garantías procesales ni derecho a una defensa adecuada. Sus abogados habían presentado recursos de súplica al general Franco, pero éste los había rechazado con un simple “enterado”. La presión internacional y las protestas populares no habían logrado detener la maquinaria represiva del Estado. El dictador quería dar un escarmiento a la oposición y demostrar su poder en los últimos días de su vida.
Los presos fueron trasladados en furgones blindados a los lugares donde iban a ser ejecutados por fusilamiento. En Hoyo de Manzanares, cerca de Madrid, se levantó un improvisado paredón en el campo de tiro de la Guardia Civil. Allí fueron llevados Baena, Sánchez Bravo y García Sanz, custodiados por un fuerte dispositivo militar. En Barcelona, Txiki y Otaegui fueron conducidos al campo de la Bota, donde se habían realizado numerosas ejecuciones durante la guerra civil y la posguerra. Un pelotón de soldados les esperaba con sus fusiles cargados.
Los condenados no tuvieron oportunidad de despedirse de sus familias. Tampoco pudieron pronunciar sus últimas palabras ante el pelotón. Solo les quedaba el consuelo de saber que morían por una causa justa, la libertad de su pueblo. Algunos llevaban en sus manos un puño de tierra o una ikurriña, símbolos de su identidad y su lucha. Otros gritaron consignas revolucionarias o levantaron el brazo en señal de victoria.
A las nueve menos cuarto de la mañana, se oyeron las descargas que acabaron con sus vidas. Los cuerpos sin vida cayeron al suelo, manchando de sangre la tierra. Los verdugos recogieron los casquillos y se marcharon sin mirar atrás. Los cadáveres fueron trasladados a los depósitos judiciales, donde se les practicó la autopsia. Luego fueron entregados a sus familiares, que los velaron con dolor y rabia.
La noticia de las ejecuciones se difundió rápidamente por todo el país y el mundo. Miles de personas salieron a las calles para expresar su repulsa y su solidaridad con los fusilados y sus familias. Se produjeron enfrentamientos con las fuerzas del orden, que reprimieron duramente las manifestaciones. Hubo decenas de heridos y detenidos, y algunos muertos más. El Gobierno declaró el estado de excepción y reprimió con dureza cual atisbo de protesta.
La comunidad internacional condenó enérgicamente los fusilamientos y tomó medidas diplomáticas contra el régimen franquista. Varios países retiraron a sus embajadores o rompieron relaciones con España. La ONU aprobó una resolución que exigía el fin de la pena de muerte y el respeto a los derechos humanos en España. El Vaticano expresó su profundo dolor por las ejecuciones y pidió una reconciliación nacional.
Los cinco fusilados pasaron a la historia como los últimos mártires del franquismo. Su sacrificio no fue en vano, pues contribuyó a acelerar el proceso de transición democrática que se iniciaría tras la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975. Su memoria sigue viva entre quienes les conocieron y les quisieron, y entre quienes siguen luchando por una España más libre, justa y solidaria.
«Ni la constitución más sabia ni las leyes más sabias asegurarán la libertad y la felicidad de un pueblo cuyos modales son universalmente corruptos» (Samuel Adams, no sé en qué o quiénes estaría pensando cuando dijo lo que dijo, pero ya por el 27 de septiembre de 1722 ya se sabía hasta dónde podían llegar las leyes)
Y que cumplas muchos más de los 39 de hoy y no te preocupes porque, en breve vayas a entrar en una edad complicada. Todas lo son pero las sobrellevamos. En la meva època adolescent em va encantar un western crepuscular protagonitzat per un dels grans: Dustin Hoffman. El seu títol era "El petit gran home". Avui el cowboy de la gestoria catalana ha protagonitzat, com tantes altres vegades, un remix d'aquesta pel·lícula però amb un altre titol: "El petit, però molt petit, home"
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