EL TRABAJO ES EL REFUGIO DE LOS QUE NO TIENEN NADA QUE HACER
Era una tarde gris y lluviosa en la ciudad. El tráfico era intenso y los peatones se apresuraban a buscar un cobijo bajo los paraguas y los toldos. En una de las calles más céntricas, se alzaba un edificio antiguo y elegante, con una placa dorada que decía: “Despacho de abogados García y Asociados”. Allí trabajaba Carlos, un joven abogado que se había incorporado hace unos meses al prestigioso bufete.
Carlos era un hombre ambicioso y trabajador, que soñaba con hacerse un nombre en el mundo jurídico. Se pasaba las horas en su despacho, revisando expedientes, redactando informes y preparando casos. No tenía tiempo para nada más, ni siquiera para su novia, que se quejaba de su falta de atención. Carlos pensaba que el trabajo era lo más importante, y que solo así podría alcanzar el éxito y la felicidad.
Un día, recibió la visita de un cliente muy especial: se trataba de don Alberto, un anciano millonario que había hecho fortuna con sus negocios. Don Alberto quería contratar a Carlos para que le ayudara a gestionar su patrimonio y a resolver algunos asuntos legales. Carlos aceptó encantado, pensando que era una oportunidad única para demostrar su valía y ganar mucho dinero.
Don Alberto le invitó a su mansión, situada en las afueras de la ciudad. Era una casa enorme y lujosa, rodeada de jardines y fuentes. Allí vivía don Alberto con su esposa, doña Carmen, una mujer elegante y distinguida, y sus dos hijos, Alberto y Carmen, unos jóvenes ociosos y caprichosos. Carlos quedó impresionado por el lujo y el glamour que reinaban en aquella casa.
Don Alberto le recibió con cordialidad y le mostró su despacho, donde le esperaban varios documentos para revisar. Carlos se puso manos a la obra, mientras don Alberto le observaba con una sonrisa.
-Me gusta su actitud, Carlos -le dijo-. Veo que es usted un hombre serio y responsable. El trabajo es el refugio de los que no tienen nada que hacer.
-Gracias, don Alberto -respondió Carlos-. Es un honor trabajar para usted.
-No me lo agradezca. Usted se lo merece. Es usted un abogado brillante y eficiente. Estoy seguro de que hará un gran trabajo.
-Haré todo lo posible por satisfacer sus expectativas, don Alberto.
-Lo sé, lo sé. Y yo le recompensaré generosamente por ello. Pero no todo es trabajo en la vida, Carlos. También hay que saber disfrutar de los placeres que nos ofrece el destino.
-¿Qué quiere decir, don Alberto?
-Quiero decir que usted es joven y tiene derecho a divertirse. No puede pasarse el día encerrado en un despacho. Tiene que salir, conocer gente, viajar, enamorarse…
-Bueno, yo ya tengo novia…
-¿Ah sí? ¿Y qué tal le va con ella?
-Pues… la verdad es que no muy bien. Últimamente discutimos mucho. Ella dice que no le presto atención, que solo pienso en el trabajo…
-¿Y tiene razón?
-Supongo que sí… Pero es que el trabajo es muy importante para mí…
-Ya lo sé, ya lo sé. Pero no puede descuidar su vida personal por el trabajo. Eso no es sano ni justo. Tiene que encontrar un equilibrio entre ambos aspectos de su vida.
-¿Y cómo lo hago?
-Pues… yo le voy a dar un consejo: relájese un poco, Carlos. Deje de lado el trabajo por un momento y disfrute de lo que le rodea. Mire a su alrededor: esta casa es una maravilla. Tiene todo lo que pueda desear: arte, música, libros… Y también tiene a mi familia: mi esposa, mis hijos… Ellos son mi mayor orgullo y mi mayor alegría.
Don Alberto hizo una pausa y miró a Carlos con una expresión maliciosa.
-Y hablando de mis hijos… ¿Ha conocido ya a mi hija Carmen?
-Sí… la he visto un par de veces…
-¿Y qué le parece?
-Pues… es muy guapa…
-¿Solo guapa? Carlos, usted es muy modesto. Carmen es una belleza sin igual. Tiene unos ojos verdes como esmeraldas, una melena rubia como el oro y un cuerpo de diosa. Es una mujer irresistible, Carlos. Y lo mejor de todo: está soltera.
-¿Está soltera?
-Sí, sí. No ha encontrado todavía a su príncipe azul. Pero quizás usted sea el elegido. Quizás usted sea el hombre que la haga feliz.
-¿Yo?
-Sí, usted. ¿Por qué no? Usted es un hombre joven, guapo, inteligente, exitoso… ¿Qué más puede pedir una mujer?
-Bueno… yo no sé…
-No sea tímido, Carlos. Atrévase a vivir la vida. Aproveche esta oportunidad que le brinda el destino. Corteje a mi hija, Carlos. Hágala suya.
Carlos no sabía qué decir. Estaba abrumado por las palabras de don Alberto. Por un lado, le tentaba la idea de seducir a Carmen, una mujer hermosa y rica, que podría hacerle feliz y darle todo lo que quisiera. Por otro lado, le asustaba la idea de traicionar a su novia, una mujer sencilla y fiel, que le quería y le apoyaba. Además, le parecía extraño que don Alberto le animara a cortejar a su hija, como si fuera un premio.
Don Alberto se dio cuenta de la vacilación de Carlos y le dio una palmada en el hombro.
-No se preocupe, Carlos. No tiene que decidir nada ahora mismo. Tómese su tiempo. Piénselo bien. Y mientras tanto, siga trabajando conmigo. Le aseguro que no se arrepentirá.
Carlos asintió con la cabeza, sin saber qué hacer. Se sentía atrapado entre el trabajo y el amor, entre la razón y la pasión, entre el deber y el deseo.
Don Alberto sonrió satisfecho y le guiñó un ojo.
-Recuerde, Carlos: el trabajo es el refugio de los que no tienen nada que hacer.
“Sé tú mismo, el resto de papeles ya están cogidos” (Esta frase es genial y la pronunció un personaje único, Oscar Wilde que estuvo entre nosotr@s desde el 16 de octubre de 1854 hasta el 30 de noviembre de 1900. Nos dejó su obra que es todo un privilegio literario. Una sola excepción: su misoginia)
Y que cumplas muchos más de los 46 de hoy y veas lo que pasa al enamorarte de una buena chica que, al final, te sale la vena vampírica y caes, caes libremente. Si, també el títol del relat d'avui és una frase d'Oscar Wilde...però és que té tantes que no acabaria.
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