LA VIDA DE UN NIÑO PALESTINO DE 10 AÑOS EN LA FRANJA DE GAZA
Abdul se despertó con el sonido de las explosiones. Era una mañana de octubre de 2023, y la guerra entre Israel y Hamas seguía sin tregua. Vivía con su familia en un campo de refugiados en el norte de la franja de Gaza, cerca de la frontera con Israel. Su casa era una tienda de campaña hecha con lonas y plásticos, rodeada de otras similares. No tenía electricidad ni agua corriente, y dependía de la ayuda humanitaria que llegaba esporádicamente.
Abdul se levantó y se puso su única camiseta y sus pantalones rotos. Buscó a su madre, que estaba preparando el desayuno con lo poco que había: pan duro, aceitunas y té. Su padre había salido a trabajar como jornalero en una granja cercana, y sus dos hermanos mayores se habían unido a las milicias de Hamas para luchar contra los israelíes. Abdul tenía miedo por ellos, pero también los admiraba por su valentía.
-Buenos días, hijo -le dijo su madre con una sonrisa triste-. ¿Has dormido bien?
-Sí, mamá -mintió Abdul-. ¿Qué hay para desayunar?
-Lo mismo de siempre, cariño. Come rápido, que tienes que ir a la escuela.
Abdul cogió un trozo de pan y lo mojó en el té. No le gustaba mucho, pero sabía que era lo único que tenía. Su madre le acarició el pelo y le dijo:
-Eres un niño muy inteligente, Abdul. Algún día saldrás de este infierno y tendrás una vida mejor. No pierdas la esperanza, hijo.
-Gracias, mamá -dijo Abdul-. Yo también te quiero.
Terminó de comer y cogió su mochila. Dentro llevaba unos cuadernos, unos lápices y un libro de texto que le habían dado en la escuela. La escuela era una tienda grande que compartía con otros niños de su edad. Allí aprendía árabe, matemáticas, historia y religión. También le enseñaban los principios del islam y la causa palestina. Abdul le gustaba ir a la escuela, porque allí se sentía seguro y podía jugar con sus amigos.
Salió de su casa y se dirigió hacia la escuela. Por el camino se encontró con otros niños que iban en la misma dirección. Algunos llevaban banderas palestinas o pañuelos verdes de Hamas. Otros iban descalzos o con ropas sucias. Todos tenían en común el miedo en sus ojos y las cicatrices en sus cuerpos.
Abdul saludó a sus amigos y se puso a caminar junto a ellos. Hablaron de lo que habían hecho el día anterior, de los juegos que les gustaban, de los sueños que tenían. Abdul les contó que quería ser médico cuando fuera mayor, para curar a la gente herida por la guerra.
-Eso está muy bien -le dijo uno de sus amigos-. Yo quiero ser piloto, para volar por el cielo y ver el mundo.
-Yo quiero ser maestro, para enseñar a los niños como nosotros -dijo otro.
-Yo quiero ser mártir, para morir por Alá y Palestina -dijo el último.
Los demás se quedaron callados. No sabían qué decir ante esa afirmación. Sabían que muchos niños se habían convertido en mártires al inmolarse con explosivos cerca de los soldados israelíes o al lanzar piedras contra sus tanques. Sabían que Hamas los alababa como héroes y les prometía el paraíso. Pero también sabían que eso significaba perder la vida y dejar atrás a sus familias.
Abdul miró a su amigo con tristeza. No entendía cómo podía querer morir tan joven. Él quería vivir, quería ver el mar, quería conocer otros países, quería tener una familia propia algún día.
-¿Por qué quieres ser mártir? -le preguntó Abdul.
-Porque es lo mejor que puedo hacer por mi pueblo -respondió su amigo-Los israelíes nos han quitado todo: nuestra tierra, nuestra libertad, nuestra dignidad. No nos queda más que resistir y luchar. Y si muero por la causa, sé que Alá me recompensará y que mi familia estará orgullosa de mí.
-Pero ¿no te da miedo morir? -insistió Abdul.
-No, no me da miedo. Me da más miedo vivir en esta miseria, sin esperanza, sin futuro. Prefiero morir con honor que vivir con vergüenza.
Abdul no supo qué decir. Respetaba a su amigo, pero no compartía su opinión. Pensó que había otras formas de luchar por la causa palestina, como estudiar, trabajar, dialogar, protestar pacíficamente. Pensó que la violencia solo traía más violencia, y que la muerte solo traía más dolor.
Llegaron a la escuela y entraron en la tienda. Allí les esperaba su maestro, un hombre joven con barba y gafas. Les saludó con una sonrisa y les dijo:
-Buenos días, niños. Hoy vamos a aprender sobre la historia de Palestina, desde los tiempos antiguos hasta la actualidad. Vamos a ver cómo nuestro pueblo ha resistido a las invasiones y ocupaciones de los egipcios, los romanos, los cruzados, los otomanos, los británicos y los sionistas. También cómo hemos mantenido nuestra identidad, nuestra cultura y nuestra fe a pesar de las adversidades y cómo hemos luchado por nuestra independencia, nuestra soberanía y nuestros derechos.
Abdul se sentó en su pupitre y abrió su libro de texto. En la primera página había un mapa de Palestina con los colores de su bandera: verde, blanco, rojo y negro. En el mapa se veían las ciudades de Gaza, Jerusalén, Ramala, Nablus, Hebrón y otras más. También se veían las fronteras con Israel, Egipto y Jordania. Y se veían las zonas ocupadas por Israel: Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán. Miró el mapa con atención y se preguntó cómo sería vivir en esas ciudades, cómo sería cruzar esas fronteras, cómo sería ver esas zonas liberadas. Pensó si algún día podría hacerlo.
El maestro empezó a hablar sobre la historia de Palestina. Abdul escuchó con interés. Aprendió sobre los cananeos, los filisteos, los hebreos, los fenicios, los asirios, los babilonios, los persas, los griegos, los macabeos, los romanos, los bizantinos, los árabes, los omeyas, los abasíes, los fatimíes, los selyúcidas, los cruzados, los ayubíes, los mamelucos, los otomanos, los británicos y los sionistas.
Supo sobre las guerras que habían librado por el control de la tierra santa y las civilizaciones que habían florecido en ella. Estudió las religiones que habían nacido o se habían expandido en ella: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Le fascinaron las figuras históricas que habían marcado su destino: Abraham, Moisés, David, Salomón, Jesús, Mahoma, Saladino.
Y experimentó una profunda tristeza cuando conoció las injusticias que habían sufrido sus antepasados: el exilio babilónico, la diáspora judía, la ocupación romana, la persecución cristiana, la invasión mongola, la colonización británica, la partición de Palestina, la creación de Israel, la guerra árabe-israelí, la guerra de los Seis Días, la guerra de Yom Kipur, la guerra del Líbano, la primera intifada, los acuerdos de Oslo, la segunda intifada, el bloqueo de Gaza, la operación Plomo Fundido, la operación Pilar Defensivo, la operación Margen Protector y la operación Guardián de los Muros.
Sintió en carne propia el sufrimiento de su pueblo: las masacres, las deportaciones, las demoliciones, los asentamientos, los muros, los checkpoints, los bombardeos, los disparos, las detenciones, las torturas, las humillaciones y las violaciones.
Se enorgulleció de la resistencia de su pueblo: las huelgas, las manifestaciones, las marchas, las piedras, los cócteles molotov, los cohetes caseros, los cinturones explosivos, los túneles subterráneos, los barcos de ayuda y las flotillas de libertad.
Aprendió sobre la esperanza de su pueblo: la declaración de independencia de Palestina en 1988, el reconocimiento internacional de su Estado en 2012, el ingreso en la UNESCO y otras organizaciones internacionales, el apoyo de países árabes y musulmanes y de otros pueblos solidarios.
Abdul se sintió satisfecho de ser palestino. Se sintió parte de una historia milenaria y de una lucha legítima. Se sintió heredero de una tierra bendita y de una fe verdadera. Se sintió hijo de un pueblo valiente y digno.
El maestro terminó su clase y les dijo a los niños que hicieran un ejercicio. Les pidió que escribieran una carta a un niño israelí imaginario. Les dijo que expresaran sus sentimientos, sus deseos y que fueran sinceros y respetuosos.
Abdul cogió su lápiz y su cuaderno. Pensó en lo que le gustaría decirle a un niño israelí y en lo que le gustaría preguntarle. Empezó a escribir:
“Querido amigo,
Me llamo Abdul y tengo 10 años. Vivo en Gaza con mi familia. Soy un niño palestino. No sé si alguna vez nos conoceremos o si alguna vez podremos ser amigos. Pero me gustaría que supieras algunas cosas sobre mí y sobre mi pueblo.
Soy un niño normal que le gusta jugar al fútbol, leer libros y ver dibujos animados. Me gusta ir a la escuela y aprender cosas nuevas. Me gusta estar con mis amigos y reírme con ellos. Me gusta ayudar a mi madre en casa y abrazar a mi padre cuando vuelve del trabajo.
Pero también soy un niño que vive en una situación anormal. Vivo en una tienda de campaña porque mi casa fue destruida por un misil israelí. Vivo sin electricidad ni agua corriente porque Israel bloquea el suministro a Gaza. Vivo con miedo a morir porque Israel bombardea Gaza cada cierto tiempo.
No entiendo por qué Israel hace estas cosas. No entiendo por qué Israel nos odia tanto. No entiendo por qué Israel no nos deja vivir en paz. No entiendo por qué Israel no reconoce nuestros derechos.
¿Tú lo entiendes? ¿Tú piensas igual que tu gobierno? ¿Tú también nos odias? ¿Tú también quieres matarnos? ¿O eres diferente? ¿O eres como yo?
Me gustaría saber cómo es tu vida, qué te gusta hacer, cuáles son tus sueños y qué piensas.
Querría que me escribieras una carta como esta y que me hablaras de ti y de tu pueblo; que me contaras tu verdad y que escucharas la mía.
Quisiera ser amigo tuyo y que nos conociéramos algún día; jugar juntos al fútbol o a lo que tú quieras. Y que nos abrazáramos y que nos dijéramos que somos hermanos.
¿Tú lo quieres? ¿Tú lo crees posible? ¿O es solo una ilusión? ¿O es solo un sueño?
Espero tu respuesta.
Tu amigo,
Abdul”
"Nunca te preocupes por lo que podrías haber sido; ve a por lo que puedes ser" (Nathanael West, nacido el 17 de octubre de 1903 para estar aquí poco tiempo, tan poco que no tuvo la preocupación de lo que podría haber sido)
Y que cumplas muchos más de los 67 de hoy teniendo más que sentimientos. Que ho sapigueu: jo no formo part de cap dels bàndols dels horrors.
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