miércoles, 18 de octubre de 2023

LA VIDA DE UN NIÑO JUDÍO DE 10 AÑOS EN JERUSALÉN

 

David se despertó con el sonido de las campanas. Era una mañana de abril de 2023, y la ciudad de Jerusalén estaba llena de vida. David vivía con su familia en el barrio judío de la ciudad vieja, cerca del Muro de las Lamentaciones. Su casa era un pequeño apartamento en un edificio antiguo, decorado con objetos religiosos y culturales. Tenía electricidad y agua corriente, pero también conservaba algunas tradiciones antiguas, como el uso del shabat y las fiestas judías.

David se levantó y se puso su kipá y su tzitzit. Buscó a su madre, que estaba preparando el desayuno con lo que había: huevos, queso, pan y leche. Su padre había salido a trabajar como guía turístico en la ciudad santa, y sus dos hermanas mayores se habían ido a la escuela. Tenía ganas de ir con ellas, pero todavía le quedaba un año para empezar el bachillerato.

-Buenos días, hijo –le dijo su madre con una sonrisa-. ¿Has dormido bien?

-Sí, mamá -dijo David-. ¿Qué hay para desayunar?

-Lo mismo de siempre, cariño. Come rápido, que tienes que ir a la escuela.

Cogió un trozo de pan y lo untó con queso. Le gustaba mucho, pero sabía que era lo único que tenía. Su madre le acarició el pelo y le dijo:

-Eres un niño muy inteligente, David. Algún día serás un gran rabino o un gran médico. No pierdas la fe, hijo.

-Gracias, mamá -dijo David-. Yo también te quiero.

Terminó de comer y cogió su mochila. Dentro llevaba unos libros, unos cuadernos y una tableta electrónica que le habían regalado por su cumpleaños. La escuela era un edificio moderno que compartía con otros niños de su edad. Allí aprendía hebreo, inglés, matemáticas, historia y religión. También le enseñaban los principios del judaísmo y el sionismo.

David salió de su casa y se dirigió hacia la escuela. Por el camino se encontró con otros niños que iban en la misma dirección. Algunos llevaban kipá o sombrero negro, otros llevaban gorra o nada. Todos tenían en común el orgullo de ser judíos y el amor por Israel.

Saludó a sus amigos y se puso a caminar junto a ellos. Hablaron de lo que habían hecho el día anterior, de los juegos que les gustaban, de los sueños que tenían. David les contó que quería ser médico cuando fuera mayor, para curar a la gente enferma o herida por los conflictos.

Eso está muy bien –le dijo uno de sus amigos-. Yo quiero ser soldado, para defender a Israel de sus enemigos.

Yo quiero ser ingeniero, para construir cosas útiles para el país –dijo otro.

Yo quiero ser político, para hacer la paz con los palestinos –dijo el último.

Los demás se quedaron callados. No sabían qué decir ante esa afirmación. Sabían que muchos niños se habían convertido en soldados o en víctimas de la violencia entre israelíes y palestinos. Sabían que Israel estaba rodeado de países hostiles y amenazado por el terrorismo. Sabían que la paz era un anhelo lejano y difícil.

David miró a su amigo con curiosidad. No entendía cómo podía querer hacer la paz con los palestinos. Él quería vivir en paz, pero no confiaba en ellos. Pensaba que eran unos ocupantes ilegales y unos terroristas.

-¿Por qué quieres hacer la paz con los palestinos? -le preguntó David.

-Porque creo que es lo mejor para Israel y para ellos –respondió su amigo-. Los palestinos son seres humanos como nosotros, que sufren y tienen derechos. No podemos negarles su existencia ni su dignidad. Creo que podemos convivir juntos en dos estados independientes y democráticos.

-Pero ¿no te da miedo que nos traicionen? -insistió David.

-No, no me da miedo. Me da más miedo seguir en guerra, sin esperanza, sin futuro. Prefiero hacer la paz con justicia que vivir con odio.

David no supo qué decir. Respetaba a su amigo, pero no compartía su opinión. Pensaba que había otras formas de defender a Israel, como estudiar, trabajar, innovar, cooperar. Creía que la guerra solo traía más guerra, y que la paz solo se lograba con seguridad.

Llegaron a la escuela y entraron en el edificio. Allí les esperaba su maestro, un hombre joven con barba y gafas. Les saludó con una sonrisa y les dijo:

-Buenos días, niños. Hoy vamos a aprender sobre la historia de Israel, desde los tiempos antiguos hasta la actualidad. Vamos a ver cómo nuestro pueblo ha sobrevivido a las persecuciones y los exilios. Veremos cómo hemos mantenido nuestra identidad, nuestra cultura y nuestra fe a pesar de las adversidades y cómo hemos luchado por nuestra independencia, nuestra soberanía y nuestros derechos.

David se sentó en su pupitre y abrió su libro de texto. En la primera página había un mapa de Israel con los colores de su bandera: azul y blanco. En el mapa se veían las ciudades de Jerusalén, Tel Aviv, Haifa, Beerseba y otras más. También se veían las fronteras con Egipto, Jordania, Siria y Líbano así como los territorios disputados con los palestinos: Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este.

Miró el mapa con atención y se preguntó cómo sería vivir en esas ciudades, cómo sería cruzar esas fronteras, cómo sería ver esos territorios resueltos. Pensó si algún día podría hacerlo.

El maestro empezó a hablar sobre la historia de Israel. David escuchó con interés. Aprendió sobre los patriarcas, los jueces, los reyes, los profetas, los macabeos, los zelotes, los fariseos, los saduceos, los esenios. Supo sobre las guerras que habían librado por el control de la tierra prometida y las civilizaciones que habían influido en ella. Estudió las religiones que habían nacido o se habían expandido en ella: el judaísmo, el cristianismo y el islam.

Conoció las figuras históricas que habían marcado su destino: Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, Samuel, Saúl, David, Salomón, Ezequías, Josías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Esdras, Nehemías, Judas Macabeo, Herodes, Jesús, Pablo, Bar Kojba, Rabi Akiva, Rabi Yehuda HaNasí, Rabi Yosef Karo, Rabi Moshe Ben Maimón, Rabi Israel Baal Shem Tov, Rabi Shneur Zalman de Liadí.

Aprendió sobre las injusticias que habían sufrido sus antepasados: la esclavitud en Egipto, la destrucción del primer y segundo templo, la diáspora romana, la inquisición española, los pogromos rusos, el antisemitismo europeo, el Holocausto nazi.

Se enorgulleció cuando conoció el renacimiento de su pueblo: el sionismo político de Herzl, el sionismo cultural de Ahad Haam, el sionismo religioso de Kook, el sionismo socialista de Ben Gurión.; cuándo se creó el Estado de Israel en 1948, el reconocimiento internacional de su Estado en 1949, el ingreso en la ONU y otras organizaciones internacionales. Entendió el apoyo de países occidentales y judíos y de otros pueblos solidarios.

Descubrió el heroísmo de su pueblo: las guerras de independencia, de Suez, de los Seis Días, de Yom Kipur, del Líbano y los avances científicos, tecnológicos, médicos y culturales que había logrado Israel. Supo de los premios Nobel que habían recibido sus compatriotas.

Reconoció los desafíos de su pueblo: el conflicto con los palestinos y los árabes;  los intentos de paz que habían fracasado o se habían estancado: la resolución 242 de la ONU, los acuerdos de Camp David, los acuerdos de Oslo, la hoja de ruta para la paz. Le advirtieron sobre las amenazas que seguía enfrentando Israel: el terrorismo de Hamas y Hezbollah, el programa nuclear de Irán, el boicot internacional.

David se sintió orgulloso de ser israelí. Se sintió parte de una historia milenaria y de una lucha legítima. Se sintió heredero de una tierra prometida y de una fe verdadera. Se sintió hijo de un pueblo valiente y digno.

El maestro terminó su clase y les dijo a los niños que hicieran un ejercicio. Les pidió que escribieran una carta a un niño palestino imaginario. Les dijo que expresaran sus sentimientos, sus deseos y que fueran sinceros y respetuosos.

David cogió su lápiz y su cuaderno. Pensó en lo que le gustaría decirle a un niño palestino y en lo que le gustaría preguntarle. Empezó a escribir:

“Querido amigo,

Me llamo David y tengo 10 años. Vivo en Jerusalén con mi familia. Soy un niño judío y tú eres palestino. No sé si alguna vez nos conoceremos o si alguna vez podremos ser amigos. Pero me gustaría que supieras algunas cosas sobre mí y sobre mi pueblo.

Soy un niño normal que le gusta jugar al baloncesto, leer cómics y ver películas. Me gusta ir a la escuela y aprender cosas nuevas. Me gusta estar con mis amigos y reírme con ellos. Me gusta ayudar a mi padre en su trabajo y abrazar a mi madre cuando vuelve a casa.

Pero también soy un niño que vive en una situación anormal. Vivo en una ciudad dividida por un muro que separa a judíos y palestinos. Vivo con miedo a morir por un atentado suicida o por un cohete lanzado desde Gaza. Vivo con odio hacia los que quieren destruir a Israel o negar su existencia.

No entiendo por qué los palestinos hacen estas cosas. No entiendo por qué los palestinos nos odian tanto. No entiendo por qué los palestinos no aceptan nuestra presencia ni nuestra legitimidad. No entiendo por qué los palestinos no quieren la paz.

¿Tú lo entiendes? ¿Tú piensas igual que tu gobierno? ¿Tú también nos odias? ¿Tú también quieres matarnos? ¿O eres diferente? ¿O eres como yo?

Quiero saber cómo es tu vida, qué te gusta hace, qué sueñas y qué piensas.

Me gustaría que me escribieras una carta como esta, que me hablaras de ti y de tu pueblo y que me contaras tu verdad y que escucharas la mía.

Quisiera ser amigo tuyo y que nos conociéramos algún día para que jugáramos juntos al baloncesto o a lo que tú quieras. Me gustaría que nos abrazáramos y que nos dijéramos que somos hermanos.

¿Tú lo quieres? ¿Tú lo crees posible? ¿O es solo una ilusión? ¿O es solo un sueño?

Tu amigo,

David”

"El verdadero propósito de la educación es ayudar a las personas a ser mejores seres humanos." (Zhu Xi, filósofo chino –para quién no hubiese caído en la cuenta- nacido el 18 de octubre de 1130 y como casi todos los filósofos chinos, seguidor de Confucio)

 Y que cumplas muchos más de los 74 de hoy... poco más puedo decir de él: wiquipedia aún no ha redactado su biografía. Aunque tiene esta bonita canción (a mi me gusta) I mentre des de la comoditat del nostre sofà de casa veiem espantats com el món es va dessagnant a poc a poc.


 

 

 

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