FÁRMACOS QUE TE DEVUELVEN LA JUVENTUD PERO TE QUITAN COMPAÑÍA
La brisa del atardecer acariciaba suavemente el rostro de Ana mientras contemplaba el horizonte desde la terraza de su apartamento. El cielo se teñía de un suave tono anaranjado, presagiando la cercanía del ocaso.
Hacía ya varias décadas que los avances en gerociencia habían permitido extender considerablemente la longevidad humana. Los llamados fármacos senolíticos, capaces de eliminar las células senescentes del organismo, habían revolucionado el concepto del envejecimiento. Muchos apostaban ahora por alcanzar los 200 años con una calidad de vida envidiable.
Ana suspiró profundamente. A sus 112 años, se sentía aún joven y llena de vida. Los tratamientos habían surtido efecto en ella, otorgándole salud y vitalidad. Sin embargo, el paso implacable del tiempo había segado la existencia de todos sus seres queridos. Sus padres, sus hermanos, sus amigos de la infancia... todos se habían marchado ya, víctimas de enfermedades y padecimientos que la ciencia aún no había logrado erradicar.
El sonido del teléfono interrumpió sus cavilaciones. Era Marco, su último amigo vivo.
- Ana, tengo una gran noticia – exclamó entusiasmado-. Acaban de aprobar el uso de los fármacos senolíticos para toda la población. ¡Por fin estarán al alcance de todos!
Ana no pudo evitar esbozar una sonrisa. Durante décadas, el elevado coste de dichos tratamientos los había relegado a las élites adineradas, acrecentando la brecha social. El sueño de la eterna juventud parecía estar al fin al alcance de la mayoría.
- Es maravilloso, Marco. Ojalá hubiese ocurrido antes, muchas personas amadas aún estarían a nuestro lado. Pero me alegra sobremanera que las nuevas generaciones puedan beneficiarse de ello.
Marco asintió con nostalgia. Si bien la noticia llegaba tarde para rescatar a tantos seres queridos del olvido, auguraba un futuro más equitativo y esperanzador. Un futuro donde envejecer ya no estaría reñido con vivir.
Ana contempló de nuevo el ocaso, su llama anaranjada encendiendo el cielo como una promesa silenciosa. Pero esa promesa ya no tenía sentido para ella.
Aunque los avances en longevidad ahora estaban disponibles para todos, Ana sentía un profundo vacío existencial. La vida, despojada de sus seres amados, carecía ya de propósito. Los interminables años por delante se le antojaban una condena, no un regalo.
- Marco, no anhelo una vida más larga si ha de ser en soledad -dijo con voz temblorosa-. Lo único que deseo es reunirme con los que se fueron antes que yo.
Marco guardó silencio unos instantes. Sabía que nada podría llenar el abismo que la ausencia de sus familiares y amigos había dejado en el corazón de Ana.
- Mi querida Ana, no estás sola mientras yo viva -repuso Marco con dulzura-. Pero te entiendo... y respetaré tu decisión, sea cual sea.
Ana esbozó una sonrisa agridulce. La eterna juventud que tanto había anhelado se le antojaba ahora una losa insoportable.
- Ayúdame a partir, Marco. Consigue para mí ese fármaco que dicen que procura una muerte rápida y sin dolor. Ha llegado mi hora.
Marco contuvo las lágrimas. Aunque le desgarraba el alma, sabía que debía respetar los deseos de su amiga. Le ayudaría a emprender el último viaje para reencontrarse con los suyos.
- Descansa en paz, mi querida Ana -susurró Marco mientras el sol se ocultaba en el horizonte.
"Levanta hacia mí tus ojos, tus ojos lentos, y ciérralos poco a poco conmigo dentro" (Gerardo Diego nacido el 3 de octubre de 1896 para escribir poemas como el anterior: irrepetibles)
Y que cumplas muchos más de los 82 de hoy: con el ejercicio que haces vaticino que no te harán falta los fármacos senolíticos. Em jugo el que vulgueu que els que heu sentit la cançó les cames han començat a anar soles...
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