“PREBATING”
En un mundo donde las incesantes olas del tiempo arrastran consigo los cimientos de las tradiciones, los encuentros amorosos se ven imbuidos de una amalgama de ansiedad y expectativas, como si fueran un rompecabezas cuyas piezas se desvanecen en la nebulosa del destino. En esta era de citas modernas, donde el vértigo de lo desconocido se entrelaza con las promesas de la conexión humana, una práctica poco convencional ha comenzado a emerger como un ritual previo al encuentro: la masturbación.
En las profundidades de la incertidumbre y la anticipación, la masturbación previa a la cita se ha convertido en un recurso para aquellos que se aventuran en el territorio de los corazones y las pasiones efímeras. Ya sea que se trate de un nuevo amor que florece en el ocaso de una noche o de un encuentro fraguado en los misteriosos hilos de una aplicación digital, la búsqueda de la relajación óptima ha llevado a muchos a descubrir que el acto solitario puede ser un precursor de los encuentros íntimos.
Imaginaos, si podéis, a un caballero moderno, envuelto en un halo de nerviosismo y expectativas. Su mente, un torbellino de preguntas sin respuesta, se debate entre la esperanza y el temor. ¿Será capaz de cautivar a su acompañante de manera adecuada? ¿Poseerá la elocuencia necesaria para tejer palabras de seducción? En medio de esta danza interior, encuentra un refugio momentáneo en la intimidad de su propio ser.
En esta ocasión, nuestro protagonista se encuentra en el umbral de un restaurante elegante, cuyas paredes de mármol parecen susurrar secretos de amores pasados. Su corazón, un tambor retumbante en su pecho, anhelaba el encuentro con una dama cuyo nombre y rostro solo conocía a través de fotografías digitales. La luz tenue de las velas bailaba en la habitación, derramando destellos dorados sobre las mesas adornadas con manteles de lino.
Y así, como si fuera un ritual sagrado, nuestro caballero contemporáneo se entregó a la soledad y a la caricia solitaria de sus propios deseos. El acto, un pasaje fugaz entre la realidad y la fantasía, le permitió encontrar una calma inusual, como si las llamas del deseo se hubieran apaciguado en las profundidades de su ser. La libido se disipó, dejando espacio para una mente clara y un enfoque imperturbable.
Con la confianza en sí mismo renovada, nuestro protagonista ingresó al restaurante con paso cauteloso, sus ojos escrutando la sala en busca de la figura misteriosa que lo esperaba. Al divisarla, reconoció en su semblante una mezcla de excitación y curiosidad, una dualidad de emociones que reflejaba su propia realidad interna. Ambos se acercaron, cautelosos pero ansiosos por descubrir el destino de esta noche que les había unido.
El diálogo entre ellos se entrelazó como hilos de seda en el telar de la conversación. Compartieron risas, anécdotas y sueños suspendidos en el aire, mientras los platos exquisitos desfilaban ante ellos como obras de arte culinario. Sin embargo, a medida que avanzaba la velada, nuestro caballero notó un cansancio inexplicable que invadía sus párpados. Una fatiga inusual se apoderó de él, como si las sombras de la pasión extinguida se hubieran filtrado en su ser.
Y así, en medio de esa danza de encuentros y desencuentros, el protagonista se sumió en un sueño inesperado. Sus ojos cedieron ante el peso de la noche, y su cabeza se inclinó hacia adelante, apenas sostenida por el hilo de la vigilia. Su acompañante, sorprendida por este giro de los acontecimientos, observó con una sonrisa pícara cómo el sueño se llevaba consigo la tensión y la ansiedad que había envuelto su encuentro.
En ese momento, el restaurante se convirtió en un refugio solitario para nuestro protagonista, un oasis de sueños entrelazados con la realidad. El sonido del violín en el fondo parecía sincronizarse con los latidos de su corazón, mientras una suave brisa acariciaba sus mejillas, llevando consigo fragmentos de historias y susurros de amores pasados. La escena se asemejaba a un cuadro impresionista, donde los colores se fusionaban y los contornos se desvanecían en una nebulosa de emociones.
Y así, en medio de ese sueño inadvertido, nuestro caballero contemporáneo se encontró vagando por los pasillos de la historia. Los ecos de tiempos pasados resonaban a su alrededor, como voces susurrantes que desafiaban el olvido. Se vio transportado a un salón de baile del siglo XIX, donde los vestidos de seda y las miradas furtivas tejían una red de intrigas y pasiones.
En aquel lugar atemporal, se encontró con una dama cuyo semblante evocaba la elegancia y la misteriosa profundidad de un retrato de época. Sus ojos, como dos luceros brillantes en la oscuridad, parecían contener siglos de historias incrustadas en su mirada. La música envolvía sus cuerpos, llevándolos en un vals eterno, donde los pasos se entrelazaban con las palabras y los suspiros.
"¿Quién eres?", preguntó nuestro caballero, sus palabras flotando en el aire cargado de romance y nostalgia.
"Eres el soñador de encuentros efímeros, el navegante de mares inciertos", respondió la dama con voz melódica. "En este baile de almas errantes, te encuentras en el umbral de una travesía donde el pasado y el presente se funden en una danza inmortal".
El caballero, asombrado por la poesía de sus palabras, extendió su mano hacia ella, invitándola a sumergirse en la esencia de aquel sueño compartido. Juntos, se adentraron en un laberinto de diálogos entrelazados y confesiones susurradas al oído. Las horas parecieron diluirse en el tiempo, mientras sus corazones se abrían como flores al amanecer.
Sin embargo, la somnolencia persistía, como un recordatorio constante de la masturbación previa a la cita. Nuestro protagonista luchaba contra la inminente oscuridad que amenazaba con llevarlo a un sueño profundo y reparador. Intentaba mantenerse despierto, queriendo saborear cada palabra, cada gesto compartido con su misteriosa compañera.
Pero, a pesar de su determinación, sus párpados cedieron ante el peso de la noche. Cerró los ojos y se perdió en los rincones del sueño, donde las realidades se desvanecen y las fantasías cobran vida. En su mundo onírico, los colores se mezclaron en un torbellino de emociones, mientras los susurros de la dama resonaban como un eco lejano en su mente.
Cuando finalmente despertó, encontró su rostro apoyado en la mesa, rodeado por los restos de la cena que habían compartido. La dama había desaparecido, dejando tras de sí solo el eco de su presencia. Se levantó con una sonrisa en los labios, sabiendo que había experimentado algo más que una simple velada.
Y así, nuestro caballero contemporáneo abandonó el restaurante con una sensación de plenitud y misterio. La masturbación previa a la cita había llevado su mente a lugares inesperados, había desatado sueños y visiones que de otro modo habrían permanecido ocultos. En ese instante, comprendió que el camino del amor y la pasión estaba lleno de sorpresas y giros inesperados, y que cada encuentro era una oportunidad para sumergirse en el vasto océano de la experiencia humana.
“La calumnia siempre es sencilla y verosímil. Y en esto se diferencia muchas veces de la verdad.” (François Mauriac, del 11 de octubre de 1885 y al que le dieron el premio Nobel de Literatura en 1952 por su estilo sencillo y verosimil)
Y hoy Cecilia hubiese cumplido 75 años pero sólo llegó a los 27 como otr@s ilustres que murieron a esa edad con una diferencia: a ella la mató un coche no la droga. Això del relat no ocorreria si s'emportés un entreno. Així que sinó voleu que us passi i sabeu a entrenar-se diàriament!
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