EL RELOJ DEL FIN DEL MUNDO
La noche caía sobre la abandonada ciudad de Nueva York. La lluvia ácida caía de un cielo negro e impenetrable que reflejaba el estado de ánimo de la humanidad. Camino por las calles desiertas entre enormes pantallas digitales que mostraban una única cuenta regresiva: 90 segundos para la medianoche.
Me apresuro hacia mi refugio en los suburbios que alguna vez fueron prósperos. Ahora solo ruinás y maleza. Al entrar, encuentro a mis viejos compañeros de investigación aún trabajando frenéticamente. John revisa códigos en su ordenador mientras que María revisa apuntes y mapas estratégicos.
- ¿Alguna novedad? - pregunto con ansiedad.
- Nada bueno - responde María con resignación - Rusia lanzó sus últimos misiles hipersónicos hacia las sedes de gobierno de Estados Unidos y China respondió con un ataque nuclear táctico sobre Moscú.
- Demonios - exclamo con frustración - sabíamos que este día llegaría. Solo esperaba que fuera más tarde.
- Aún podemos evitar lo peor - interviene John con esperanza - si descifro este código podremos hackear el sistema de defensa ruso y chino para desactivar sus ojivas nucleares.
Trabajamos contrarreloj revisando datos, realizando cálculos y simulaciones. Cada minuto que pasa nuestra especie se acerca más al abismo. De pronto, Juan da un grito de júbilo. Lo logró, ha descifrado el código. Como en los viejos tiempos de la carrera espacial, la humanidad está a un paso de arrancarse de entre las fauces de la destrucción total. Solo falta ingresar el código maestro... 85 segundos para la medianoche.
John teclea febrilmente el código maestro y oprime "Enter". Por unos angustiantes segundos nada sucede, la cuenta regresiva sigue su marcha implacable. De pronto, las pantallas parpadean y el sistema entra en modo de mantenimiento.
- ¡Lo lograste! - exclama María exultante.
- Aún no canten victoria - advierte John con prudencia - El sistema esta vulnerabilizado pero las ojivas aún pueden ser detonadas de forma manual. Debemos comunicarnos con los líderes rusos y chinos cuanto antes.
María enciende la vieja radio de ondas cortas y comienza a transmitir un mensaje de paz en diferentes idiomas. Mientras tanto, reviso rápidamente las noticias. Grande es nuestra sorpresa al leer que tropas estadounidenses acaban de entrar en territorio ruso mientras las fuerzas aéreas chinas atacan ciudades en el Pacífico. El mundo al borde del abismo no ha cesado su locura.
De pronto, entre las ondas de la radio se escucha una respuesta. Es el primer ministro chino quien responde reconociendo nuestros intentos pero advirtiendo que el honor de su nación está primero. Sin embargo, promete consultar con sus generales. 70 segundos para la medianoche. Solo la razón y la buena voluntad pueden salvarnos ahora.
María continúa transmitiendo incansablemente mensajes por radio en busca de una respuesta mientras la tensión en el refugio crece con cada segundo que pasa. De pronto, se oye un crujido seguido de la voz grave de un general ruso.
- Aquí el General Mikhailov. Hemos logrado contener las fuerzas terrestres estadounidenses cerca de los Urales, pero nuestras defensas nucleares permanecen alerta - informa con tono estoico.
- General, soy el Dr. John Smith. Hemos desactivado de forma remota los sistemas de lanzamiento rusos y chinos. Es el momento de dar un paso atrás antes de que sea demasiado tarde - responde John con calma.
El general guarda silencio unos instantes, reflexionando. Luego contesta:
- Entiendo su posición doctor, pero no puedo poner en riesgo la seguridad de mi país. Solo me reuniré con el líder chino para discutir un alto al fuego. Confió en que ustedes encuentren la forma de extendernos el tiempo. General Mikhailov, fuera.
El pulso se nos acelera. Solo 50 segundos restantes. De pronto, María exclama que ha detectado una transmisión encriptada de Beijing. Tras unos minutos de tensa espera, logra descifrarla. Es el primer ministro chino proponiendo una tregua con Rusia y la retirada de todas fuerzas armadas. 30 segundos para la medianoche...
Los últimos 10 segundos transcurrían con desesperante lentitud. De pronto, un estallido se oyó por la radio, seguido de gritos. El enlace se cortó.
Intentamos comunicarnos con Moscú y Beijing, pero solo encontramos silencio. Tememos lo peor.
Pasaron horas de agonizante espera hasta que logramos restablecer comunicación con otros grupos. Lo que oímos nos heló la sangre.
Rusia se negó a aceptar la tregua propuesta por China. En un arrebato nacionalista, dispararon un misil táctico que impactó cerca de la fronteras. China respondió con su propio ataque.
Fue el comienzo de una guerra total. Los sistemas de defensa fueron sobrepasados y no tardó en desatarse el infierno nuclear. En minutos, la mayoría de las principales ciudades del mundo fueron borradas del mapa.
Al ver la inminente destrucción, Estados Unidos lanzó todos sus misiles antes de ser alcanzados. Pronto no hubo lugar seguro. La radiación envenenó la atmósfera.
Han pasado meses del ataque. Sobrevivimos en nuestro refugio, pero somos los últimos. El mundo exterior está muerto, irradiado e inhabitable.
Hemos fracasado. El reloj marcó cero y con él, terminó la era de la humanidad. Solo queda esperar que la vida vuelva a surgir de las cenizas, aunque eso tal vez tome millones de años.
“Debería haberse preguntado por qué un país necesitaba convertir la oposición ideológica en delito, y recurrir a la Policía de Seguridad, y encarcelar a los infractores o someterlos a tratamiento. Entonces habría comprendido que aquel gobierno estaba atrapado. Tales medidas eran necesarias para guiar a la gente hacia el paraíso que su sistema les prometía, pero que hoy por hoy era inalcanzable” (Poul Anderson, nacido el 25 de noviembre de 1926. Dicen que fue un escritor de ciencia-ficción y así está etiquetado, ahora, la frase traída a colación es bien real y contemporánea)
Y que cumplas muchos más de los 34 de hoy, sin sangrar por amor, por favor. No merece la pena desangrarse por ello... ¿O si?. Bé, si el món s'acabarà en els pròxims 90" tal vegada si sigui convenient fer un últim acte d'amor abans.
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