lunes, 27 de noviembre de 2023

EL JUEZ

Manuel era un juez implacable. Su toga negra le confería una autoridad que él ejercía con rigor y severidad para sus enemigos y con extraordinaria benevolencia para sus amigos. No toleraba la más mínima infracción de la ley, ni siquiera cuando se trataba de manifestaciones pacíficas de ciudadanos que reclamaban sus derechos. Para él, cualquier forma de protesta era una amenaza al orden público y una ofensa a la dignidad de la justicia. Por eso, no dudaba en dictar sentencias ejemplares contra los que consideraba delincuentes, aunque fueran simples estudiantes, trabajadores o jubilados. Los acusaba de terrorismo, sedición, rebelión, desobediencia, resistencia o cualquier otro delito que se le ocurriera. Su fama de juez duro e inflexible se extendió por todo el país, y muchos le temían y le odiaban.

Pero Manuel no actuaba por su propia voluntad. Detrás de él había unos poderes ocultos que le manipulaban y le presionaban para que aplicara la ley según sus intereses. Eran políticos corruptos, empresarios sin escrúpulos, banqueros codiciosos, medios de comunicación serviles, que querían mantener el statu quo y silenciar a los que se oponían a sus planes. Manuel era su títere, su instrumento, su arma. Y él lo sabía, pero no le importaba. Se sentía orgulloso de servir a los que mandaban, de ser su aliado, de recibir sus elogios y sus favores. Se creía por encima de la ley, intocable, invencible.

Pero un día, todo cambió. Un día, Manuel recibió una llamada anónima que le hizo temblar. Era una voz distorsionada que le dijo:

- Juez Manuel, tengo una noticia para usted. Usted es un terrorista.

- ¿Qué? ¿Quién es usted? ¿Qué quiere decir? -preguntó Manuel, desconcertado.

- Usted es un terrorista, juez. Usted ha cometido actos de terrorismo: contra el pueblo, contra la democracia, contra los derechos humanos. Usted ha sembrado el miedo, la represión, la injusticia. Usted ha sido el brazo ejecutor de una dictadura encubierta. Es un terrorista, juez. Y yo tengo las pruebas.

- ¿Qué pruebas? ¿De qué habla? ¿Qué quiere de mí? -insistió Manuel, nervioso.

- Las pruebas están en un sobre que le he enviado por correo. En él encontrará documentos, grabaciones, fotografías, que demuestran su complicidad con los poderes ocultos que le han utilizado. En él encontrará las evidencias de sus delitos, de sus abusos, de sus arbitrariedades. En él encontrará su sentencia, juez. Su sentencia de muerte.

- ¿Qué? ¿Está loco? ¿Me está amenazando? ¿Quién es usted? ¿Qué quiere de mí? -repitió Manuel, aterrado.

- No quiero nada de usted, juez. Sólo quiero que sepa la verdad. La verdad que usted ha ocultado, que usted ha negado, que usted ha pisoteado. La verdad que le condena, juez. La verdad que le hará pagar por sus crímenes.

- ¿Qué crímenes? ¿Qué verdad? ¿Qué condena? -balbuceó Manuel, desesperado.

- Lo sabrá pronto, juez. Muy pronto. Adiós, juez. Y que su Dios le perdone.

La llamada se cortó. Manuel quedó paralizado, sin saber qué hacer. Pensó que era una broma, una mentira, una extorsión. Pero al día siguiente, recibió el sobre. Lo abrió con temor, y lo que vio le dejó sin aliento. Era cierto. Todo era cierto. Las pruebas eran irrefutables. Él era un terrorista. Él se había condenado a sí mismo.

"La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir." (José Selgas, nacido el 27 de noviembre de 1822 al que le dieron oportunidades hasta cumplir los 60 años: no me extraña porque era de aquellos seres contradictorios que nacieron pobres y eran neocatólicos y ultraconservadores. Toda una vida llena de oximorones)

Y que cumplas muchos más de los 39 de hoy: espero que más de un@ haya deshecho tu tristeza. Com us haureu adonat el relat d'avui és pura ficció: com va un jutge a acusar-se ell mateix de terrorisme.


 

 

 

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