lunes, 25 de diciembre de 2023

 EL MISTERIO DEL PESEBRE


Era una noche fría y estrellada en Belén. La ciudad estaba llena de gente que había venido a empadronarse, siguiendo el mandato del emperador Augusto. Había tanto bullicio que parecía una feria. Los comerciantes aprovechaban para vender sus productos, los soldados romanos vigilaban el orden, los mendigos pedían limosna, los niños jugaban en las calles y los animales hacían sus necesidades donde podían.

En medio de ese caos, una pareja de viajeros buscaba un lugar donde pasar la noche. Él se llamaba José y era carpintero. Ella se llamaba María y estaba embarazada. Venían de Nazaret, un pueblo de Galilea, y habían recorrido unos 150 kilómetros a lomos de un burro. Estaban cansados, hambrientos y sedientos. Y lo peor de todo, no tenían reserva.

- José, por favor, busca un sitio donde podamos descansar. El niño está a punto de nacer y no puedo más - le dijo María con voz suplicante.

- Tranquila, mujer, que ya encontraremos algo. No puede ser tan difícil hallar una posada en esta ciudad - le respondió José con optimismo.

Pero se equivocaba. Todas las posadas estaban llenas. Nadie les abría la puerta. Algunos les decían que no había sitio, otros que no admitían animales, y otros que no querían problemas con una mujer a punto de parir.

- José, esto es imposible. No hay nadie que nos acoja. ¿Qué vamos a hacer? - le preguntó María con angustia.

- No te preocupes, mujer, que Dios proveerá. Él nos ha elegido para ser los padres de su hijo y no nos va a abandonar - le contestó José con fe.

- Sí, claro, Dios proveerá. Eso mismo me dijo el ángel cuando me anunció que iba a concebir al hijo de Dios por obra del espíritu santo. Y mira cómo estamos - pensó María para sus adentros.

No es que María no creyera en Dios, ni en el ángel, ni en el espíritu santo. Pero tenía sus dudas. ¿Cómo era posible que una virgen quedara embarazada de una paloma? ¿Qué pensaría la gente de ella? ¿Y qué pensaría José? Él había aceptado casarse con ella, a pesar de saber que el niño no era suyo. Pero ¿qué sentía realmente por ella? ¿La quería, la compadecía, la respetaba o la toleraba?

José, por su parte, también tenía sus dudas. ¿Cómo era posible que su esposa fuera la madre del hijo de Dios? ¿Qué responsabilidad tenía él como padre adoptivo? ¿Qué haría con el niño cuando naciera? ¿Cómo lo educaría, lo protegería, lo alimentaría? ¿Y qué haría con María? ¿Podría darle lo que ella necesitaba?

Así, entre dudas y temores, la pareja siguió buscando un refugio. Hasta que, al fin, encontraron un establo. Allí había un buey, una vaca, unas ovejas, unos pastores y un pesebre. No era el mejor lugar del mundo, pero era lo único que había.

- José, creo que aquí podemos quedarnos. Al menos hay paja y calor - le dijo María con alivio.

- Sí, mujer, aquí estaremos bien. Además, los animales son muy simpáticos. Mira, ese buey me está guiñando un ojo - le dijo José con humor.

- José, no es momento de bromas. El niño va a nacer. Ayúdame, por favor - le dijo María con urgencia.

- Claro, mujer, claro. Voy a buscar agua, paños y algo de comer. Tú quédate aquí, que enseguida vuelvo - le dijo José con prisa.

Y salió corriendo del establo, dejando a María sola con los animales. Ella se recostó sobre el pesebre y empezó a sentir las contracciones. El dolor era insoportable, pero también la esperanza. Pronto vería la cara de su hijo, el hijo de Dios, el salvador del mundo.

Mientras tanto, en el cielo, una estrella brillaba más que las demás. Era la señal que los ángeles habían puesto para guiar a los reyes magos, que venían de Oriente a adorar al niño. Los reyes magos eran tres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Cada uno traía un regalo: oro, incienso y mirra. Y cada uno tenía una personalidad: Melchor era sabio, Gaspar era bondadoso y Baltasar era bromista.

- Hermanos, estamos llegando. Ya veo la estrella que nos indica el lugar donde ha nacido el rey de los judíos - dijo Melchor con solemnidad.

- Sí, yo también la veo. Qué emoción poder conocer al mesías, al que ha venido a traer la paz y la justicia al mundo - dijo Gaspar con devoción.

- Yo también la veo. Pero me parece que nos hemos equivocado de dirección. Esa estrella no nos lleva a un palacio, sino a un establo - dijo Baltasar con ironía.

- ¿Un establo? ¿Estás seguro, hermano? - preguntó Melchor con sorpresa.

- Sí, estoy seguro. Mira, ahí está. Y no solo hay un establo, sino también un burro, una vaca, unas ovejas y unos pastores - dijo Baltasar con sarcasmo.

- ¿Y dónde está el niño? ¿Dónde está su madre? ¿Dónde está su padre? - preguntó Gaspar con curiosidad.

- El niño está en el pesebre, la madre está a su lado y el padre está... bueno, el padre está en el aire - dijo Baltasar con picardía.

- ¿En el aire? ¿Qué quieres decir? - preguntó Melchor confundido.

- Quiero decir que el padre no es el padre. El padre es el espíritu santo. Y el espíritu santo es una paloma. Y una paloma no se puede quedar quieta en un sitio. Así que el padre está en el aire - dijo Baltasar con gracia.

- ¿Una paloma? ¿Estás bromeando? - preguntó Gaspar con incredulidad.

- No, no estoy bromeando. Es la verdad. La madre es una virgen y el hijo es de Dios. Y Dios se ha manifestado en forma de paloma. Así que el padre es una paloma - dijo Baltasar con convicción.

- Bueno sea como sea, lo importante es que el niño ha nacido. Y nosotros hemos venido a adorarlo y a ofrecerle nuestros regalos. Así que dejemos de discutir y entremos al establo - dijo Melchor con autoridad.

- Tienes razón. Vamos a ver al niño - dijo Gaspar entusiasmado.

- Sí, vamos. Pero cuidado con la paloma, que no nos cague encima - dijo Baltasar con humor.

Y así, los tres reyes magos entraron al establo, seguidos de sus camellos, sus pajes y sus cofres. Allí vieron al niño, envuelto en pañales, acostado en el pesebre. A su lado estaba María, sonriente y feliz. Y cerca de ella estaba José, que acababa de volver con el agua, los paños y la comida.

Los reyes magos se acercaron al niño y se postraron ante él. Le ofrecieron sus regalos y le adoraron. El niño los miró con ternura y les sonrió. María los miró con gratitud y les agradeció. José los miró con extrañeza y les preguntó:

- ¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí?

- Somos los reyes magos y hemos venido a adorar a tu hijo - le respondió Melchor con respeto.

- ¿Mi hijo? ¿Qué hijo? - le preguntó José con desconcierto.

"Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente." (Isaac Newton, nacido el 25 de diciembre de 1642 para revolucionar el Universo, no a los hombres)

No llego a cumplir los 46 por voluntad propia. Tal día como hoy de hace 14 años decidió ponerse a dormir para no volver a despertarse. Ens escapem de la guerra, però no de la mort. Trobem un refugi en una cova, on ens banyem amb l'aigua que degotava. La gravetat de la situació ens pesava com una llosa. Un dia, un corb va entrar per una esquerda i es va posar sobre el seu cos sense vida. Humil i cortès, li vaig dir adeu.




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