LA NOCHEBUENA DE LOS DESCREÍDOS
Había llegado la navidad a aquel pequeño pueblo, y con ella, una vorágine de luces parpadeantes, adornos brillantes y canciones pegajosas que invadían cada rincón. Era como si el espíritu navideño hubiera explotado en una explosión de color y brillo, dejando a su paso una estela de consumismo desenfrenado y tradiciones cuestionables.
En medio de todo aquel despliegue de festividad, se encontraba Don Eustaquio, un viejo cascarrabias que no podía evitar sentirse abrumado por la exageración de la navidad. Eustaquio era un hombre de costumbres sencillas y gustos tradicionales, y la idea de tantos arbolitos parpadeantes y belenes de plástico le resultaba más bien ridícula. "La navidad se parece a esos cantantes modernos de hoy", pensaba Eustaquio, "a los que si les quitas los decorados y las chorradas que tienen que hacer los pobres para llamar la atención, no valdrían un pimiento".
Decidido a expresar su descontento, Don Eustaquio se encaminó hacia la plaza del pueblo, donde el bullicio de la navidad se hacía más palpable. Entre la multitud, se encontró con su viejo amigo, Don Fermín, un hombre de aspecto bonachón y sabiduría campestre. "¿Has visto esto, Fermín?", exclamó Eustaquio señalando los adornos que colgaban de los árboles. "Hace falta todo este circo para que la gente se sienta navideña. ¡Vaya tontería!"
Don Fermín, con una sonrisa en su rostro, respondió: "Es cierto, amigo mío, hay otras fiestas que no necesitan tanta parafernalia para ser especiales. Por ejemplo, San Juan. En San Juan no necesitas decoración, comienza el verano, hace calor y todos empiezan a ir más ligeritos de ropa y a marcar músculos con camisetas tres tallas menos... ¿qué más motivo para celebrar? Es verdad que les da por hacer hogueras, pero por capricho vamos, porque es verano y no las necesitas, que no hace frío ni na".
Don Eustaquio asintió con la cabeza, encontrando en las palabras de su amigo un consuelo para su desencanto navideño. Juntos, caminaron por las calles del pueblo, contemplando las luces brillantes y los escaparates adornados. Pero a pesar de todo, el espíritu crítico de Eustaquio no podía evitar hacerse notar.
"Por cierto, Fermín", dijo con ironía, "ya que estamos con la navidad, deberían cambiarle el nombre a la misa del gallo para que no hubiera malentendidos, que uno ve misa del gallo y se piensa que ese día, en vez de hostias consagradas te van a dar un caldito caliente, por aquello del frío y la hora extraña a la que convocan. Pues no. Confunden al personal y eso no se hace".
Don Fermín soltó una buena carcajada, mientras los dos amigos continuaban su paseo por el pueblo, debatiendo sobre las extravagancias de la navidad y compartiendo sus ocurrencias con aquel tono satírico que solo ellos comprendían.
Y así, mientras las luces de colores inundaban las calles y los villancicos abrumaban los oídos, Don Eustaquio y Don Fermín seguían su camino, riendo y reflexionando sobre la verdadera esencia de la navidad, más allá de los fuegos artificiales y las luces parpadeantes. Porque al final, en medio de tanta parafernalia, ellos habían encontrado su propia forma de celebrar, sin necesidad de adornos excesivos ni canciones pegajosas.
“El amor es una comedia en tres actos: en el primero se suspira, en el segundo se llora y en el tercero se muere”. (Eugène Scribe, nacido el 24 de diciembre de 1791 para interpretarnos la comedia del amor que, como todas las comedias, acaba en tragedia)
Y que cumplas muchos más de los 53 de hoy y que te vaya versionando Rosalía que es una cantante muy apañada. Ell em mira amb ulls tristos i em diu que em vol. Jo li somric i li abraço. No sé si podrà superar la seva depressió, però no penso deixar-li. Li convido a una última copa, abans que la foscor ens emboliqui. Potser demà veiem la llum.
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