LOS CAÑONES DE ESPARTERO DISPARAN CONTRA BARCELONA
La mañana del 3 de diciembre de 1842 amaneció fría y gris en Barcelona. El cielo estaba cubierto de nubes que amenazaban lluvia, y el aire olía a pólvora. La ciudad llevaba casi un mes en estado de insurrección contra el regente Espartero, el general que había vencido a los carlistas y que ahora pretendía imponer su autoridad con mano de hierro. Los barceloneses, hartos de su política librecambista y represiva, se habían levantado en armas y habían formado una Junta Revolucionaria que defendía la autonomía de Cataluña y el establecimiento de una república federal. El ejército, acorralado en el castillo de Montjuic, esperaba refuerzos desde Madrid para sofocar la rebelión.
En una de las calles del barrio de la Ribera, cerca de la basílica de Santa María del Mar, se encontraban dos jóvenes amigos, Ramón y Ferran, que formaban parte de la milicia ciudadana. Ambos vestían pantalones de pana, camisas de algodón y gorras de lana, y llevaban fusiles y cartucheras al hombro. Ramón era alto y delgado, de cabello castaño y ojos verdes; Ferran era más bajo y corpulento, de pelo negro y ojos azules. Los dos eran hijos de tejedores, y habían trabajado desde niños en las fábricas de algodón que proliferaban en la ciudad. Eran amigos desde la infancia, y compartían el mismo ideal de libertad y progreso.
-¿Crees que hoy será el día? – preguntó Ramón, mirando al cielo con inquietud.
-¿El día de qué? - respondió Ferran, encogiéndose de hombros.
-El día en que Espartero nos bombardee. Dicen que ha llegado un cañón enorme desde Zaragoza, capaz de lanzar bombas de cien kilos.
-No me asustes, hombre. Eso son habladurías. ¿Cómo va a atreverse a bombardear una ciudad llena de gente inocente? Sería un crimen.
-Pues no le tiembla el pulso para fusilar a los que se le oponen. ¿No te acuerdas de lo que pasó en Madrid el año pasado? Mandó a Zurbano a reprimir a los progresistas, y mató a más de cien personas.
-Sí, lo sé, pero esto es diferente. Aquí somos muchos más, y estamos mejor organizados. Tenemos la razón de nuestra parte, y no nos rendiremos.
-Ojalá tengas razón, Ferran. Pero yo no me fío de ese hombre. Es un tirano, y no le importa nada más que su poder.
-Bueno, pues si nos ataca, le daremos una buena lección. Somos valientes, y tenemos el apoyo del pueblo. Además, dicen que hay algo mágico en esta ciudad, algo que nos protege.
-¿Algo mágico? ¿Qué quieres decir?
-No sé, algo que he oído por ahí. Que Barcelona tiene un escudo invisible, que la hace invulnerable a los ataques. Que es una ciudad bendita por la Virgen, y que nadie puede hacerle daño.
-Vaya, eso suena muy bonito. Pero yo no creo en esas cosas. Prefiero confiar en mi fusil, y en mis compañeros.
-Bueno, como quieras. Pero yo creo que hay algo especial en esta ciudad. Algo que la hace diferente, y que la hará triunfar.
Los dos amigos siguieron hablando, mientras vigilaban la calle por si aparecía algún soldado enemigo. No sabían que, en ese mismo momento, en el castillo de Montjuic, Espartero daba la orden de iniciar el bombardeo. El cañón gigante, apodado el “Pacificador”, se preparaba para disparar su primera bomba contra la ciudad rebelde. El estruendo fue ensordecedor, y la bola de hierro surcó el aire con un silbido agudo. Los barceloneses, que habían oído el disparo, se asomaron a las ventanas y a las azoteas, esperando ver el impacto. Pero, para su sorpresa y asombro, la bomba rebotó en el aire, como si hubiera chocado contra una pared invisible, y volvió hacia el castillo, cayendo sobre él con una explosión que lo hizo temblar. Los soldados, atónitos, no podían creer lo que veían. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible?
Espartero, que estaba en su despacho, salió al balcón para ver lo que ocurría. Al ver el humo y el fuego que salían del cañón, y la bomba que había caído cerca de él, se quedó petrificado. No entendía nada. ¿Qué clase de brujería era aquella? ¿Qué poder tenía la ciudad para devolverle su ataque? ¿Quién se atrevía a desafiarle de esa manera? Sintió un escalofrío, y un sudor frío le recorrió la frente. Tal vez había cometido un error. Tal vez había subestimado a los barceloneses. Tal vez había despertado a un enemigo más poderoso de lo que imaginaba.
En la ciudad, la alegría se desbordó. Los milicianos, que habían visto el milagro, se abrazaron y gritaron de júbilo. Los ciudadanos, que habían temido lo peor, salieron a la calle a celebrar. Los niños, que habían jugado a la guerra, corrieron a ver el escudo invisible que los había salvado. Todos se preguntaban qué había pasado, pero nadie tenía una respuesta. Solo sabían que habían vencido al general Espartero, y que habían hecho historia. Barcelona había resistido, y había demostrado su fuerza y su voluntad. Barcelona era invencible, y nadie podía hacerle daño. Barcelona era mágica, y tenía un destino propio.
“El sexo es algo que uno hace. La sexualidad es algo que eres” (Eso lo dijo, como no, Anna Freud, digna hija de su padre Sigmund Freud y que nació el 3 de diciembre de 1895 cuando Freud aún no había escrito su teoría del psicoanálisis)
Y que cumplas muchos más de los 75 de hoy siendo un soñador, como otro de los grandes John Lennon. En 2011 un dels pares de la Constitució del 1978, el socialista Gregorio Peces-Barba va parlar de la independència de Catalunya. I va dir amb molta sorna: "No soc pessimista, estarem en millors condicions que en altres èpoques. No sé quantes vegades es va haver de bombardejar Barcelona. Crec que aquesta vegada es resoldrà sense necessitat de bombardejar Barcelona" Així les gasten els espanyols.
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