LA NOCHE DE LAS GEMÍNIDES
Lucía miraba el cielo con ilusión, esperando ver alguna estrella fugaz. Era la noche de las Gemínides, la lluvia de estrellas de diciembre, y ella había salido al campo con su novio, Álex, para disfrutar del espectáculo. Llevaban juntos casi un año, y se querían mucho, pero últimamente habían tenido algunos problemas. Álex estaba muy estresado por el trabajo, y Lucía se sentía un poco sola. Ella esperaba que esa noche fuera especial, que pudieran reconectar y recordar por qué se habían enamorado.
- ¿Ves alguna? - le preguntó Álex, abrazándola por detrás.
- Todavía no, pero dicen que hay que tener paciencia - le respondió Lucía, sonriendo.
- Bueno, mientras tanto, podemos pedir un deseo - le sugirió Álex, besándole el cuello.
- ¿Un deseo? ¿Qué deseas? - le preguntó Lucía, curiosa.
- No te lo puedo decir, si no, no se cumple - le dijo Álex, guiñándole un ojo.
- Venga, dime, que yo no soy supersticiosa - insistió Lucía, riendo.
- Está bien, te lo diré, pero solo si me prometes que no te enfadarás - le advirtió Álex, poniéndose serio.
- ¿Por qué me iba a enfadar? - le preguntó Lucía, extrañada.
- Bueno, verás... - empezó a decir Álex, pero se interrumpió al ver una luz brillante cruzar el cielo.
- ¡Mira, una estrella fugaz! - exclamó Lucía, emocionada.
- ¡Rápido, pide un deseo! - le dijo Álex, apretándola contra él.
Lucía cerró los ojos y pensó en su deseo. ¿Qué podía desear? ¿Qué quería realmente? Quería que Álex fuera feliz, sí, pero ¿con ella? Sí, por supuesto. Lo amaba, claro, pero ¿él la amaba? Sí, lo sabía. El trabajo le había alejado un poco de ella, pero se había esforzado por comprenderlo. Y por apoyarlo. Y por esperarlo. Sí, la otra. La que le hacía sentir celos, la que le hacía llorar, la que le hacía sufrir. La que le hacía temer. ¿Debía confiar en Álex? ¿O debía dudar de él? ¿O debía enfrentarlo por ella? No podía seguir así. Tenía que hablar con él. Tenía que ser sincera. Con Álex, con la otra, y consigo misma. Tenía que saber la verdad. Esa noche. Antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que lo perdiera. A él. A la otra. A las dos. A sí misma. Quería que todo fuera como un cuento de hadas. Pero sabía que eso era imposible.
- ¿Ya lo has pedido? - le preguntó Álex, abriendo los ojos.
- Sí, ya lo he pedido - le confirmó Lucía, mirándole con ternura.
- ¿Y qué has pedido? - le preguntó Álex, curioso.
- No te lo puedo decir, si no, no se cumple - le respondió Lucía, imitándole.
- Venga, dime, que yo no soy supersticioso - insistió Álex, riendo.
- Está bien, te lo diré, pero solo si me prometes que no te enfadarás - le advirtió Lucía, poniéndose seria.
- ¿Por qué me iba a enfadar? - le preguntó Álex, extrañado.
- Bueno, verás... - empezó a decir Lucía, pero se interrumpió al ver otra luz brillante cruzar el cielo.
- ¡Mira, otra estrella fugaz! - exclamó Álex, sorprendido.
- ¡Rápido, pide otro deseo! - le dijo Lucía, soltándose de él.
Álex cerró los ojos y pensó en su deseo. ¿Qué podía desear? ¿Qué quería realmente? Quería que Lucía fuera feliz, sí, pero ¿con él? No estaba seguro. La quería, claro, pero ¿la amaba? No lo sabía. El trabajo le había absorbido tanto que se había olvidado de sus sentimientos. Y de los de ella. Y de los de la otra. Sí, la otra. La que le hacía sentir vivo, la que le hacía reír, la que le hacía soñar. La que le hacía dudar. ¿Debía dejar a Lucía por ella? ¿O debía quedarse con Lucía por lealtad? ¿O debía seguir con las dos por cobardía? No podía seguir así. Tenía que tomar una decisión. Tenía que ser sincero. Con Lucía, con la otra, y consigo mismo. Tenía que decirle la verdad. Esa noche. Antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que la perdiera. A ella. A la otra. A las dos. A sí mismo. Quería que todo fuera como un cuento de hadas. Pero sabía que eso era imposible.
- ¿Ya lo has pedido? - le preguntó Lucía, abriendo los ojos.
- Sí, ya lo he pedido - le confirmó Álex, mirándole con culpa.
- ¿Y qué has pedido? - le preguntó Lucía, curiosa.
- No te lo puedo decir, si no, no se cumple - le respondió Álex, evitándole.
- Venga, dime, que yo no soy supersticiosa - insistió Lucía, riendo.
- Está bien, te lo diré, pero solo si me prometes que no te enfadarás - le advirtió Álex, poniéndose nervioso.
- ¿Por qué me iba a enfadar? - le preguntó Lucía, preocupada.
- Bueno, verás... - empezó a decir Álex, pero se interrumpió al ver una lluvia de estrellas iluminar el cielo.
- ¡Mira, las Gemínides! - exclamó Lucía, maravillada.
- ¡Rápido, pide muchos deseos! - le dijo Álex, desesperado.
Lucía y Álex cerraron los ojos y pidieron muchos deseos. Pero ninguno de ellos se cumplió. Porque las estrellas no eran mágicas, solo eran meteoros. Y los cuentos de hadas no existían, solo eran historias. Y el amor no era perfecto, solo era un sentimiento. Y esa noche no fue especial, solo fue una noche más.
"Cada estrella en el cielo cuenta una historia que espera ser descifrada." (Francesco Bianchini, nacido el 13 de diciembre de 1662, no supo a ciencia cierta qué historia le contó su estrella)
Y que cumplas muchos más de los 42 de hoy... y yo creo que a día de hoy estás muy viva. Vingui tots/es a les finestres, balcons i terrasses. Avui toca mirar al cel, veure les Gemínides i que cadascun de nosaltres llanci un desig: no valen desitjos materials com per exemple "que em toqui la grossa de Nadal". Només valen els altres, els que no es veuen però es poden sentir.
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