CICLO SIN FIN
El frenético ritmo de la ciudad nunca duerme. El cielo nocturno de Barcelona acogía las primeras luces del amanecer mientras el tráfico mañanero comenzaba a bullir. Eduardo salió de su piso camino del trabajo, con la mente aún nublada por los retazos de un sueño que se le escapaba. Al bajar las escaleras, notó cierta contractura en la espalda, secuela de haberse tendido en el sofá la noche anterior viendo la televisión.
Al salir a la calle, los primeros rayos de sol se filtraban entre los edificios iluminando la avenida. Eduardo encendió su smartphone para revisar correos mientras caminaba distraído por la acera. Fue entonces cuando lo oyó, el zumbido inconfundible de un patinete eléctrico acercándose a toda velocidad. Al levantar la vista, apenas tuvo tiempo de ver el rostro del conductor antes de que su cuerpo impactara contra él con fuerza, lanzándolo varios metros hacia delante.
Mientras yacía en el suelo, con el mundo dando vueltas a su alrededor, Eduardo experimentó un intenso flashback. Recordó otros tiempos, una vida pasada, cuando él mismo manejaba un patinete eléctrico con destreza por esas mismas calles. Cómo disfrutaba corriendo entre el tráfico, esquivando peatones con la emoción del riesgo. Hasta aquel fatídico día en que no pudo esquivar a tiempo y arrolló a un hombre de mediana edad en la acera...
Cuando recobró la conciencia, Eduardo se encontraba tendido en una cama de hospital, con el cuerpo dolorido y entablillado. Poco a poco, fue tomando consciencia de la macabra realidad: había renacido en el cuerpo del conductor del patinete, aquel que sin remordimientos lo había arrollado. Y comprendió entonces que el destino le había dado otra oportunidad para expiar su culpa en una reencarnación infernal.
Ahora Eduardo -o quien fuera antes de este suceso- vivía atormentado por los recuerdos de su vida anterior. Cada mañana al despertar, era poco a poco consciente de la atrocidad que había cometido. Hasta que un día, ya no pudo soportar más la carga y decidió que debía liberarse de aquel ciclo sin fin. Y sin más miramientos, se lanzó temerariamente con su patinete eléctrico directo hacia unos peatones que aguardaban en la acera...
Al impactar contra los peatones, Eduardo salió despedido del patinete. Su cuerpo inerte yacía ahora tendido en la acera, entre los cuerpos de las personas a las que había arrollado en su impulsiva decisión de poner fin a su calvario.
Poco a poco, fue despertando de su estado de inconsciencia. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue el rostro preocupado de una mujer inclinada sobre él. Con voz temblorosa, le preguntó qué había sucedido. Ella le contó que un loco en patinete los había atropellado a él y a dos viandantes más. En ese momento, Eduardo escuchó las sirenas de una ambulancia acercándose.
Mientras era subido a la camilla, comenzó a retroceder en sus recuerdos. Se vio a sí mismo montando el patinete aquel día fatídico, cómo impactó sin piedad contra aquel hombre en la acera...y comprendió entonces con horror que había renacido en el cuerpo de su propia víctima.
Ya en el hospital, con múltiples fracturas y contusiones, Eduardo no paraba de divagar. ¿Cómo escapar de este ciclo kármico del que parecía no tener fin? ¿Estaría condenado a revivir una y otra vez aquel trágico accidente, ahora desde distintas perspectivas? Sumido en sus pensamientos, cayó en un sueño agitado donde los recuerdos de sus vidas pasadas se mezclaban en una maraña confusa.
Al despertar de madrugada, creyó vislumbrar una posible solución a su maldición. Tomó la almohada con decisión y la colocó sobre su rostro...
Eduardo forcejeó durante unos segundos, con el férreo agarre de la almohada sofocando su respiración. Poco a poco, fue perdiendo la consciencia hasta que su cuerpo dejó de moverse.
Cuando despertó de nuevo, estaba tendido sobre la acera. Al intentar incorporarse, un agudo dolor en el pecho se lo impidió. Fue entonces cuando vislumbró la terrible verdad: había renacido en el cuerpo de su primera víctima, aquel que arrolló años atrás con el patinete.
Comprendió así que su destino era revivir una y otra vez ese fatal accidente, intercambiando roles entre atropellante y atropellado, en un ciclo del que no hallaría escapatoria. Ya fuera como conductor del patinete o como peatón inerme, el resultado era el mismo: su alma estaba condenada a perecer una y otra vez de forma violenta, para renacer luego en otro cuerpo y repetir la escena.
Eduardo cerró los ojos con resignación, aceptando por fin el castigo impuesto por las fuerzas del destino. Cuando los volvió a abrir, se encontraba de nuevo montado en su patinete, acelerando a toda velocidad calle abajo, inevitablemente atraído hacia su siguiente víctima aguardando en la acera. Y así, el eterno bucle se cerró sobre sí mismo, sin posibilidad de redención.
"Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo." (George Santayana, nacido el 16 de diciembre de 1863 y con una excelente memoria. No quería que le sucediese lo mismo que al hombre del patinete)
Y que cumplas muchos más de los 74 de hoy y procura que nadie se te suba a las barbas. Bon Nadal que decimos por esta parte del mundo. El relat d'avui és un desig del relator per a tots i totes aquells i aquelles descerebrats i descerebrades que circulen per les voreres de Barcelona alçats i alçades en el seu patinet elèctric amb total menyspreu a la integritat dels i les que circulem per la vorera: que us donin!
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