EL OTRO MISTERIO DE PAL
Me llamo Luis y soy el único detective privado del pueblo de Pal, en Andorra. Un pueblo tan pequeño y tranquilo que apenas hay crímenes que investigar. Por eso, cuando el tres de enero me desperté y vi que la nieve había desaparecido, me sentí intrigado. ¿Cómo era posible que en pleno invierno, en un lugar tan alto y frío, no hubiera ni un copo de nieve en el suelo?
Salí de mi casa, abrigado con mi gabardina y mi sombrero, y me dirigí al centro del pueblo. Allí me encontré con una escena insólita: decenas de turistas, con sus esquís, sus trineos y sus cámaras, paseando por las calles empedradas, admirando las casas de piedra y madera, y buscando algún lugar donde practicar sus deportes favoritos. Pero no había ni rastro de nieve. Ni en las montañas, ni en los tejados, ni en los árboles. Era como si alguien hubiera pasado una aspiradora gigante y se la hubiera llevado toda.
Me acerqué a uno de los turistas, un hombre joven y rubio, con un acento extranjero, y le pregunté:
- Disculpe, ¿sabe usted qué ha pasado con la nieve?
- No tengo ni idea -me respondió, con una sonrisa forzada-. Llegamos ayer por la noche, y esta mañana nos hemos encontrado con esto. Es una pena, porque habíamos venido a esquiar.
- Ya veo -dije, frunciendo el ceño-. ¿Y dónde se alojan ustedes?
- En el hotel Palau, el más grande del pueblo. ¿Por qué?
- Por curiosidad -mentí-. Gracias por su tiempo.
Me alejé del turista y me dirigí al hotel Palau, el más grande y lujoso del pueblo. Allí me esperaba mi amigo Pedro, el recepcionista, que me saludó con un gesto de preocupación.
- Hola, Luis. ¿Has visto lo que ha pasado?
- Sí, Pedro. Es muy extraño. ¿Tienes alguna pista?
- Pues mira, anoche llegó un grupo de turistas muy raro. Eran unos veinte, todos vestidos de negro, con gafas de sol y maletines. No hablaban con nadie, y se encerraron en sus habitaciones. Esta mañana, cuando he ido a limpiar, me he encontrado con que habían desaparecido. Y lo peor es que en sus camas había unos bultos sospechosos, como si fueran cadáveres.
- ¿Cadáveres? -exclamé, alarmado-. ¿Y qué has hecho?
- Pues he llamado a la policía, pero no han venido. Dicen que están muy ocupados con la desaparición de la nieve, y que no pueden perder el tiempo con tonterías.
- Tonterías, ¿eh? -dije, indignado-. Pues yo creo que hay una conexión entre los turistas y la nieve. Déjame ver las habitaciones.
Pedro me dejó pasar a las habitaciones, y lo que vi me dejó helado. En cada una de ellas, había una maleta abierta, llena de un polvo blanco y brillante. Era nieve. Nieve artificial, fabricada con algún tipo de químico. Y en las camas, había unos maniquíes de plástico, vestidos con la ropa de los turistas. Era una farsa. Los turistas eran unos impostores, que habían venido al pueblo con un plan malvado: robar toda la nieve natural, y sustituirla por su nieve falsa. ¿Pero con qué fin?
No tuve tiempo de pensar más, porque en ese momento entraron en el hotel los falsos turistas, armados con pistolas y miradas asesinas. Nos habían descubierto.
- ¡Rápido, Pedro, salgamos de aquí! -grité, cogiendo una de las maletas con nieve artificial.
Salimos corriendo del hotel, perseguidos por los impostores, que disparaban sin piedad. Por suerte, conseguimos llegar al coche de Pedro, y escapamos por la carretera. Mientras conducía, le expliqué mi teoría:
- Estos tipos son unos terroristas ecológicos, que quieren acabar con la nieve natural, y sustituirla por su nieve artificial, que es tóxica y contaminante. Así, pretenden destruir el ecosistema del pueblo, y arruinar la economía, basada en el turismo. Tenemos que detenerlos, y recuperar la nieve verdadera.
- ¿Y cómo vamos a hacer eso? -preguntó Pedro, nervioso.
- Pues tenemos que ir al lugar donde han escondido la nieve robada, y devolverla a su sitio. Seguro que está cerca del pueblo, porque no tendrían tiempo de llevarla muy lejos.
- ¿Y dónde crees que está?
- Pues hay un lugar que se me ocurre: la antigua fábrica de hielo, que está abandonada desde hace años. Vamos para allá.
Llegamos a la fábrica de hielo, y vimos que estaba rodeada de camiones, con el logo de una empresa llamada SnowCorp. Entramos con cuidado, y nos encontramos con un almacén enorme, lleno de montañas de nieve. Era la nieve del pueblo, que habían robado los terroristas. También vimos una máquina gigante, que producía la nieve artificial, y la distribuía por el pueblo, mediante unos tubos subterráneos. Era un plan diabólico.
- Tenemos que destruir esa máquina, y devolver la nieve al pueblo -dije, decidido.
- ¿Y cómo lo hacemos? -preguntó Pedro, asustado.
- Pues con esto -dije, mostrándole la maleta con nieve artificial que había cogido en el hotel.
- ¿Qué vas a hacer con eso?
- Pues voy a usarla como una bomba. Si la meto en la máquina, y la hago explotar, provocaré una reacción en cadena, que hará que toda la nieve artificial se derrita, y que la nieve natural vuelva a caer sobre el pueblo.
- ¿Estás seguro de que eso funcionará?
- No, pero es nuestra única opción. Vamos, ayúdame a colocar la maleta.
Nos acercamos a la máquina, y pusimos la maleta en su interior. Luego, salimos corriendo, y nos escondimos detrás de un camión. Esperamos unos segundos, y luego oímos una explosión. La máquina se incendió, y empezó a soltar humo. La nieve artificial se convirtió en agua, y empezó a salir por los tubos. Y la nieve natural, liberada de su prisión, empezó a caer del cielo, cubriendo el pueblo con un manto blanco y puro.
Lo habíamos conseguido. Habíamos resuelto el misterio, y salvado el pueblo. Los terroristas, al ver su plan frustrado, huyeron en sus camiones, y no volvimos a saber de ellos. La policía, al fin, llegó al lugar, y nos felicitó por nuestra hazaña. Los habitantes del pueblo, al ver la nieve, salieron de sus casas, y nos agradecieron con abrazos y aplausos. Y los turistas, al ver la nieve, se pusieron sus esquís, sus trineos y sus cámaras, y disfrutaron de sus vacaciones.
Y yo, Luis, el detective
privado, me sentí orgulloso de mi trabajo, y de mi amigo Pedro, el
recepcionista. Juntos, habíamos vivido una aventura increíble, que nunca
olvidaríamos. Y habíamos aprendido una lección: la nieve es un regalo de la
naturaleza, que hay que cuidar y respetar. Porque sin nieve, no hay vida. Ni esquí.
“Los estados deben regirse por sí mismos, sin depender de un poder central que los oprime y los explota”. (Prisciliano Sánchez, nacido el 4 de enero de 1783, no era catalán sino mexicano por lo que sabía bastante de lo que hablaba)
Y que cumplas muchos más de los 64 de hoy y que sepas que, cuantos más cumplas, más te crecerá la barba si no te la afeitas. Es va trobar amb el seu jo del passat en les escales. Li va explicar com havia venut el seu món per diners i fama. Li va preguntar si es penedia. Ell va negar amb el cap. "Mai vaig perdre el control", va dir. "Només vaig canviar de món". I va continuar pujant, mentre l'altre baixava.
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