jueves, 29 de febrero de 2024

DEL PORQUÉ FEBRERO TIENE 29 DÍAS CADA CUATRO AÑOS


Febrero era el mes más triste del año. Solo tenía 28 días, mientras que los demás tenían 30 o 31. Se sentía incompleto, inferior, marginado. Los demás meses se burlaban de él, le llamaban "el cojo", "el enano", "el defectuoso". Febrero sufría en silencio, y deseaba tener un día más, aunque fuera solo uno, para sentirse igual que los demás.

Un día, se enteró de que el año solar era más largo que el año civil, y que cada cuatro años había que añadir un día extra al calendario para ajustarlo. Febrero vio una oportunidad de cumplir su sueño, y le pidió al año que le concediera ese día a él. El año, que era sabio y compasivo, accedió a su petición, y le otorgó el 29 de febrero cada cuatro años. Febrero se sintió feliz, y agradeció al año su generosidad. Los demás meses dejaron de burlarse de él, y le reconocieron su valor. Febrero, por fin, se sintió completo.

 "La mente es como un paracaídas: solo funciona cuando está abierta." (Esta frase se le atribuye a Ana María Ibars Ibars nacida el 29 de febrero de 1895. No estoy muy seguro de que sea suya pero lo que si estoy seguro es que si te lanzas en paracaídas y no lo abres no estaría aquí para contarlo)

Y que cumplas muchos más de los 64 de hoy, aunque el año que viene tendré que felicitarte el 1 de marzo como al presidente... que a lo mejor ya no lo es. C'est la vie!


Es la vida

Es deia Aisha i tenia els ulls més verds que la mar. Ell la va veure ballar en una festa i es va enamorar a l'instant. Li va oferir una rosa i li va murmurar a cau d'orella: "Ets la dona de la meva vida". Ella va somriure i li va dir: "No em facis promeses que no pots complir. La vida és així, c'est la vie". Després es va allunyar amb un altre home, deixant-lo només amb la flor marcida. Ell es va quedar mirant el cel, preguntant-se si algun dia tornaria a veure-la. Però mai més va saber d'ella. C'est la vie, c'est la vie.

miércoles, 28 de febrero de 2024

 ANIVERSARIO OSCURO

 


El frío viento de febrero arreciaba entre las calles desoladas de Kiev. Dos años habían pasado desde que los tanques rusos entraron en esta ciudad, dando comienzo a una guerra cuyo final era cada día más incierto.

Me encontraba en mi modesta vivienda, contemplando la caída de la tarde a través de los vidrios empañados por el gélido aliento del invierno. Mi mente no podía dejar de darle vueltas a los acontecimientos que nos habían llevado a esta situación, y a las dudas que se cernían sobre nuestro futuro como nación.

Al otro lado de la ventana, la oscuridad se cernía sobre las calles como un manto fúnebre. Sólo algún ocasional farol iluminaba la penumbra, trazando sombras alargadas en la nieve que se acumulaba en las aceras. Pocos transeúntes se aventuraban aún a recorrerlas a estas horas, protegiéndose apresuradamente del frío con sus abrigos y bufandas.

Entre mis sombrías cavilaciones, llamaron a la puerta. Al abrir, me encontré con unos ojos cansados conocidos, los de mi viejo amigo Andrei. "¿Puedo pasar?" -preguntó con tono preocupado-. Le ofrecí una taza de té caliente mientras nos acomodábamos en mi modesto salón. Tras los primeros sorbos, rompió el silencio:

—Dígame, Nikolai, ¿qué cree que depara el futuro para nuestro país? Dos largos años bajo el yugo de la ocupación, y las fuerzas rusas no hacen más que ganar terreno. Nuestras defensas se ven sobrepasadas, y la ayuda prometida por Occidente no parece llegar nunca.

Torcí el gesto, enfrentando la crudeza de sus palabras. Sabía que tenía razón, pero no deseaba rendirme a la desesperanza.

—Es cierto que la situación luce sombría -respondí tras una pausa-. Pero no debemos perder la esperanza en nuestra causa. La libertad es un don demasiado preciado como para abandonarlo sin luchar. La resistencia ucraniana ha demostrado ser más fuerte de lo que imaginaba el Kremlin.

—Ojalá tengas razón, amigo -repuso Andrei con un suspiro-. Pero Occidente vuelve a quedarse paralizado por sus propias rencillas y burocracias. Sus organizaciones se han mostrado incapaces de actuar con la celeridad que requiere la situación. Mientras tanto, el ejército invasor avanza implacable.

Guardé silencio, pues no tenía una réplica convincente a sus argumentos. Años de frustración e impotencia se reflejaban en sus facciones, en sus expresivos ojos azules ahora cubiertos por una sombra de desesperanza. Compartía su pesimismo en lo más profundo de mi alma. Sólo el fuego crepitante en la chimenea rompía el silencio de la estancia, mientras las primeras estrellas titilaban tímidamente en el cielo nocturno.

No podía ofrecerle certezas en aquel segundo aniversario de la invasión, sólo la compañía de un viejo amigo frente al devenir incierto de los acontecimientos. La guerra, como la vida misma, se nos escapaba de las manos cual arena entre los dedos. Todo cuanto me quedaba era aferrarme a la esperanza, y rezar para que el alba nos deparara un nuevo día de libertad.

"No hay conversación más grata que la que es entre personas que se aman, ni hay nada en el mundo más agradable que tener alguien a quien se pueda hablar sin reservas." (Michel de Montaigne, nacido el 28 de febrero de 1533 esa frase que se le atribuye a él es algo que yo sospechaba)

Y que cumplas muchos más de los 30 de hoy y continúes con la esperanza de no romperte nada.


Rota

Ella caminava pels carrers trencats de la ciutat, amb un cor fet miques i una ànima plena de cicatrius. Els seus ulls reflectien la melancolia dels somnis trencats i els amors perduts. Però encara així, seguia endavant, respirant la foscor i exhalant esperança.

Els seus passos la van portar a un cafè solitari, on es va trobar amb un home de paraules escasses. Les seves mirades es van entrellaçar, com dues ànimes trencades que es reconeixen en el dolor. Sense dir una paraula, es van prendre de la mà i van deixar que les seves ferides es toquessin, sanant juntes en aquest fugaç instant.

I així, enmig de la desolació, van trobar la pau que només els cors trencats poden conèixer.

 

 

martes, 27 de febrero de 2024

EL DIPUTADO QUE FUE A POR MASCARILLAS Y PERDIÓ SU IPAD Y SU MÓVIL


Era una mañana soleada y fría de invierno en Madrid. El tráfico era intenso y los peatones se apresuraban a llegar a sus destinos. Entre ellos, se destacaba un hombre de mediana edad, vestido con un traje gris y una corbata roja. Llevaba en sus manos un maletín de cuero y un iPad de última generación. En su oreja, lucía un auricular inalámbrico conectado a su teléfono móvil. Se trataba de José Luis Abetos, diputado del Partido Socialista Obrero Español por la provincia de Valencia.

José Luis era un político ambicioso y sin escrúpulos. Había llegado al Congreso de los Diputados gracias a su habilidad para manipular a los votantes con promesas falsas, discursos vacíos y ser un incondicional de Pablo Sanches. No le importaba el bienestar de sus representados, sino el suyo propio. Su único objetivo era mantener su escaño y disfrutar de los privilegios que le otorgaba su cargo: un sueldo de 5000 euros al mes, dietas, viajes, coche oficial, escolta y, sobre todo, su iPad y su teléfono móvil.

José Luis adoraba sus gadgets. Los consideraba imprescindibles para su trabajo y su vida personal. Con ellos, podía consultar las noticias, enviar mensajes, hacer llamadas, ver vídeos, jugar, leer, escuchar música y navegar por las redes sociales. Sin ellos, se sentía perdido, aburrido e insignificante. Eran su fuente de información, entretenimiento y autoestima.

Pero José Luis tenía un problema. Su partido estaba envuelto en un escándalo de corrupción que salpicaba a varios de sus compañeros. La opinión pública y la oposición exigían responsabilidades y el líder del partido, Pablo Sanches, había decidido sacrificar a algunos diputados para salvar su imagen. Entre ellos, estaba José Luis.

José Luis se enteró de la noticia cuando llegó al Congreso. Su secretaria le entregó una carta firmada por Sanches, en la que le comunicaba que debía renunciar a su acta de diputado y abandonar el escaño. José Luis se quedó atónito. No podía creer que le hicieran eso. Él no había robado nada, solo había seguido las órdenes de sus superiores. ¿Por qué tenía que pagar él el pato?

José Luis se dirigió al despacho de Sanches, dispuesto a reclamar. Entró sin llamar y se encontró con el líder del partido, sentado tras su mesa, rodeado de papeles y pantallas.

—¿Qué significa esto, Pablo? - preguntó Alberto, mostrando la carta.

—Significa lo que dice, José Luis. Tienes que dimitir. Es una decisión del partido - respondió Sanches, con frialdad.

—¿Pero por qué yo? ¿Qué he hecho yo? - insistió José Luis.

—No te hagas el inocente. Sabes muy bien que estás implicado en el caso Mascarillas. Has recibido sobresueldos, regalos y comisiones ilegales. Estás en la lista de Villarejo. Eres un corrupto - acusó Sanches.

—Eso no es cierto, Pablo. Yo solo he hecho lo que me mandabas. Tú eras el que repartía el dinero. Tú eres el responsable - se defendió José Luis.

—No me vengas con excusas. Tú eres el que ha sido pillado y el que tiene que asumir las consecuencias. El partido necesita un chivo expiatorio y tú eres el elegido. Así que no te resistas y haz lo que te digo. Renuncia a tu escaño y lárgate - ordenó Sanches.

—Pero Pablo, piensa en lo que me pides. Si renuncio a mi escaño, perderé todo. Mi sueldo, mi coche, mi escolta, mi iPad, mi teléfono... - se lamentó.

—¿Y qué? ¿Acaso no tienes suficiente con lo que has robado? ¿No te basta con lo que tienes en tu cuenta de Suiza? ¿No te da vergüenza seguir viviendo del erario público? - reprochó Sanches.

—No, Pablo, no lo entiendes. No se trata del dinero. Se trata de mis gadgets. Sin ellos, no soy nadie. Son mi vida, Pablo, mi vida – confesó José Luis.

—¿Tus gadgets? ¿De qué hablas, José Luis? ¿Estás loco? ¿Cómo puedes anteponer unos cacharros a tu dignidad, a tu honor, a tu partido? - se sorprendió Sanches.

—Es que tú no lo sabes, Pablo. Tú no sabes lo que es estar conectado al mundo, a la información, al entretenimiento, a la autoestima. Tú no sabes lo que es sentir el poder en tus manos, el poder de un iPad, el poder de un teléfono. Tú no sabes lo que es ser un diputado, Pablo, un diputado de verdad - se exaltó.

—Basta, José Luis, basta. No quiero oír más tonterías. Ya he tomado mi decisión y no voy a cambiarla. Así que hazme un favor y vete de aquí. Y no olvides devolver el iPad y el teléfono. Son propiedad del Congreso, no tuya - sentenció Sanches.

—No, Pablo, no. No me pidas eso. No me quites mis gadgets. No me quites mi vida. Por favor, Pablo, por favor - suplicó.

—Lo siento pero es lo que hay. Ahora, fuera de mi vista - concluyó Sanches.

José Luis salió del despacho de Sanches, derrotado y desesperado. Sabía que no tenía escapatoria y tenía que renunciar a su escaño y a sus gadgets. Sabía que iba a perderlo todo. Y lo que era peor, sabía que iba a convertirse en nadie.

"La democracia es la necesidad de doblegarse colectivamente a la opinión pública." (Ernest Renán, del 27 de febrero de 1823. Acertó de pleno con la definición de democracia)

Y que cumplas muchos más de los 61 de hoy y, si, hemos cambiado una barbaridad. Pero hablaremos de eso otro día.


 Com hem canviat

La distància entre nosaltres creixia dia a dia. Al principi discutíem per petiteses, després per diferències cada vegada majors. El nostre amor s'anava esquerdant com una finestra sota la pluja tempestuosa. Un dia em vaig adonar que ja érem estranys i tot havia canviat. Vaig mirar cap enrere amb nostàlgia dels temps en què rèiem junts, però aquests dies mai tornarien. Ara només quedava seguir cadascun pel seu camí.