RED ROSE: EL SUEÑO DE UN AVIADOR
El sol abrasador del mediodía se reflejaba en la arena del desierto, creando espejismos de oasis y lagos. El silencio era absoluto, roto solo por el ruido de los motores de los jeeps que avanzaban lentamente por el terreno inhóspito. Eran cuatro vehículos militares, con la bandera francesa ondeando en sus capotas. En ellos iban ocho soldados, armados con fusiles y granadas, y un oficial al mando. Su misión era patrullar la zona y vigilar posibles movimientos de los rebeldes argelinos, que luchaban por la independencia de su país desde hacía seis años.
El oficial se llamaba Pierre Lefebvre, y era un hombre de unos cuarenta años, con el pelo rubio y los ojos azules. Era un veterano de la guerra de Indochina, donde había sido condecorado por su valor y su astucia. Ahora estaba destinado en el Sahara, un lugar que le parecía aburrido y monótono. Añoraba la acción y la aventura, y se sentía frustrado por tener que cumplir órdenes que no entendía ni compartía. No le gustaba la idea de reprimir a un pueblo que solo quería ser libre, pero tampoco podía desobedecer a sus superiores. Así que se limitaba a hacer su trabajo lo mejor posible, y a esperar que la situación se resolviera pronto.
Mientras conducía el primer jeep, Lefebvre miraba el horizonte con indiferencia. No esperaba encontrar nada interesante en aquel erial. De repente, vio algo que le llamó la atención. Era una mancha oscura en la arena, que contrastaba con el color claro del entorno. Parecía el resto de un avión, medio enterrado por el viento y el tiempo. Lefebvre se detuvo y ordenó a los demás que hicieran lo mismo. Bajó del jeep y se acercó al objeto con curiosidad. Era un biplano de madera y tela, con las alas rotas y el fuselaje agujereado. En el costado se podía leer el nombre de la aeronave: "Red Rose". Lefebvre reconoció el modelo. Era un Avro Avian, un avión británico de los años treinta, usado para vuelos de larga distancia.
—¿Qué es esto? -preguntó Lefebvre a sus hombres, que se habían reunido a su alrededor.
—Parece un avión antiguo, señor -respondió uno de ellos.
—¿Y qué hace aquí? –se preguntó Lefebvre en voz alta.
—No lo sé, señor. Tal vez se estrelló hace mucho tiempo, y nadie lo encontró.
—O tal vez sea un espía inglés, que vino a espiar a los franceses -bromeó otro.
—No digas tonterías -replicó Lefebvre-. Los ingleses son nuestros aliados, no nuestros enemigos. Además, este avión es de antes de la guerra. Tiene que haber otra explicación.
Lefebvre se asomó a la cabina del piloto, y se quedó helado. Dentro había un esqueleto, vestido con un traje de vuelo y un casco de cuero. El cráneo estaba apoyado en el manillar, y la mandíbula abierta en una mueca macabra. En la mano derecha, el cadáver sostenía una pistola, y en la izquierda, un diario. Lefebvre cogió el diario con cuidado, y lo abrió. Las páginas estaban amarillentas y llenas de polvo, pero se podía leer la letra del difunto. La primera página decía:
"Diario de vuelo de Bill Lancaster. 11 de abril de 1933. Hoy empiezo mi gran aventura. Voy a intentar batir el récord de velocidad entre Inglaterra y el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África. Será un viaje de más de diez mil kilómetros, que espero completar en menos de cuatro días. Quiero demostrar al mundo de lo que soy capaz, y sobre todo, a ella. A Chubbie, mi amada. La mujer que me robó el corazón, y que me espera al otro lado del continente. Ella es la razón de mi vida, y la inspiración de mi vuelo. Le he prometido que volveré a sus brazos, y que le traeré una rosa roja, como símbolo de mi amor. Por eso he bautizado a mi avión como "Red Rose". Es el regalo más hermoso que puedo hacerle, y el más peligroso. Pero no me importa el riesgo. Solo me importa ella. Así que, sin más dilación, me despido de este diario, y de este país. Que Dios me acompañe, y me guíe hasta mi destino. Hasta pronto, Chubbie. Te quiero."
Lefebvre sintió un escalofrío al leer aquellas palabras. Aquel hombre había muerto por amor, en busca de un sueño que nunca se cumplió. ¿Qué habría pasado con su amada? ¿Sabría lo que le ocurrió? ¿Le habría esperado, o se habría casado con otro? Lefebvre se preguntó si él sería capaz de hacer algo así por una mujer. Recordó a su esposa, que le había dejado por otro hombre, y a su amante, que solo le quería por su dinero. Ninguna de las dos le había hecho sentir lo que aquel aviador sentía por su Chubbie. Lefebvre se sintió triste y vacío. ¿Qué sentido tenía su vida? ¿Qué sentido tenía la guerra? ¿Qué sentido tenía el mundo?
Lefebvre cerró el diario, y lo guardó en su bolsillo. Luego, le hizo un gesto a sus hombres para que volvieran a los jeeps. No dijo nada sobre lo que había encontrado. Era un secreto entre él y el muerto. Un secreto que se llevaría a la tumba. Lefebvre arrancó el motor, y reanudó la marcha. El sol seguía brillando en el cielo, y el desierto seguía siendo el mismo. Pero algo había cambiado en el corazón de Lefebvre. Algo que nunca olvidaría.
"La felicidad es un estado de ánimo, no una posesión material." (George Meredith, nacido el 12 de octubre de 1828 nos sacó de un error en el que caemos a menudo: considerar que la felicidad va aparejada al dinero. Afortunadamente la felicidad es como la muerte, a tod@s nos llega)
Y con 77 años se fue un 12 de febrero llevándose tu canción... aunque aún hay alguien que la canta.
La teva cançó
Va triar una melodia senzilla que fluïa en la seva ment i va començar a taral·larejar una dolça cançó per a ella. Mentre els seus dits recorrien les tecles del seu piano imaginari, les paraules van brollar soles, sortint directament des del cor. "És una cançó molt senzilla sense recursos bons o rics" va pensar. Però en la seva modèstia tancava tot l'amor que sentia per aquesta persona tan especial. Una mirada, un gest, un somriure era tot quant necessitava per a inspirar-li cançons que intentaven expressar el que no s'atrevia a dir amb paraules. Així va néixer la seva cançó, un regal d'amor en forma de melodia.
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