EL MINISTERIO DE LA INACCIÓN
El ciudadano K. se despertó una mañana con una sensación de aprensión inusual. Se levantó de la cama y se dirigió al armario para tomar su ropa, pero en lugar de sus habituales pantalones y camisa, encontró un uniforme grisáceo con un emblema extraño en el pecho. Al ponérselo, una placa metálica en el cinturón le reveló su nuevo cargo: "Funcionario del Ministerio de la Inacción".
Confuso y desorientado, K. salió de su apartamento y se dirigió al edificio del Ministerio, una mole de hormigón gris que se elevaba sobre la ciudad como un obelisco a la burocracia. Al entrar, se encontró con un laberinto de pasillos interminables, oficinas idénticas y filas interminables de ciudadanos con rostros pálidos y ojos vacíos.
K. finalmente llegó a su oficina, donde un hombrecillo con anteojos gruesos y mirada esquiva le instruyó en sus deberes: "Su trabajo es simple, Funcionario K. Debe archivar y clasificar las quejas de la población. Sin embargo, tenga en cuenta que ninguna queja debe ser jamás resuelta. La inacción es el pilar fundamental del Ministerio."
K. se sintió abrumado por la insensatez de su nueva labor. Día tras día, se enfrentaba a una avalancha de súplicas desesperadas: ciudadanos que clamaban por justicia, por ayuda, por un simple reconocimiento de sus problemas. Sin embargo, las normas del Ministerio eran irrefutables: las quejas se clasificaban, se archivaban y se olvidaban.
Frustrado y atormentado por la impotencia, K. comenzó a rebelarse contra el sistema. Intentó hablar con sus superiores, pero solo encontró oídos sordos y miradas de desaprobación. Incluso sus compañeros de trabajo, convertidos en autómatas de la inacción, lo miraban con recelo.
Un día, K. decidió tomar una decisión radical. Tomó una de las quejas, la más urgente y desgarradora, y la llevó al despacho del Director del Ministerio. Con el corazón palpitante, le suplicó que tomara medidas, que hiciera algo por aliviar el sufrimiento de la gente.
El Director, un hombre corpulento con una mirada gélida, lo escuchó en silencio. Cuando K. terminó, se levantó de su escritorio y, con una sonrisa cruel, le dijo: "Funcionario K., usted ha cometido un grave error. La acción no es tolerada en este Ministerio. Por su insubordinación, será enviado al Departamento de Desapariciones."
K. fue arrastrado por dos guardias impasibles. Nunca más se supo de él. Su única huella en el Ministerio de la Inacción fue una queja solitaria, archivada y olvidada en un estante polvoriento, un pequeño y silencioso grito ahogado en la maquinaria implacable de la burocracia.
«La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse». (Roger Martin du Gard, nacido el 23 de marzo de 1881 para ser premio Nobel de literatura en 1937. Nunca recordó lo que quiso olvidar)
Buscando el centro de gravedad se pasó la vida que empezó un 23 de marzo de 1945. No consta que lo lograse a pesar de lo mucho que le cantó.
Centre de gravetat permanent
El ressò de "Centre di gravità permanent" ressonava en la ment d'Elena mentre observava la mar des del penya-segat. La brisa salada agitava el seu cabell i les ones trencaven amb fúria contra les roques, un reflex de la tempesta interna que la turmentava.
La seva vida era una dansa frenètica, un constant anar i venir sense rumb fix. Un "centre di gravità permanent" s'havia convertit en una quimera.
De sobte, una gavina va solcar el cel amb majestuosa llibertat. Elena la va mirar amb enveja. En aquest instant, va comprendre que la cerca del seu centre de gravetat no era una carrera, sinó un viatge. Un viatge d'autodescobriment i acceptació.
Va tancar els ulls i va respirar profund. La mar li murmurava paraules de calma i la brisa li acariciava el rostre. La tempesta en el seu interior començava a amainar.
Elena va somriure. Tal vegada, el seu centre de gravetat no era un lloc fix, sinó la capacitat de ballar amb la vida, amb les seves ones i les seves tempestes, sense perdre l'equilibri.
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