CÓMO NOS GUSTAN LOS ECLIPSES
Los eclipses, esos caprichos celestes donde la danza entre astros dibuja un velo de misterio sobre la realidad, nos atraen como polillas a la llama. No importa si se trata del sol, cediendo su corona a la mordedura de la luna, o de la luna, esfumándose bajo la sombra de la Tierra. En ambos casos, la naturaleza nos regala un espectáculo único, un recordatorio de nuestra pequeñez ante el cosmos.
Observamos el eclipse con una mezcla de fascinación y temor reverencial. Sentimos un escalofrío recorrer nuestra piel cuando la luz se atenúa, cuando las sombras se alargan y el mundo se vuelve un lugar extraño, como si de pronto habitáramos un sueño. En ese instante fugaz, nos conectamos con algo más grande que nosotros mismos, con la inmensidad del universo y la danza eterna de los astros.
Y es que los eclipses son más que un simple fenómeno astronómico. Son un símbolo, una metáfora de la vida misma. La luz y la oscuridad, la alegría y la tristeza, el éxito y el fracaso, son dos caras de la misma moneda. Un eclipse nos recuerda que la vida no es una línea recta, sino una sucesión de ciclos, de altibajos, de momentos de plenitud y de eclipses temporales.
Los humanos, en nuestra eterna búsqueda de control, intentamos imitar la majestuosidad de los eclipses. Queremos eclipsar al adversario, vencerlo, hacerlo desaparecer de nuestro camino. Pero en nuestro afán por dominar, por imponer nuestra voluntad, olvidamos algo fundamental: la sombra siempre está presente.
La inseguridad, la duda, el miedo, son parte inevitable de la condición humana. Son las sombras que nos acompañan en el camino, los eclipses que amenazan con oscurecer nuestra luz. Y sin embargo, son también una oportunidad para crecer, para aprender, para convertirnos en seres más fuertes y resilientes.
Al igual que la luna recupera su brillo después del eclipse, nosotros también podemos salir fortalecidos de las sombras. La clave está en aceptarlas como parte de la vida, en aprender a vivir con ellas, en convertirlas en fuente de sabiduría y crecimiento.
Los eclipses nos recuerdan que la vida es un baile entre la luz y la oscuridad, entre la plenitud y el vacío. Aceptarlo es el primer paso para vivir con mayor libertad, para disfrutar del brillo del sol sin negar la existencia de la luna. Es la única forma de convertir nuestros propios eclipses en oportunidades para brillar con más fuerza.
"La paz viene de adentro. No la busques fuera." (Frase atribuida a Buda, cuyo nacimiento lo señalan el 8 de abril del 480 a de C. por lo que o “C” es una copia de él o se inventó una derivada de Buda. Está bien, tengamos la fiesta en paz que bastante jaleo hay fuera)
Y que cumplas muchos más de los 49 de hoy haciendo versiones tan especiales como la del video.
Perdent la meva religió
El sol s'enfonsa en l'horitzó, tenyint el cel de tons taronja i lila. En Joan, amb la mirada perduda en la immensitat del mar, sent com la seva fe s'esvaeix com la sorra entre els seus dits.
La lletra d’una cançò ressona en els seus auriculars, com un lament que acompanya la seva desil·lusió. Ja no troba consol en els dogmes ni en els rituals, la seva religió s'ha convertit en un buit.
Un xiuxiueig del vent porta l'olor salada del mar, recordant-li la força i la bellesa de la natura. En Joan tanca els ulls i respira profundament, buscant un nou camí, una nova connexió amb el món que l'envolta.
La llum del far s'encén a la distància, un far que guia els vaixells perduts en la nit. En Joan somriu, conscient que la seva recerca ha començat. Ha perdut la seva religió, però no la seva esperança.
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