jueves, 18 de abril de 2024

 EL TIEMPO, ESA ELÁSTICA BURLA


En el corazón de la urbe, donde el sol se empeñaba en dibujar rascacielos de cristal y el asfalto gemía bajo el peso de miles de almas apresuradas, habitaba Diego, un hombre común atrapado en una rutina tan gris como el cielo de noviembre. Su vida era una sinfonía de horarios, alarmas y citas, un baile frenético al son del tic-tac del reloj.

Diego despertó esa mañana como cualquier otra, con el chirrido agudo del despertador perforando la tenue bruma del sueño. Eran las seis en punto, la hora sagrada en la que la ciudad comenzaba a despertar, aletargada y bostezando, para enfrentar otro día en la jungla. Con un gruñido de protesta, se levantó, tropezando con sus propias pantuflas como un sonámbulo, y se dirigió al baño, donde se sometió al ritual mañanero de afeitarse y lavarse los dientes, una danza mecánica que realizaba con los ojos cerrados, soñando con cinco minutos más de descanso.

Terminado el rito, Diego se dirigió a la cocina, donde la cafetera goteaba su elixir mágico, prometiendo un oasis de lucidez en medio del desierto de la mañana. Mientras el café se preparaba, se sentó a la mesa, hojeando el periódico con desgana, sus ojos recorriendo los titulares sin procesar realmente la información. El mundo exterior parecía lejano, un murmullo indistinguible ahogado por el ruido de su propia mente.

Finalmente, el café estuvo listo, y Diego lo sorbió con avidez, sintiendo el calor reconfortante recorrer su cuerpo. Se sentó frente a la computadora, listo para sumergirse en el mar de correos electrónicos, informes y tareas pendientes que lo esperaba. Pero antes de comenzar, decidió tomarse un pequeño descanso, cerrar los ojos por solo cinco minutos, para reunir las fuerzas necesarias para enfrentar la batalla diaria.

Cinco minutos. Eso era todo lo que necesitaba. Sin embargo, cuando abrió los ojos, el reloj de la pared marcaba las ocho menos cuarto. Un escalofrío de confusión recorrió su espina dorsal. ¿Cómo era posible? Solo habían pasado unos segundos, o al menos eso le pareció. Se frotó los ojos con fuerza, como si la simple fricción pudiera deshacer el enigma del tiempo. Pero no había cambios. Eran las ocho menos cuarto, y el mundo había avanzado dos horas sin su consentimiento.

Diego se quedó atónito, sin saber qué pensar. Se sentía como si hubiera sido víctima de una broma cruel, una burla cósmica del destino. ¿Era posible que el tiempo se hubiera doblado a su antojo? ¿Acaso había entrado en un portal temporal sin saberlo?

Sacudiendo la cabeza para alejar las ideas locas, Diego se levantó de la mesa y se dirigió al trabajo, con la mente aún tambaleándose por la inexplicable experiencia. Al llegar a la oficina, se sentó en su cubículo y miró el reloj de su computadora. Era la una y media de la tarde. Suspiró resignado. No era la primera vez que sucedía algo así. De hecho, en las últimas semanas, había notado que el tiempo parecía jugarle malas pasadas. Unos días, los minutos parecían volar como balas, mientras que otros, las horas se arrastraban como caracoles perezosos.

"¿Qué pasa conmigo?", se preguntó en voz baja, "¿estoy perdiendo la cabeza?". Sus compañeros de trabajo, absortos en sus propias tareas, no prestaron atención a su murmullo. Para ellos, el tiempo transcurría de manera normal, sin saltos ni tropiezos. Solo Diego parecía estar atrapado en una extraña distorsión temporal.

En ese momento, la voz de su jefe lo sacó de su ensimismamiento. "Diego", dijo con tono autoritario, "necesito que termines este informe para mañana. ¿Te parece bien?". Diego asintió con la cabeza, sintiendo una oleada de frustración. Sabía que no podría terminar el informe a tiempo, no con el tiempo jugando con él de esa manera. Sin embargo, no podía decirle a su jefe que el tiempo se había vuelto elástico, que su percepción de la realidad estaba distorsionada.

"¿Es difícil explicar la teoría de la relatividad?", pensó con ironía, "para mí, el tiempo se ha vuelto más relativo que nunca". Se puso a trabajar en el informe, tratando de ignorar el tic-tac del reloj, que parecía burlarse de él con cada segundo que pasaba. Sabía que, al final del día, llegaría a casa exhausto, con la sensación de haber vivido dos jornadas en una. Y así, en la monotonía de su rutina, Diego se convirtió en un prisionero del tiempo, un náufrago sin brújula en un mar de horas distorsionadas.

Su vida se convirtió en una serie de eventos desconectados, fragmentos de tiempo que se superponían y se mezclaban de forma caótica. Un día, se encontraba en la oficina a las nueve de la mañana, trabajando en un proyecto que había comenzado la semana anterior. Al siguiente momento, estaba en casa, cenando con su familia, con la sensación de que no había pasado ni una hora desde que se había sentado en su escritorio.

Diego comenzó a perder la noción del tiempo. Los días se confundían con las noches, las semanas con los meses. Su mente se convirtió en un laberinto de recuerdos borrosos y fechas imprecisas. Ya no sabía en qué día vivía, ni qué día vendría después.

Sus compañeros de trabajo lo miraban con recelo, susurrando entre ellos sobre su comportamiento extraño. Su familia se preocupaba, notando la mirada perdida en sus ojos y la creciente distancia en su comportamiento. Pero Diego no podía explicarles lo que le estaba pasando. No tenía palabras para describir la distorsión temporal que lo atormentaba.

Un día, Diego se encontró en un parque, sentado en un banco, observando a los niños jugar. Los veía correr y reír, sin preocupaciones ni ataduras al tiempo. Y en ese momento, tuvo una epifanía.

"El tiempo no es real", se dijo a sí mismo. "Es solo una ilusión, una construcción de nuestra mente". Y en ese instante, una extraña sensación de paz lo invadió. Dejó de luchar contra el tiempo y simplemente lo aceptó como era: una fuerza caótica e impredecible.

"La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo." (Luis Montt Montt, nacido el 18 de abril de 1848 yo le diría: por eso el mundo no cambia, por  su mala educación)

Y que cumplas muchos más de los 50 de hoy aunque sea imitando a "La Voz"...yéndose a la luna.

En la lluna argentada

La nau espacial va aterrar suaument sobre la superfície lunar, aixecant un núvol de pols fina. La porta es va obrir i va sortir una figura vestida de blanc, amb un casc que cobria el seu rostre. Va fer un pas tentatiu cap a la superfície, i després un altre, fins que finalment va estar de peu.

Va mirar al seu voltant, meravellada per la immensitat del paisatge lunar. Tot era blanc i gris, amb un cel negre ple d'estrelles. Es va sentir petita i insignificant, però també lliure i plena d'emoció.

Va tancar els ulls i va respirar profundament, inhalant l'aire fred i sec. Va obrir els ulls de nou i va veure la Terra lluny a l'horitzó, una bola blava i verda que brillava amb llum pròpia.

Va somriure i va saber que havia arribat al seu destí.

 

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