miércoles, 24 de abril de 2024

HACIENDA Y EL AMOR: LA COMEDIA POLÍTICA DE ISABEL Y ALBERTO


En el corazón de la España autonómica, donde la política y el amor se entremezclan como el vino y las tapas, residía Doña Isabel, una mujer de armas tomar, presidenta de su comunidad autónoma. Su reinado, aunque no exento de polémicas, se caracterizaba por una férrea determinación y un don especial para atraer a los hombres más poderosos de la región.

Un día, mientras revisaba aburrida los expedientes de ayudas a las empresas durante la pandemia de la Covid-19, un nombre la cautivó: Don Alberto, un empresario carismático con una sonrisa de tiburón y una cartera aún más amplia. Su empresa, dedicada a la fabricación de mascarillas de dudosa calidad, había prosperado como setas en otoño bajo la lluvia de subvenciones.

Doña Isabel, fascinada por la audacia y el éxito de Don Alberto, decidió invitarlo a una cena oficial. La velada discurrió entre copas de Rioja y frases ingeniosas, y al final de la noche, Doña Isabel se encontró perdidamente enamorada del empresario.

Su relación floreció como un rosal en primavera, pero el destino, siempre travieso, tenía otros planes. Una inspección de Hacienda, como un rayo en una tormenta de verano, descubrió que Don Alberto, el galán de las subvenciones, había defraudado la friolera de 500.000 euros durante la pandemia.

El escándalo sacudió los cimientos de la comunidad autónoma. La prensa se cebó con la historia, bautizando a Don Alberto como "El Robin Hood del Coronavirus" y a Doña Isabel como "La Dama de las Máscaras".

Ante la posibilidad de una cárcel de cinco estrellas, el abogado de Don Alberto, un tipo con más labia que un vendedor de alfombras, ideó un plan ingenioso: confesar los delitos, devolver el dinero defraudado y pagar una multa astronómica. Todo a cambio de una condena más liviana que un algodón de azúcar.

Doña Isabel, cegada por el amor, no dudó en defender a su amado. En una rueda de prensa plagada de frases rimbombantes y poses dramáticas, acusó a la inspección de Hacienda de hacer una persecución política orquestada por sus enemigos.

La opinión pública se dividió. Algunos aplaudieron la lealtad de Doña Isabel, mientras que otros la tildaron de cómplice y la acusaron de proteger a un delincuente. El escándalo se convirtió en un circo mediático, con Doña Isabel en el papel de heroína trágica y Don Alberto como el pícaro encantador.

Al final, la justicia, aunque lenta e imperfecta, hizo su trabajo. Don Alberto fue condenado a una pena menor, pero suficiente para que Doña Isabel reconsiderara su futuro junto a un hombre con una ética tan flexible como un chicle.

La historia de Doña Isabel y Don Alberto nos recuerda que el amor, incluso en el mundo de la política, puede ser tan ciego como un topo. Y que, a veces, la mejor manera de demostrar nuestro amor es no defender a ciegas los errores de la persona amada, sino ayudarla a ver la luz al final del túnel, incluso si esa luz proviene de una celda de cárcel y un retiro permanente de la vida política.

"Dos amantes que se unen en matrimonio, rara vez encuentran, al cabo de muy pocos días, aquella plenitud de felicidad que su fantasía les prometía; porque son muy pocos los amantes que sepan o puedan descubrir en el alma de su amado aquella variedad que es imposible hallar en su cuerpo." (Giuseppe Baretti del 24 de abril de 1719 fue quién escribió o dijo esa frase que casualmente viene que ni pintada para resumir el relato de hoy)

Hoy hubiésemos celebrado su 84 cumpleaños, pero se quedó en 77 convirtiéndose en un viajero errante.


El viatger errant

En un camí polsós, sota un sol abrasador, un viatger errant caminava sense rumb fix. La seva barba espessa i els seus ulls cansats reflectien les històries de milers de quilòmetres recorreguts. A la seva esquena, una vella guitarra era la seva única companyia.

Amb veu ronca i melodia melancòlica, va entonar una cançó sobre la seva vida, sobre els llocs que havia vist i les persones que havia conegut. La seva veu era com el vent, portant els seus records a través del paisatge sec.

Al capvespre, quan el sol es va enfonsar en l'horitzó, el viatger errant va trobar un petit poble aïllat. Va tocar la seva guitarra a la plaça del poble, i la seva música va captivar els cors de la gent. Van escoltar les seves històries amb atenció, i van sentir la seva solitud en les seves paraules.

Quan va acabar la seva cançó, algú li va oferir un plat de menjar i un lloc per dormir. Per primera vegada en molt de temps, el viatger errant va sentir una sensació de calidesa i pertinença.

Al matí següent, va continuar el seu viatge, però ara amb un cor més lleuger. La música l'havia connectat amb els altres, i havia trobat un breu moment de pau en el seu viatge interminable.

 

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