domingo, 21 de abril de 2024

 LA CANTINELA DE LA PRODUCTIVIDAD

El aire en la oficina era denso, una mezcla de café recalentado, ambición desmedida y el zumbido constante de los ordenadores. Era otro viernes más en Industrias Megaeficiencia, donde la productividad no era solo un valor, era una religión.

En el cubículo 427, habitaba yo, Javier "El Javi", un alma en pena atrapada en el culto a la eficiencia. Mis compañeros, convertidos en yonquis del trabajo, se inyectaban horas extras como si fueran la pócima de la felicidad eterna.

-¡Oye, Javi! ¿Ya terminaste el reporte trimestral? – me preguntaba Beatriz, mi vecina de cubículo, con la mirada inyectada de cafeína y la sonrisa de un tiburón blanco.

-¡Casi, Beatriz! Solo me faltan un par de cosillas... - respondía yo, mintiendo descaradamente. La verdad era que ni siquiera había empezado. El pánico escénico de la hoja en blanco me tenía paralizado.

En Industrias Megaeficiencia, la pereza era un pecado capital. Se nos machacaba día tras día con el mantra de la productividad: "Más es más", "El tiempo es oro", "Los que no rinden, no comen". Frases motivadoras que, en realidad, eran latigazos disfrazados de aliento.

De pronto, un email irrumpió en mi pantalla. Era del mismísimo jefe supremo, Don Rodrigo "El Látigo" Ramírez. Convocatoria a reunión urgente en la sala de conferencias. Un escalofrío recorrió mi espalda. Las reuniones de Don Rodrigo eran como las misas dominicales: aburridas, repetitivas y llenas de sermones sobre la productividad.

Entramos a la sala, un mar de caras pálidas y ojeras pronunciadas. Don Rodrigo, con su traje impecable y su aura de déspota ilustrado, se paró frente a nosotros.

-¡Buenos días, equipo! He notado que algunos de ustedes… – comenzó su discurso, con una pausa dramática que nos dejó en vilo - … no están alcanzando sus metas de productividad.

Un murmullo de incomodidad recorrió la sala. Yo tragué saliva, sintiendo la mirada inquisidora de Don Rodrigo clavada en mí.

-La productividad es el alma de esta empresa - continuó - ¡Es lo que nos diferencia de la competencia! ¡Lo que nos hace grandes!

Don Rodrigo se paseaba por la sala como un león enjaulado, mientras nosotros escuchábamos en silencio, hipnotizados por su voz retumbante.

-¡Pero no se preocupen! – exclamó de pronto, con una sonrisa triunfal - ¡He encontrado la solución!

En ese momento, una ola de esperanza ilusoria me invadió. ¿Acaso Don Rodrigo había encontrado la manera de aumentar nuestra productividad sin sacrificar nuestras almas?

-¡A partir de ahora! - anunció con vozarrón - ¡Organizaremos seminarios de motivación! ¡Talleres de optimización del tiempo! ¡Cursos de mindfulness para potenciar la concentración!

Un gemido colectivo se escuchó en la sala. La idea de más horas encerrados en la oficina, esta vez bajo la tortura de la autoayuda corporativa, era aterradora.

-¡No se desanimen! - nos animó Don Rodrigo - ¡Serán sesiones dinámicas y enriquecedoras! ¡Les ayudarán a exprimir al máximo su potencial!

Yo salí de la reunión con una mezcla de frustración y resignación. La productividad se había convertido en una cadena perpetua, y Don Rodrigo, en nuestro despiadado carcelero.

Al llegar a mi cubículo, me senté frente a la computadora, derrotado. La hoja en blanco seguía burlándose de mí. En ese momento, una idea loca cruzó por mi mente. ¿Y si, en vez de obedecer ciegamente las órdenes de Don Rodrigo, me atreviera a rebelarme? ¿Y si, en vez de convertirme en un yonqui del trabajo, decidiera recuperar el control de mi tiempo y mi salud mental?

Con un toque de desafío en mi mirada, abrí un nuevo documento y comencé a escribir. No un reporte trimestral, ni un correo electrónico urgente, sino una carta de renuncia.

Tal vez era una locura, tal vez Don Rodrigo me despediría con cajas destempladas. Pero una cosa era segura: ya no podía seguir siendo un esclavo de la productividad. Era hora de recuperar mi vida.

“Nada es más peligroso que un gran pensamiento en un cerebro pequeño.” (Hippolyte Taine, del 21 de abril de 1828, lo tenía todo grande, inmenso. Incluso el cerebro)

Y hoy hace 8 años ya que se fue a la habitación de al lado este joven de 58 años al que le gustaba la lluvia púrpura.

Pluja púrpura

El cel, un llenç gris plom, plora sobre la ciutat. Les llàgrimes, gotes fredes i persistents, banyen els carrers buits, els edificis alts i les façanes desgastades. En un pis petit, sota el solet d'una finestra, un jove amb una guitarra a les mans observa el panorama urbà. Els seus dits recorren les cordes, arrencant una melodia melancòlica que es barreja amb el soroll de la pluja. La seva veu s'alça, carregada d'emoció, cantant un himne a la pèrdua, la ràbia i el dolor. La música omple l'habitació, un refugi contra la tempesta exterior i la tempesta interior del jove. En cada nota, en cada vers, hi ha una història, un sentiment, una vida. La pluja púrpura segueix caient, però la música del jove s'eleva, desafiant la foscor i la desesperació. Un crit d'esperança enmig de la nit.

Y el "bonus track" porque el chico se lo merece.


 

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