SI POR UNA SANDÍA LA LIARON GORDA, QUÉ HARÁN POR UNOS MISILES
La ciudad de Panamá, bajo el ardiente sol del mediodía del 15 de abril de 1856, era un hervidero de actividad. El bullicio del mercado, repleto de vendedores ambulantes pregonando sus productos y el murmullo de las conversaciones en diversos idiomas, creaban una sinfonía urbana que era el latido de la ciudad. Entre la multitud, un norteamericano de nombre Jack Oliver, de paso hacia California en busca de fortuna, se detuvo en el puesto de José Manuel Luna, un vendedor panameño de frutas. Oliver, con aires de superioridad, tomó una tajada de sandía sin pedir permiso y la mordió con desgana.
Luna, hombre de tez morena y mirada vivaz, le exigió el pago al instante. Oliver, acostumbrado a tratar a los locales con desprecio, se negó con arrogancia. Un insulto proferido por el norteamericano desató la furia de Luna, quien tomó un cuchillo para defender su honor. La chispa que encendió la mecha de la violencia ya estaba encendida.
En cuestión de segundos, la trifulca entre Oliver y Luna se transformó en un torbellino de puñetazos, patadas y gritos que recorrió las calles del mercado. Los transeúntes, presas del pánico, huían en todas direcciones, mientras los insultos y las amenazas en inglés y español se entremezclaban en el aire caldeado.
Al escuchar el alboroto, un grupo de panameños que se encontraban cerca se unió a la refriega, defendiendo a Luna y arremetiendo contra Oliver. La violencia escaló rápidamente, contagiando a otros transeúntes y transformando el mercado en un campo de batalla. Gritos de "¡Muera el yanqui!" y "¡Viva Panamá!" resonaban por las calles, mientras botellas, frutas y piedras volaban por el aire como proyectiles.
Las autoridades, desbordadas por la repentina explosión de violencia, luchaban por controlar la turba. Los disparos de los policías resonaron en medio del caos, sembrando aún más terror entre los presentes. La sangre corría por las calles, mezclándose con el jugo de las frutas pisoteadas.
En medio de la batalla campal, un joven panameño llamado Tomás, carnicero de oficio, se vio envuelto en la trifulca. Empuñando un cuchillo de matanza, se abrió paso entre la multitud, impulsado por un sentimiento de ira y patriotismo. Al ver a un grupo de norteamericanos atacando a un anciano panameño, Tomás arremetió contra ellos con la furia de un león herido.
La lucha fue feroz y sangrienta. Tomás, con su destreza y fuerza bruta, logró repeler a los norteamericanos, pero no sin recibir varias heridas. Agotado y bañado en sangre, se refugió en una callejuela, donde se desplomó al suelo, respirando con dificultad.
Al cabo de una hora, la violencia comenzó a disminuir. Las autoridades, con la ayuda de refuerzos, lograron dispersar a la multitud y restaurar un orden precario en las calles. El saldo del incidente fue aterrador: 28 muertos y decenas de heridos, tanto panameños como norteamericanos.
El "Incidente de la Tajada de Sandía", como se le conocería a este evento, marcó un punto de inflexión en las relaciones entre Panamá y los Estados Unidos. La tensión y el resentimiento entre ambas naciones se intensificaron, sentando las bases para futuras intervenciones estadounidenses en el istmo. La tajada de sandía, una fruta banal, se convirtió en el símbolo de un conflicto que marcaría la historia de Panamá para siempre.
"La religión no es sólo un sistema de ideas, es ante todo un sistema de fuerzas." (Émile Durkheim, nacido el 15 de abril de 1858 para hacer de la sociología una disciplina académica)
Y que cumplas muchos más de los 80 de hoy viajando sin parar que ya tendrás tiempo de descansar cuando llegues.
El Viatger
El vent gemegava entre les branques dels arbres nus, mentre en Joan, amb el seu pas ferm i cadenciós, s'allunyava del poble. La seva mirada, perduda en l'horitzó, reflectia la incertesa del camí que l'esperava. Havia deixat enrere tot el que coneixia, empès per una crida irresistible que ressonava en el seu interior.
Com un trobador sense llar, en Joan vagava per senders solitaris, cantant cançons antigues per a les ombres i les estrelles. La seva veu, impregnada de melangia i esperança, narrava històries de gestes heroïques i amors perduts.
En cada poble que visitava, deixava una empremta imborrable en els cors dels que l'escoltaven. La seva música era un far en la nit, una promesa de nous començaments.
I així, dia rere dia, en Joan continuava el seu viatge, guiant-se per l'estrella més brillant del firmament. La seva destinació era incert, però en el seu cor portava la il·lusió d'un món ple de possibilitats.
No hay comentarios:
Publicar un comentario