LA MUJER DEL CÉSAR
En el corazón de una ciudad que nunca duerme, donde los rascacielos se alzan como centinelas de cristal y acero, se encontraba la sede de Aerodesigns, una empresa aeronáutica de mediano tamaño. Sus directores, Antonio y Eduardo, eran como dos pilotos experimentados enfrentándose a una tormenta perfecta; la crisis económica amenazaba con derribar el avión que habían construido con tanto esfuerzo.
Antonio, con su cabello plateado y mirada que había visto demasiados despegues y aterrizajes, era la prudencia personificada. Eduardo, por otro lado, era el fuego, con su barba siempre imperfecta y un brillo en los ojos que desafiaba cualquier turbulencia. Juntos, habían navegado por cielos claros y tormentas, pero esta vez, la tormenta parecía demasiado feroz.
La sala de juntas era un microcosmos de su situación: elegante pero desgastada, con mapas de rutas aéreas que adornaban las paredes y modelos de aviones que parecían listos para volar hacia un futuro más prometedor. Fue aquí donde se reunieron para seleccionar al profesional que les ayudaría a solicitar un plan de rescate del gobierno.
Los candidatos eran tres: un hombre con la experiencia de quien ha volado en todas las condiciones, una mujer con la visión de quien puede ver más allá de las nubes, y ella, , la esposa del presidente del gobierno. era como un avión en el hangar, con potencial aún no probado, pero con una influencia que podría elevarlos por encima de la tormenta.
"Antonio, sabes tan bien como yo que esto es más que una simple contratación," dijo Eduardo, su voz era como el rugido de los motores en la pista. "Es nuestra única oportunidad de salvar Aerodesigns."
Antonio asintió, su mirada perdida en el horizonte imaginario. "Pero, ¿y si nos estrellamos y arde todo en el escándalo? No es solo la empresa lo que está en juego, sino nuestra integridad."
La decisión estaba tomada, sin embargo, con la pesadez de un cielo antes de la lluvia. Contrataron a , no por sus credenciales, sino por la sombra de poder que proyectaba su apellido.
Cuando el rescate de la compañía se produjo, fue como si el sol hubiera roto las nubes, pero el resplandor fue efímero. La oposición política al gobierno, como buitres en círculos, se lanzó sobre el escándalo. Acusaciones de nepotismo, trato de favor y tráfico de influencias resonaron como truenos, y la empresa que una vez voló alto se encontró en una espiral descendente, atrapada en la mira de la opinión pública y la prensa.
"¿Ves eso, Eduardo?" murmuró Antonio, señalando hacia la ventana donde los primeros destellos de cámaras comenzaban a parpadear como estrellas distantes. "Es el principio del fin, o tal vez el fin del principio."
Y así, en una sala que olía a cuero y a sueños desvanecidos, los dos directores contemplaron el crepúsculo de su legado, preguntándose si el rescate había valido la pena, si el vuelo hacia la salvación no había sido más que un vuelo demasiado cerca del sol.
Begoña, la mujer cuyo apellido resonaba con el poder de los pasillos gubernamentales, se encontró en el epicentro de la tormenta mediática. Como una mariposa atrapada en una telaraña de intrigas políticas, su vida cambió irrevocablemente.
Los titulares rugían como motores desbocados: “La Primera Dama de los Cielos”, “El Vuelo del Favoritismo”. , antes una figura discreta en los eventos oficiales, ahora era el centro de atención. Los ojos de la nación la escrutaban, buscando señales de culpabilidad o inocencia.
En su despacho, rodeada de modelos de aviones y mapas de rutas, Begoña se enfrentó a una encrucijada. ¿Había sido su designación como intermediaria entre Aerodesigns y el ministro del ramo un acto de nepotismo o simplemente una oportunidad para demostrar su valía? Las alas de su ambición temblaban, amenazando con romperse.
Los pasillos del Congreso eran como corredores de turbulencia. Los opositores al gobierno, como aviones de combate en formación, disparaban preguntas afiladas. “¿Por qué Aerodesigns? ¿Por qué no los otros candidatos?” Begoña, con su sonrisa diplomática, esquivaba las embestidas, pero la presión aumentaba.
Eduardo y Antonio, los directores de la empresa, observaban desde la distancia. Sus ojos, como faros en la noche, buscaban señales de supervivencia. Begoña era su última carta de navegación, su esperanza de evitar el estrellato. Pero, ¿a qué precio?
En el Parlamento, los discursos eran como turbulencias violentas. “¡Trato de favor!”, clamaban algunos. “¡El país no puede ser un avión privado para los amigos del poder!”, rugían otros. Begoña, imperturbable, se aferraba al timón, tratando de mantener el rumbo.
Y entonces, como un rayo que rasga el cielo, llegó la decisión. El gobierno anunció que Aerodesigns recibiría el rescate. Begoña, con su currículo de influencia y su apellido como combustible, había logrado lo que parecía imposible. Pero el precio era alto: la sombra del escándalo la perseguiría siempre y al gobierno que presidía su cónyuge.
En los días posteriores, Begoña se retiró de la vida pública. Su imagen, como un avión en tierra, permanecía en el hangar de la memoria colectiva. ¿Había sido una heroína o una villana? Solo el tiempo, como un viento inclemente, podría revelarlo.
Y así, mientras los medios seguían girando como hélices desequilibradas, Begoña se perdió en la neblina de la historia, una figura enigmática que había cruzado el cielo de la política contemporánea, dejando tras de sí un rastro de controversia y misterio. El vuelo de Aerodesigns continuaba, pero ¿a qué altura? Solo los dioses de la opinión pública lo sabían.
"El hombre es el único error de la naturaleza." (William Gilbert, nacido el 24 de mayo de 1544 para decir lo que alguien tenía que decir)
Y que cumplas muchos más de los 83 de hoy que a lo mejor te da tiempo a que te den otro premio nobel de literatura.
Trucant a la porta del cel
En un racó oblidat del món, un vell guitarrista tocava les cordes desgastades d'una guitarra tan antiga com els seus somnis. Amb cada nota, murmurava: "Knock, knock, knocking on heaven's door." El vent portava les seves paraules cap a un cel estrellat, on les estrelles parpellejaven com si responguessin a la seva crida. No buscava fama ni fortuna, només un signe, una resposta, un gest que confirmés que la música era el seu veritable camí cap a la porta del cel. I en aquella nit clara, la melodia va ser la seva oració, i el silenci, la seva resposta.
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