LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA (Y II)
LUIS:
A veces, en la quietud de la noche, me encuentro añorando esos días de juventud, cuando cada amanecer traía consigo la promesa de un descubrimiento sin fin. Era una época en la que las preocupaciones eran tan ligeras como las nubes que se deslizaban por el cielo de verano.
Pero ahora, me doy cuenta de que esa inocencia era un cristal delicado, destinado a fracturarse con el peso del conocimiento. Con cada verdad descubierta, una grieta se formaba, hasta que finalmente se hizo añicos, dejando a su paso los fragmentos de una realidad más dura, más fría.
¿Es este el precio de crecer? ¿De convertirse en adulto? La sabiduría tiene su costo, y a menudo se paga con la moneda de la inocencia. Pero, ¿qué valor tiene la sabiduría si roba la alegría pura de la ignorancia?
Sin embargo, en el fondo, sé que no hay vuelta atrás. No se puede reconstruir el cristal una vez roto. Así que me aferro a los pedazos, tratando de encontrar belleza en sus bordes afilados, aprendiendo a apreciar la luz que ahora se refracta en ángulos inesperados.
La inocencia... una vez perdida, se convierte en un recuerdo lejano, un sueño del que despertamos. Y aunque a veces duele, es el dolor de crecer, de evolucionar, de convertirse en algo más que una simple página en blanco en el libro de la vida.
ANNA:
A veces, cuando el mundo duerme y solo quedan mis pensamientos, me pregunto si la inocencia es realmente algo que se pierde o simplemente se transforma. Luis habla de sabiduría y experiencia como si fueran tesoros ganados, pero ¿y si son solo consuelos para el alma que añora la simplicidad?
¿Es posible que la inocencia no se pierda, sino que se oculte bajo capas de realidad? Como una perla en el fondo del mar, esperando ser redescubierta. Quizás la verdadera sabiduría radica en mantener esa chispa de maravilla, esa capacidad de asombro ante la vida.
Me resisto a creer que la madurez es sinónimo de cinismo, que ver el mundo tal como es significa aceptar la desilusión como compañera constante. Prefiero pensar que cada experiencia, cada verdad descubierta, es una oportunidad para mirar el mundo con nuevos ojos, para encontrar la magia en lo ordinario.
La inocencia no es una moneda que se gasta; es una perspectiva que se elige. Y aunque el conocimiento trae consigo su carga, también ofrece la posibilidad de comprender la belleza en la complejidad, de encontrar la luz incluso en la oscuridad.
Así que aquí estoy, en este diálogo silencioso conmigo misma, decidiendo no lamentar lo que se ha ido, sino celebrar lo que queda por descubrir. Porque tal vez, solo tal vez, la inocencia es un jardín secreto que nunca dejamos atrás, solo que aprendemos a verlo con diferentes ojos.
"El principio de la ciencia, el más fascinante, la más maravillosa poesía de conocimiento humano, es que, detrás de las leyes aparentes y cambiantes de la naturaleza, permanece oculta una ley eterna, una ley inmutable y eterna, y que esta ley se revela a los hombres a medida que su mente se abre para recibirla." (John Scott Haldane del 3 de mayo de 1860 nos enseñó lo bueno que hay cuando te conviertes en adulto)
Hoy hubiese cumplido 105 años pero se quedó en 95 que tampoco está mal sobre todo para una persona que vio llover fuerte muchas veces.
Caurà una forta pluja
La pluja bategava contra la finestra com un exèrcit fantasma, mentre en Joan, acurrucat sota la seva manta raïda, repassava les imatges que li portava la memòria. Havia vist homes penjats d'arbres, nens amb els ulls buits, ciutats en ruïnes. La cançó de Pete Seeger ressonava a la seva ment: "A hard rain's a-gonna fall."
En Joan sabia que la pluja era només aigua, però en aquell moment simbolitzava totes les penes del món. Tancà els ulls i prengué un glop de cafè fred, esperant que el sol sortís i esbanís els núvols grisos del seu cor.
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