ALUCINACIONES PUBLICADAS
Ya me lo habían advertido: “esas setas no son lo que parecen”. Y yo, rebelde sin causa y con un hambre que no sabía de advertencias, me hice un hartón de setas. Y ahí estaba yo, sentado en el sofá de mi diminuto apartamento, mirando el techo como si fuera la Capilla Sixtina de mi vida de soltero, cuando empezaron los efectos.
Primero vinieron las lucecitas de colores, como si un unicornio con diarrea de arcoíris se hubiera colado en mi salón. Las paredes se volvieron de gelatina y las cortinas comenzaron a bailar un tango. Luego, los ruidos extraños. Juraría que mi nevera cantaba ópera, y mi gato, el señor Miau, me daba discursos sobre política exterior mientras fumaba una pipa invisible.
Pero el clímax de mi experiencia llegó cuando decidí, con una lógica que solo un filósofo griego entendería, que era absolutamente necesario rescatar a Sócrates de su gloria griega para trasladarlo al mundo virtual. No es que tuviera una máquina del tiempo en el trastero, pero en ese momento, mi tostadora me pareció una excelente nave espacial para tales fines.
Así que allí estaba yo, comunicándome con Sócrates mediante un cable USB y un software que había descargado de una web sospechosa a las tres de la mañana. En mi estado de iluminación setil, me pareció que el gran filósofo estaba un poco confundido con tanto kilobyte y fibra óptica, pero aun así logramos entablar una conversación bastante profunda.
—¿Qué es la virtud en este mundo digital, oh sabio Sócrates? —le pregunté, mientras mi tostadora emitía pitidos que sonaban sospechosamente a risas grabadas.
—La virtud, joven insensato, es no comerse las setas del jardín del vecino, especialmente si brillan en la oscuridad y tienen ojos— respondió Sócrates, con la serenidad de alguien que no tiene ni idea de lo que es una VPN.
Decidido a no ser un mal anfitrión, le ofrecí una copa de vino imaginario y le puse al día sobre el estado actual del mundo. Le hablé de las redes sociales, los memes y los influencers, y el buen Sócrates no paraba de decir “¡Por Zeus!” cada vez que le mostraba un nuevo concepto en mi smartphone. Al final, creo que empezó a comprender por qué los antiguos griegos preferían la vida sencilla.
Después de unas horas de charla filosófica y risas (principalmente mías, porque Sócrates no entendía la mitad de los chistes sobre gatos y láseres), llegó el momento de devolverlo a su época. Lo despedí con un fuerte apretón de manos, o al menos eso creí hacer mientras agitaba el cable USB hacia la pantalla del microondas.
Cuando los efectos de las setas empezaron a desvanecerse, y mi apartamento volvió a la normalidad (con excepción del señor Miau, que seguía dándome miradas sospechosas), reflexioné sobre la experiencia. Quizás no había rescatado a Sócrates de su gloria griega, pero definitivamente había aprendido una valiosa lección sobre no subestimar el poder de las setas del vecino.
Y así, mientras limpiaba los restos de una noche de locura filosófica, me prometí que la próxima vez que alguien me advirtiera sobre las setas, le haría caso. O al menos, me aseguraría de tener una mejor tostadora para el próximo viaje temporal.
«Todo ha sido descubierto, excepto cómo vivir» (Jean-Paul Sartre, nacido con el solsticio de verano de 1905 para ser existencialista puro y hacernos pensar a un@s cuant@s. A la frase le añadiría "vivir naturalmente" porque artificialmente sabemos vivir muy bien)
Y que cumplas muchos más de los 80 de hoy y un consejo: cambia la chaqueta por un pin o una banderita con la bandera... y un secreto: Lola es de Irlanda del Norte, así que lo tienes claro.
Lola
En el cor de la Rambla, entre el bullici dels turistes i el aroma de la paella, Lola, amb els seus ulls marró mel i un somriure radiant, venia flors. El sol acariciava els seus cabells castanys mentre sostenia un ram de roses vermelles, un símbol d'amor i esperança. Cada flor era una història, un secret a descobrir, un desig a complir. Lola observava la gent passar, cercant en cada mirada una connexió, una ànima perduda que necessités un toc de color en la seva vida. La seva veu, dolça com la mel, convidava a aturar-se, a perdre's en la fragància de les seves flors, a somiar amb un món ple de bellesa i possibilitats. Lola era la musa de la Rambla, la reina de les flors, un recordatori que fins i tot enmig del caos, la bellesa pot florir.
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