CASTILLOS EN LA ARENA
En la suave alfombra de arena, dos pequeñas arquitectas se entregan a la tarea de erigir fortalezas efímeras. Sus manitas, cubiertas de gránulos dorados, moldean torres y murallas, mientras sus risas se mezclan con el murmullo del mar. La mayor, con cinco años de sabiduría, guía a su hermana menor en el arte de la construcción playera. La de cuatro, con ojos como faros de curiosidad, sigue cada instrucción con un fervor que solo conoce la infancia.
La escena despierta un eco de nostalgia, un recuerdo de tiempos más simples, cuando la mayor preocupación era que la marea no se llevara los sueños construidos a ras de suelo. Observarlas es como mirar a través de un caleidoscopio del pasado, cada grano de arena, un fragmento de memorias agridulces.
Los castillos, con sus puertas abiertas al horizonte, son testigos del vínculo inquebrantable entre las hermanas. A su alrededor, el mundo sigue su curso, pero en este pequeño reino de imaginación, el tiempo parece detenerse, rindiéndose ante la inocencia y la creatividad sin límites.
—¿Ves ese barco allá lejos? Está yendo hacia nuestro castillo— le dice Coral a su hermana Blanca.
—¿El castillo va a ser su casa?
—Claro, pero solo si logramos hacer la torre más alta. ¿Me pasas ese caracol para la ventana?
—Aquí tienes. ¿Los barcos tienen ruedas?
—No, tonta, navegan en el agua —sonríe cariñosamente Coral —Como nuestras manos cuando nadamos.
—¡Ah! Quiero que nuestro castillo tenga una piscina también.
—Entonces, hagamos un foso alrededor. Pero tenemos que trabajar rápido, antes de que el sol se vaya a dormir.
—¿El sol se cansa?
—Sí, como nosotros. Pero vuelve todos los días para ver cómo crece nuestro castillo.
—Yo quiero que el sol se quede siempre. Me gusta cuando brilla.
—A mí también. Pero mira, cuando se va, deja el cielo rosa y morado. Es como un abrazo de buenas noches.
—¡Un abrazo gigante! ¿Mañana vamos a construir otro castillo?
—Todos los días, hasta que seamos grandes como mamá.
—Entonces, ¿vamos a hacer castillos para siempre?
—Siempre. Y algún día, podrás ser la reina del castillo más grande del mundo.
Y así, mientras el sol comienza a despedirse, pintando el cielo de tonos pastel, las niñas continúan su labor, ajenas al inexorable avance del reloj, construyendo no solo castillos de arena, sino recuerdos que perdurarán mucho después de que la última torre haya caído.
«La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo» (Bankim Chandra Chattopadhyay nacido el 27 de junio de 1838 construyó el arma más poderosa del mundo. Lástima que los gobiernos no se hayan dedicado a fabricarla)
Y que cumplas muchos más de los 69 de hoy marcándote un baile con ese cuerpazo que tu madre y tu padre te fabricaron.
Balla amb mi fins al final de l’amor
En un bar clandestí, amagat entre carrers estrets i fumats, la melodia d'un violí trencava la nit. Els seus aguts gemecs omplien l'aire, convidant a un ball insòlit. Ella, amb el cor desgastat per la vida, va sentir la crida i es va aixecar, deixant enrere la seva solitud.
Enmig de la penombra, els seus cossos es van trobar, units per una dansa macabra. La música els guiava, transportant-los a un món on el temps perdia el seu sentit. Ella tancava els ulls, deixant-se endur per la melodia, mentre ell tocava amb frenesí, com si volgués cremar el violí amb la seva ànima.
Van ballar fins al límit, fins que l'última nota va morir en l'aire. Ella va obrir els ulls, trobant-se sola en la penombra. El violí, silenciosa, jeia al seu costat. Havia ballat fins al final de l'amor, fins al final de la vida, fins que només quedava el silenci.
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