EL GRAN DEBATE DEL MÓVIL
En el reino de lo cotidiano, donde los dramas familiares florecen más rápido que los memes en internet, vivía un joven llamado Lucas. Lucas era el típico millennial: pegado a su móvil, con una habilidad innata para ignorar el mundo real mientras deslizaba el dedo por la pantalla. Su abuela, Doña Encarna, pertenecía a una era donde “tuitear” era lo que hacían los pájaros y “navegar” era algo que solo se hacía en el mar.
Un día, mientras Lucas intentaba explicarle a su abuela cómo usar WhatsApp, se desató el gran debate.
—Abuela, es fácil, mira, solo tienes que tocar aquí y… —Lucas no terminó la frase cuando Doña Encarna interrumpió.
—¡Ay, hijo! En mis tiempos, las cosas eran diferentes. Hablábamos cara a cara, no como ahora que ni levantáis la vista del teléfono ese.
—Pero abuela, ¡si es una maravilla! Puedo hablar con diez personas a la vez sin moverme del sofá.
—¡Eso es lo que no entiendo! Si quieres hablar con alguien, ¿por qué no vas y le das dos besos en vez de mandarle caritas y corazones?
—Es que es más práctico, abuela. Además, puedo poner filtros y salir con orejas de perro en las fotos.
—¡Orejas de perro! Si tu abuelo levantara la cabeza… En fin, ¿y eso de los filtros para qué sirve?
—Para mejorar las fotos, abuela. Mira, te hago un selfie y…
—¡Selfie! Si es que habláis en otro idioma. En mi época, las fotos se hacían en un estudio, con un fotógrafo de verdad, y tardabas tres semanas en ver cómo habías salido.
—Bueno, abuela, pero ahora es instantáneo. Y mira, te puedo poner un sombrero de bruja con solo un clic.
—¿Bruja yo? Mira, chico, déjate de tonterías y ven a ayudarme a pelar las patatas para la cena. Eso sí que no se puede hacer con el móvil.
Y así, entre risas y pucheros, Lucas se rindió ante la sabiduría de su abuela. Aunque no logró convencerla de unirse al mundo digital, sí aprendió que, a veces, las mejores conversaciones suceden mientras se pelan patatas, sin necesidad de filtros ni emojis.
«Las pirámides son el mejor ejemplo de que, en cualquier tiempo y lugar, los obreros tienden a trabajar menos» (Georges Duhamel del 30 de junio de 1884 tiene razón con la frase pero olvidó que en la época de las pirámides no existían derechos laborales. Vamos, como ahora en China o Rusia)
Y que cumplas muchos más de los 40 de hoy moviéndote como ahora: entre la Fantasía y la Superstición.
Superstició
El vent gemegava entre les branques nues dels arbres, mentre la lluna plena brillava amb una llum tènue i fantasmal. En Joan, un home solitari amb una mirada inquieta, caminava pel carreró fosc, el cor bategant amb força al pit. Havia sentit rumors, murmuris sobre una maledicció que s'havia abatut sobre el poble, una superstició ancestral que parlava d'un dimoni que rondava les nits sense lluna.
En Joan no creia en aquestes ximpleries, però una sensació de fred li recorria l'esquena, un pressentiment inexplicable que li feia dubtar. De sobte, un crit esgarrifós va trencar el silenci de la nit. En Joan va córrer, impulsat per un terror ancestral, fins a arribar a la plaça del poble, on va trobar a la Maria, la seva veïna, cridant desesperada. Un gran corb negre s'havia posat sobre la seva espatlla, picotejant-la amb el seu bec afilat.
En Joan va saber en aquell moment que la superstició era certa. El dimoni havia arribat, i la Maria era la seva víctima. Va tancar els ulls, pregant per un miracle, mentre el corb continuava el seu atac ferotge. Però en aquell moment, un raig de llum va travessar el cel, il·luminant la plaça amb una resplendor celestial. El corb va cridar i va volar cap al cel, desapareixent en la nit.
La Maria va caure a terra, tremolant però viva. En Joan la va aixecar en braços, amb el cor ple d'una barreja de por i alleujament. Havia sobreviscut a la superstició, però la nit havia deixat una marca indeleble en la seva memòria, un recordatori constant del poder de les llegendes i els misteris que s'amaguen en la foscor.
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