TELETRABAJAR: LA NUEVA ESCLAVITUD
El despertador sonó a las seis de la mañana, pero Marta ya llevaba despierta una hora, repasando mentalmente la lista de tareas pendientes. Antes de salir de la cama, cogió su móvil y revisó los correos. La bandeja de entrada, ya repleta, contenía mensajes urgentes que no podían esperar. “Un momento, solo para ver de qué se trata”, se dijo. Treinta minutos después, aún estaba respondiendo correos, sin haber tomado ni una gota de café.
Su hija pequeña, Lucía, la observaba desde la puerta de la habitación. “Mamá, ¿me ayudas con el desayuno?” Marta, sin apartar la vista de la pantalla, murmuró un “Sí, ahora voy” que nunca llegó a materializarse. Lucía se encogió de hombros y fue a buscar ayuda en su padre.
Con el laptop encendido y la taza de café a medio tomar, Marta inició una reunión por Zoom. Mientras su jefe hablaba de los objetivos trimestrales, ella veía de reojo cómo sus hijos se preparaban para ir al colegio. Quiso intervenir, pero la presentación de diapositivas ocupaba toda su atención.
El día transcurrió entre llamadas, correos y documentos que revisar. Cada vez que intentaba tomarse un descanso, una nueva notificación aparecía. Al mediodía, se dio cuenta de que no había salido de su escritorio ni un momento. Su espalda dolía y sus ojos estaban cansados, pero aún quedaban muchas cosas por hacer.
Por la tarde, Lucía llegó de la escuela emocionada, cargando una caja con su proyecto de ciencias. “Mamá, ¿quieres verlo?” Marta, sumida en una conferencia con clientes, apenas asintió con la cabeza. “Después, cariño. Ahora mamá está ocupada”.
La cena, que solía ser un momento de unión familiar, se había convertido en un ritual silencioso. Marta, con el móvil en una mano y el tenedor en la otra, revisaba el último informe del día. Su esposo y sus hijos intercambiaban miradas, sabiendo que esa batalla ya estaba perdida.
Después de la cena, Marta intentó ayudar a Lucía con sus deberes. Pero su móvil vibró, interrumpiéndolas nuevamente. Era un mensaje de su jefe solicitando una revisión urgente de un documento. Lucía, con ojos llenos de lágrimas, murmuró un “Está bien, mamá”, y se fue a su habitación.
A las diez de la noche, Marta finalmente apagó la computadora. La casa estaba en silencio, excepto por el leve sonido de la televisión en el salón. Su esposo estaba dormido en el sofá, con el mando a distancia en la mano. Marta se acercó, lo besó en la frente y se fue a la cama. Exhausta, pero con la mente llena de tareas pendientes para el día siguiente.
Al cerrar los ojos, se preguntó cuándo fue la última vez que tuvo una conversación sin interrupciones con su familia. Pensó en la promesa del teletrabajo: flexibilidad, equilibrio, más tiempo para estar con los suyos. Una promesa que se había transformado en una ilusión cruel.
Marta se durmió con el sonido del móvil vibrando en la mesita de noche, una notificación que decidió ignorar por una vez. Pero en su sueño, la sombra del trabajo seguía acechándola, recordándole que en el mundo del teletrabajo, la oficina nunca cierra y las horas laborales son eternas.
«La experiencia del mundo no consiste en el número de cosas que se han visto, sino en el número de cosas sobre las que se ha reflexionado» (Gottfried Wilhelm Leibniz, nacido el 1 de julio de 1646 vio y reflexionó sobre muchas cosas, por eso ha pasado a la historia como filósofo)
Y que cumplas muchos más de los 73 de hoy por tierra, aire o in the navy...
En la Marina
El sol pica fort sobre la coberta del vaixell, mentre el suor llisca pel front dels mariners. Un jove, amb el barret de palla ben posat, somriu mentre entona una cançó alegre. La seva veu s'uneix al cor dels seus companys, creant una melodia que resson a través de les onades.
En aquell moment, ell no pensa en la duresa de la vida a bord, ni en la llunyania de la llar. Només sent la força del mar i la camaraderia dels seus germans de batalla. En la marina, ha trobat un sentit d'aventures i pertinença que mai abans havia conegut.
Amb cada onada que trenca contra el casc del vaixell, el jove se sent més lliure i més fort. Sap que ha trobat el seu lloc al món.
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