jueves, 13 de junio de 2024

LA BARCELONA QUE SE RESISTE A DESAPARECER


A los 65 años recién cumplidos, ve que ese mundo que gira a su alrededor en 2024 ya no es el suyo. Las calles de Barcelona, que una vez caminó con la confianza de la juventud, ahora parecen un laberinto de neón y prisa. Los cafés donde solía perderse en conversaciones sobre libros y política, ahora están llenos de jóvenes con auriculares, sumergidos en sus pantallas.

“¿Qué te pasa, viejo?” pregunta una voz familiar. Es Marta, la dueña del pequeño quiosco de libros usados en la esquina de su calle.

“Nada, solo pensaba en voz alta,” responde él, con una sonrisa forzada.

“Ven, siéntate,” insiste Marta, señalando una silla desgastada junto a su puesto. “Me contaron que los recuerdos son la nueva moneda de cambio en este mundo loco. ¿Tienes alguno que quieras compartir?”

Él se sienta, y mientras observa a la gente pasar, comienza a contarle a Marta sobre aquel Barcelona de su juventud, sobre las noches de verano y los amigos que ya no están. Marta escucha, y por un momento, el mundo vuelve a ser un poco suyo.

“La Rambla estaba llena de artistas callejeros, ¿sabes? No había tantas tiendas de souvenirs. Una vez, un mimo me siguió por toda la calle, imitando cada uno de mis movimientos. Acabamos tomando una cerveza juntos en un bar que ya no existe.”

Marta se ríe, su sonrisa es un destello cálido en el gris de la mañana. “Ese mimo debe haber sido algo especial para convencerte de invitarle una cerveza.”

“Lo era,” asiente él, perdiéndose en el recuerdo. “Se llamaba Jaime. Tenía un talento increíble para hacerte reír y llorar en cuestión de minutos. Una vez, en una de esas noches de verano, subió al escenario improvisado en una plaza y recitó un poema que nos dejó a todos sin palabras.”

“¿Y qué pasó con Jaime?” pregunta Marta, intrigada.

“Se fue, como todos. Buscando mejores oportunidades, una vida más fácil. Perdimos el contacto, pero siempre recuerdo su última actuación. Me dejó con una sensación de que nada es permanente, de que todo lo que amamos y conocemos eventualmente se desvanece.”

Marta lo mira con una mezcla de tristeza y comprensión. “A veces, creo que lo único que permanece es la ciudad misma, aunque cambie tanto que ya no la reconozcamos.”

“Quizás tengas razón,” dice él, sintiendo una punzada de melancolía. “Pero hay momentos, pequeños destellos, que nos recuerdan quiénes fuimos. Como esta conversación, por ejemplo.”

Marta sonríe de nuevo y se inclina hacia adelante. “Entonces, sigue contando. Quiero saber más sobre ese Barcelona que guardas en tu memoria.”

Él asiente, sus ojos brillando con un nuevo resplandor. “Había una librería en el Raval, no muy diferente a tu quiosco. El dueño, un viejo excéntrico llamado Don Manuel, siempre tenía un libro para cada estado de ánimo. ‘Los libros son medicinas,’ solía decir. Recuerdo que me dio un ejemplar de ‘Cien años de soledad’ cuando estaba pasando por una ruptura. Fue como si él supiera que necesitaba perderme en el realismo mágico para sanar.”

“Eso suena a Don Manuel,” dice Marta, reconociendo la descripción. “He oído historias sobre él. Dicen que cada cliente salía de su librería con algo más que un libro, salían con una nueva perspectiva.”

“Exactamente. Esos lugares, esas personas, son las que realmente forman una ciudad. No los edificios ni las tiendas, sino los encuentros, las conexiones humanas. Y ahora, parece que la mayoría prefiere conectar con una pantalla en lugar de una persona.”

Marta asiente, mirándolo con afecto. “Tal vez, al compartir estos recuerdos, mantienes viva esa Barcelona. Al menos para aquellos que te escuchamos.”

Él sonríe, sintiendo una chispa de esperanza. “Tal vez tengas razón. Tal vez, mientras haya alguien dispuesto a escuchar, la ciudad de nuestros recuerdos nunca desaparecerá del todo.”

«Relatamos todas nuestras aflicciones con más frecuencia que nuestros placeres» (Fanny Burney, nacida el 13 de junio de 1752 para decir esa frase harta de que le viniese todo el mundo de su alrededor a contarle sus penas. Y es que las personas, en eso, cambiamos poco)

Y que cumplas muchos más de los 44 de hoy, con amor, con mucho amor por supuesto. No te faltará.

Des de Sarah, amb amor

La Sarah, amb els ulls plens d'estrelles, va escriure cartes plenes d'esperança sota la llum trèmula d'una vela. Cada paraula, un batec del seu cor; cada frase, un somni per explorar. En la freda nit, la seva veu va ressonar, cantant melodies d'un amor perdut, però mai oblidat. I en la solitud del seu petit món, va trobar la força per deixar anar, sabent que l'amor, com la música, sempre troba el seu camí de tornada, des de Sarah, amb amor.

 

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