lunes, 17 de junio de 2024

EL PAPEL LO AGUANTA TODO

 

Todo comenzó hace un par de semanas cuando mi pareja decidió que nuestra vida necesitaba un cambio radical. Y no, no era cambiar el color de las cortinas o empezar una nueva dieta. No, no. Era algo mucho más trascendental.

"¡Hay que empezar a usar la escobilla del váter!" proclamó, con la solemnidad de alguien que acaba de encontrar la cura para el resfriado común.

Ahí estaba yo, sentado en el sofá, con la cara de póker que solo se puede conseguir después de años de práctica en evitar conflictos domésticos. "Claro, cariño", respondí, sin tener ni idea de la que se me venía encima.

Para los que no lo sepan, la escobilla del váter, ese instrumento infernal que parece diseñado por algún torturador medieval, se convirtió en el centro de nuestra vida hogareña. Mi pareja estaba convencida de que usarla era la cúspide de la higiene personal. Yo, por otro lado, tenía mis dudas. Pero, como todo buen compañero, decidí darle una oportunidad. Craso error.

El primer día fue… interesante. Después de una sesión en el trono, me armé de valor y agarré la escobilla como quien empuña una espada. Tras un par de pasadas, me quedé mirándola como si acabara de descubrir un objeto alienígena. Pero bueno, misión cumplida, ¿no?

La realidad es que, después de una semana, mi trasero parecía haber pasado por una sesión de exfoliación extrema. Cada vez que me sentaba, sentía que estaba sobre un lecho de clavos. "Esto no puede ser normal", pensé. Pero mi pareja seguía insistiendo en los beneficios de la escobilla.

Una noche, después de una de esas largas jornadas donde lo único que quieres es un poco de paz, tuve una revelación. Estaba sentado en el baño, con la escobilla mirándome desde su rincón, y pensé: "¿Por qué estoy haciendo esto?". El papel higiénico siempre había sido mi fiel compañero. Nunca me había traicionado. Nunca me había dejado el trasero en carne viva.

Así que, queridos amigos, tomé una decisión radical. Dejé la escobilla en su rincón y volví a los orígenes, al buen y confiable papel higiénico. Sí, ese que ha estado ahí para todos nosotros en los momentos más difíciles.

La primera vez que volví al papel, sentí una liberación que solo se puede comparar con quitarse los zapatos después de un día entero de caminar. Era como volver a casa después de un largo viaje.

Cuando mi pareja se dio cuenta, me miró con una mezcla de decepción y resignación. "¿Otra vez con el papel?", preguntó. Y yo, con mi mejor sonrisa de 'sí, lo siento, pero no lo siento', le respondí: "Cariño, prefiero tener un culo feliz a una escobilla impecable".

Así que aquí estoy, compartiendo mi historia para que todos sepan que, a veces, los métodos tradicionales son los mejores. Y si alguna vez están en la encrucijada entre una escobilla y un rollo de papel higiénico, recuerden: el papel lo aguanta todo. ¡Salud!

«El gobierno es bueno en una cosa. Sabe cómo romperte las piernas y luego entregarte una muleta y decir, ‘Mira, si no fuera por el gobierno, no podrías caminar’» (Esta frase, aunque parezca mentira, la dijo un político estadounidense, Harry Browne, nacido en 1933 para no ser ni demócrata ni republicano. Falleció en 2007 aunque hoy día se podría haber presentado a presidente: hubiese estado en el rango de edad)

Hubiese cumplido 77 años pero se fue con 53 una sola vez por lo que la canción se la cantaría a otra persona.

Cada vegada que marxes

En la foscor de la nit, la seva absència era un buit immens. Cada vegada que se'n anava, se n'emportava un tros d'ella, deixant-la fragmentada, incompleta. La seva veu, un eco distant, ressonava en els seus records, un far en la tempesta de la seva solitud. Anhelava la seva tornada, com la flor a la pluja, com l'ocell a la gàbia, com la lluna a les estrelles. La seva ànima, trencada en mil trossos, només anhelaba una cosa: la seva plenitud, el seu retorn, la fi d'aquesta agonia silenciosa.

 

 

 

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