domingo, 23 de junio de 2024

AGUIRRE LA CÓLERA DEL JUEZ

Érase una vez, en un rincón perdido de la península ibérica, un juez de instrucción con un sueño más grande que su ego. Este juez, llamémosle Don Pepito, tenía la convicción de que su verdadero destino no era desentrañar casos judiciales aburridos, sino ser un renombrado escritor de ficción política. Ah, y no cualquier ficción política, sino aquella donde espías rusos, esos villanos de película, conspiraban con independentistas catalanes, sus segundos malos favoritos.

Don Pepito, que llevaba años machacándose los sesos en juzgados de cuarta categoría, se sentía atrapado. Su carrera en la judicatura no había despegado como él esperaba, probablemente porque tenía la sutileza de un rinoceronte en una tienda de porcelana. Pero estaba seguro de que su talento literario, hasta ahora desconocido, era la llave a su redención y al reconocimiento que tanto ansiaba.

Así, con una pluma que se creía más afilada que su toga, Don Pepito escribió una historia que, según él, sería el próximo bestseller. En su relato, los independentistas catalanes, siempre los traviesos, urdían un plan diabólico con la ayuda de espías rusos para hacer entrar 10,000 soldados por Prats de Molló como un día lo hizo l’avi Macià y, voilà, conseguir la independencia de Catalunya. Añadió unos cuantos periodistas de crónica negra para darle un toque dramático, porque una historia sin periodistas es como una paella sin arroz.

Convencido de su obra maestra, Don Pepito la presentó a un concurso de relatos. Estaba seguro de que su talento sería reconocido de inmediato, y que las editoriales se pelearían por publicarlo. Pero, sorpresa, ni ganó el concurso ni las editoriales le hicieron el más mínimo caso. Su obra maestra fue recibida con la misma emoción que una multa de tráfico.

Indignado y ofendido, Don Pepito decidió que, si no podía pasar a la historia como escritor, lo haría como el juez que desveló la conspiración más grande jamás contada. Así que, con su toga bien puesta y su ego inflado, montó un proceso judicial contra los independentistas, basándose en su propio relato. Porque, ¿qué mejor evidencia que una historia de ficción escrita por uno mismo?

El juicio fue un espectáculo digno de una tragicomedia. Don Pepito, con una vehemencia que rozaba la histeria, presentaba su relato como prueba irrefutable de la conspiración. Los acusados, por su parte, no sabían si reír o llorar, mientras los periodistas de verdad no daban crédito a lo que veían.

Al final, como era de esperarse, el caso fue desestimado. El juez Don Pepito se convirtió en el hazmerreír del sistema judicial, pero logró lo que quería: pasar a la historia, aunque no precisamente como él había imaginado. Su nombre quedó asociado no a una gran novela de espionaje, sino a uno de los procesos judiciales más absurdos jamás vistos.

Y así, el juez que quería ser escritor aprendió que, a veces, la realidad supera a la ficción, y que no siempre es necesario que los espías rusos y los independentistas catalanes sean los malos de la película. A veces, el verdadero villano es uno mismo y sus delirios de grandeza. Y colorín colorado, este relato ¿se ha acabado?

 «Las riquezas están bien, si se obtienen bien y se gastan bien» (Esto lo dijo Vespasiano que nació para ser emperador romano y morir como tal un 23 de junio del 79 después de C. Por lo leído en su frase a buen seguro que no tenía que pagar a Hacienda)

Y que cumplas muchos más de los 49 de hoy montada en tu caballo negro, por supuesto.


El Cavall Negre i el Cirerer en Flor

En un camp verd i ple de vida, un cirerer en flor s'alçava majestuós, les seves branques rosades s'estenien com braços benvinguts cap al cel blau. A la seva ombra, un cavall negre pasturava tranquil·lament, la seva crinera brillant com la seda sota la llum del sol.

De sobte, un vent fort va bufar, fent caure pètals de cirerer com una pluja rosa sobre el cavall. El cavall va aixecar el cap, els seus ulls foscos plens de curiositat, i va començar a menjar els pètals dolços. En aquell moment, va sentir una connexió inesperada amb l'arbre, una sensació de pau i harmonia que mai abans havia experimentat.

Des d'aquell dia, el cavall negre i el cirerer en flor van esdevenir amics inseparables. Cada dia, el cavall visitava l'arbre, menjant els seus pètals i gaudint de la seva companyia tranquil·la. L'arbre, al seu torn, proporcionava al cavall ombra i protecció, i els seus pètals dolços li omplien el ventre.

Junts, van crear un món de bellesa i serenitat enmig del camp verd, un testimoni de la connexió profunda que pot existir entre dos éssers tan diferents.

 

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