lunes, 3 de junio de 2024

¿DUCHARSE POR LA MAÑANA O POR LA NOCHE? ESA ES LA CUESTIÓN


El reloj de pared marcaba las seis de la mañana cuando Alberto, con los ojos todavía medio cerrados y la boca reseca, se dirigió tambaleándose a la cocina. Encendió la cafetera con un movimiento casi automático y, mientras esperaba el primer sorbo de cafeína, cogió el periódico que estaba tirado en la mesa desde la noche anterior. Se acomodó en la silla y empezó a ojear las noticias sin mucho interés, hasta que un titular le hizo fruncir el ceño.

«Opiniones científicas divididas: ¿Mejor ducharse al levantarse o antes de dormir?»

Alberto se inclinó hacia adelante, intrigado. De repente, se encontró leyendo con una concentración inusitada. Según el artículo, los científicos no se ponían de acuerdo sobre cuál era el mejor momento para ducharse. Unos defendían la ducha matutina, afirmando que despertaba y ponía en marcha el cuerpo. Otros abogaban por la ducha nocturna, argumentando que ayudaba a relajarse y mejorar la calidad del sueño. En medio de esta polémica, Alberto se dio cuenta de que él, en su singular rutina, se tomaba un baño todas las mañanas. No una ducha rápida, sino un baño largo y caliente.

Con el artículo todavía en la mano, sintió un repentino ataque de ansiedad. ¿Qué tal si su baño matutino estaba arruinando su productividad? ¿Y si era la causa de su insomnio ocasional? La posibilidad le provocó un escalofrío que recorrió su columna vertebral. Decidido a no ser víctima de la incertidumbre científica, resolvió cambiar su rutina. Esta noche, se bañaría antes de dormir.

Las horas del día pasaron entre una creciente sensación de anticipación y una leve paranoia. Cada vez que sentía una gota de sudor, se preguntaba si eso era una señal de que su cuerpo estaba sufriendo por no haber tenido su baño matutino. Para las ocho de la noche, estaba convencido de que olía a perro mojado. Se esforzó por concentrarse en su trabajo, pero su mente volvía una y otra vez al inminente baño nocturno.

Finalmente, llegó el momento. Alberto llenó la bañera con agua caliente y burbujas de su gel favorito. Se sumergió con un suspiro de alivio, dispuesto a experimentar los supuestos beneficios de la teoría nocturna. Mientras se relajaba, su mente vagó de nuevo hacia el artículo. ¿Y si estaban equivocados? ¿Y si ahora no podría dormir porque su cuerpo, acostumbrado al baño matutino, se resistía a este cambio?

Salió del baño, se secó lentamente y se metió en la cama. La ansiedad, sin embargo, no lo dejó en paz. Se dio vueltas y más vueltas, sudando bajo las sábanas y maldiciendo a los científicos que habían arruinado su paz matutina. Cada vez que cerraba los ojos, veía gráficos y estadísticas sobre duchas y patrones de sueño. A las dos de la mañana, exhausto y derrotado, se levantó y se dirigió al baño.

Se miró en el espejo, despeinado y con ojeras. De repente, se echó a reír. ¿Qué estaba haciendo? Se estaba dejando llevar por una discusión sin sentido. Decidió que, a partir de ese momento, se bañaría cuando le diera la gana y no cuando lo dictaran unos científicos divididos. Se metió de nuevo en la bañera, esta vez riendo a carcajadas mientras las burbujas estallaban a su alrededor.

Al fin y al cabo, pensó, la vida era demasiado corta para preocuparse por si uno se baña al amanecer o al anochecer. Salió del agua, se secó y volvió a la cama, donde cayó dormido al instante. Y así, en medio de la espuma y el absurdo, Alberto encontró su propia paz, dándose cuenta de que la mejor rutina era la que lo hacía feliz a él.

«La magia es un arte peligroso; si lo dominas, puedes convertirte en un dios, si fallas, puedes destruirte a ti mismo» (Marion Zimmer Bradley, nacida el 3 de junio de 1930 para dominar la ciencia-ficción, algo parecido a la magia)

Y que cumplas muchos más de los 50 de hoy que ya son muchos más de los que se quedó tu paisana.


Res no pot comparar-se amb tu

En un racó assolellat del pati, entre flors multicolors i el cant dels ocells, la Maria recordava els ulls blaus de l'Enric, com el cel més clar en un dia d'estiu. La seva mirada era un far en la nit més fosca, un refugi en la tempesta més ferotge. Res no podia comparar-se amb la seva calidesa, amb la seva tendresa, amb la seva força. La Maria sabia que havia trobat un amor únic, un amor que transcendia el temps i l'espai. I en aquell moment, amb el sol acariciant la seva cara, va tancar els ulls i va somriure, perquè sabia que l'Enric era l'amor de la seva vida.

 

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