SEXO SIN REGLAS NI CRONÓMETROS
Eduardo había crecido con la misma cantinela metida en la cabeza: "Lo importante para que la relación de pareja funcione es el tamaño del pene y alargar la duración del coito hasta un mínimo de 25 minutos, justo lo que una mujer necesita para llegar al orgasmo". Desde que tenía memoria, su tío Pepe, una suerte de Casanova de barrio, no dejaba de recalcar esa perla de sabiduría en cada reunión familiar. Eduardo, por supuesto, se lo tomó muy en serio.
Así que cuando comenzó su vida sexual, decidió que tenía que estar a la altura, nunca mejor dicho. Para empezar, se inscribió en el gimnasio y se puso a hacer pesas, porque alguien le dijo que las endorfinas ayudaban a mejorar el rendimiento. También empezó a comprar todas esas cremas y geles que prometían milagros, aunque su cuenta bancaria empezó a sentir el peso de su búsqueda.
Una noche, mientras navegaba por internet, Eduardo descubrió un curso online de "Tantra para principiantes". La premisa era simple: aprende a controlar tu energía sexual y convertirte en una máquina del placer. Con el entusiasmo de un niño con juguete nuevo, se inscribió de inmediato. El curso prometía prolongar el acto hasta límites insospechados, así que estaba seguro de que era la solución definitiva.
Después de varias sesiones de respiración profunda y ejercicios de Kegel, Eduardo se sentía preparado para poner en práctica sus nuevos conocimientos. Fue entonces cuando conoció a Laura, una chica simpática y sin pelos en la lengua, que no tardó en captar su atención. Salieron un par de veces y, finalmente, llegó el esperado momento.
Eduardo, nervioso pero confiado, decidió que esta sería la prueba de fuego. Se aseguró de tener a mano una lista de reproducción especialmente diseñada para mantener el ambiente durante, al menos, media hora. Laura, divertida, aceptó el reto con una sonrisa y un "vamos a ver de qué estás hecho".
Todo iba de maravilla. Eduardo se concentró en mantener el ritmo y controlar su respiración. Pero al cabo de veinte minutos, empezó a notar que Laura miraba el techo con un aire distraído. A los veinticinco minutos, ella empezó a bostezar, y a los treinta, no pudo más y se echó a reír.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Eduardo, desconcertado.
—Es que, cariño, aprecio el esfuerzo, pero esto no es una maratón —respondió Laura entre risas—. Lo que de verdad importa es la conexión, no el cronómetro.
Eduardo se quedó perplejo. Durante años, había seguido aquel mantra sin cuestionarlo. Pero ahí estaba, en medio de la cama, con una mujer que le importaba, y de repente, todo parecía tener más sentido. Se relajó, dejó de preocuparse por el reloj y empezó a disfrutar el momento de verdad.
A la mañana siguiente, Eduardo decidió cambiar su enfoque. Se deshizo de las cremas, canceló la suscripción al curso de tantra y dejó de contar minutos. Aprendió que el verdadero secreto para que una relación funcione no estaba en los consejos de su tío Pepe ni en los artículos de dudosa procedencia. Estaba en la complicidad, la risa y el entendimiento mutuo. Y además se ahorró un pastón.
«El amor es un ciego que ve las almas y no las apariencias» (Marguerite Yourcenar del 8 de junio de 1903 nos dejó unas memorias muy célebres y esa frase que viene que ni pintada para el relato de hoy. Al final hasta lo creeremos y todo)
Y que cumplas muchos más de los 64 de hoy y que cada día escribas una nueva hoja en blanco.
Com un nou dia
Cada matí, en despertar-se, en Jordi mirava el seu vell mirall de marc daurat. La seva vida havia estat una successió de dies grissos, fins que un dia va conèixer l'Anna. Els seus ulls brillants i somriure càlid el feien sentir nou de trinca. Quan es trobaven, era com si la llum del sol travessés els núvols. Amb ella, les cicatrius del passat semblaven menys profundes, i el futur, més radiant. "Anna," va dir un matí, "em fas sentir com si fos la primera vegada que visc." Ella va somriure, sabent que el seu amor transformava el món d'en Jordi.
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