INTERVENCIÓN DIVINA
El sol apenas comenzaba a despuntar en Washington D.C. cuando el anciano presidente, conocido cariñosamente por todos como "El Abuelo", se despertó con su rutina matutina. Estirándose en su cama con un crujido que resonó más fuerte que sus viejos huesos, pensó en el desastre del debate de la noche anterior. Su contrincante, un peligroso psicópata con el carisma de una serpiente de cascabel en un espectáculo de marionetas, había destrozado al Abuelo sin compasión. Y aunque la audiencia multimillonaria sospechaba que sus 81 años no eran ideales para liderar la mayor potencia mundial, el debate fue la confirmación de sus temores.
La alarma se había extendido no solo en su partido, que veía las elecciones de noviembre desmoronarse, sino en todo el mundo. Ceder el gobierno a su rival no era una opción; significaba poner en riesgo a la humanidad entera. Así que, en una reunión urgente y desesperada, los líderes del partido se miraron unos a otros antes de que el portavoz se aclarara la garganta y lanzara la única solución que les quedaba: "Tenemos que pedirle a Dios que baje a la tierra y le diga al Abuelo que se retire".
"¿Estás loco?", respondió uno de los asesores. "¡Eso es una farsa!"
"Exactamente", contestó el portavoz con una sonrisa torcida. "¿Y qué es la política sino una serie de farsas bien ejecutadas?"
Y así, comenzaron los preparativos. Llamaron a un viejo amigo, un director de efectos especiales retirado que había trabajado en Hollywood durante los años dorados del cine. "Necesitamos que hagas un milagro", le dijeron, sin siquiera un rastro de ironía.
El equipo de producción se puso manos a la obra. Encontraron al hombre perfecto para el papel de Dios: un actor de teatro comunitario con una voz profunda y resonante, y una barba blanca tan frondosa que cualquier Santa Claus la envidiaría. Le dieron una túnica brillante, le colgaron una soga dorada al cuello y lo colocaron en un set decorado con nubes de algodón y luces celestiales.
Mientras tanto, los líderes del partido se reunieron en la Oficina Oval con el Abuelo. "Señor Presidente", comenzó el portavoz, "hemos recibido una señal. Dios ha decidido bajar a la tierra para hablar con usted."
El Abuelo los miró con escepticismo, pero antes de que pudiera protestar, las puertas se abrieron y "Dios" entró, iluminado por un foco que habían instalado en la esquina.
"Abuelo", dijo Dios con una voz que resonó por toda la habitación, "ha llegado el momento de pasar el testigo. Tu tiempo ha terminado. Necesitas retirarte y dejar que alguien más joven y enérgico tome el relevo."
El Abuelo se quedó boquiabierto, parpadeando ante la visión divina. Luego, con una mezcla de resignación y alivio, asintió. "Bueno, si lo dice Dios, ¿quién soy yo para contradecirlo?"
El truco funcionó. Al día siguiente, el Abuelo anunció su retiro, citando una intervención divina como razón. Los líderes del partido se felicitaron unos a otros por su astucia, aunque no sin ciertos remordimientos por la charada.
Sin embargo, no todo fue tan sencillo. El actor que hizo de Dios comenzó a aparecer en programas de televisión, concediendo entrevistas y disfrutando de su nueva fama. "Dios me eligió a mí para esta tarea", proclamaba. "Y déjenme decirles, fue el mejor papel de mi vida."
Al final, el país respiró aliviado. Un nuevo candidato, joven y enérgico, tomó el relevo, y aunque las elecciones aún estaban en juego, el mundo se sintió un poco más seguro. Y el Abuelo, retirado en su rancho, finalmente pudo disfrutar de su café matutino sin la presión de liderar una nación, mientras sonreía ante las noticias de su "milagrosa" intervención.
Porque, al fin y al cabo, en la política, las mejores farsas son las que terminan bien.
«Una amistad fundada en el negocio es mejor que una empresa basada en la amistad» (John D. Rockefeller, nacido el 8 de julio de 1839 para ser millonario y ser recordado como filántropo. Él sí consiguió tener un millón de amigos y no como Roberto Carlos que todavía anda muy escaso)
Hoy hubiese cumplido 94 años pero se quedó en 84 sin la sombra de su sonrisa ni sin su sonrisa. Vamos, sin nada.
L’ombra del teu somriure
En la penombra de la memòria, la teva imatge es difumina, però el teu somriure persisteix, com un far en la nit. Un record fugaç, com l'ombra d'un somriure, que em porta de tornada a un temps perdut, ple d'alegria i amor.
Els teus llavis, com pètals de rosa, s'obrien per regalar-me paraules tendres i carícies dolces. Els teus ulls, com dos safirs, brillaven amb la llum de la teva ànima. I el teu somriure, oh, el teu somriure, era com un sol que il·luminava el meu món.
Ara, només queda l'ombra d'aquell somriure, un record agredolç que em fa somriure i plorar alhora. Però en la foscor de la meva solitud, la teva llum encara brilla, guiant-me cap a un futur on potser, un dia, el teu somriure tornarà a ser real.
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