PAN Y CIRCO: LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE ¿L'ÉGALITÉ?
Ayer se inauguraron oficialmente los JJOO de París 2024. Todo el mundo estaba emocionado, a pesar de que el cielo decidió soltar toda el agua del mundo justo cuando el espectáculo estaba en su apogeo. Llovía a cántaros, pero la fiesta no paró. Las delegaciones de todos los países desfilaron en barcos por el Sena, un río convertido en un desfile flotante de colores y alegría. Pero, claro, todos acabaron empapados. Los atletas, los músicos, los niños que cantaban el himno olímpico... todos calados hasta los huesos. Bueno, todos no.
Los peces gordos, los mandatarios que manejan el cotarro, estaban bien secos. ¿El truco? Paraguas sostenidos por otros, claro. Y ahí fue cuando lo vi. Un joven mandatario, tan fresco y bien peinado, hablaba de "liberté, égalité, fraternité" con una sonrisa de oreja a oreja. Y a su lado, una joven mujer le sostenía el paraguas, protegiéndolo de la lluvia. La escena me revolvió por dentro.
Me imaginé el libreto de esa escena: "Hablemos de igualdad, pero que alguien me sostenga el paraguas, por favor". La hipocresía no podía ser más evidente. Era un recordatorio brutal de cómo el discurso de igualdad muchas veces no pasa de ser eso, puro discurso. Seguimos viendo a mujeres en roles secundarios, incluso en momentos que se supone celebran la igualdad y la fraternidad.
Y menos mal que la chica era blanca. Porque si llega a ser negra, imagina el escándalo. ¡Qué deslucido hubiese quedado todo! Ahí estaba yo, bajo la lluvia, mirando esa escena y pensando en lo mucho que nos falta por recorrer. Qué fácil es hablar de grandes valores cuando no eres tú quien sostiene el paraguas bajo una tormenta.
«Uno que pudiendo expresar un concepto en diez palabras usa doce, creo que es capaz de las peores acciones» (Giosuè Carducci, nacido el 27 de julio de 1835 para ser premio Nobel de literatura en 1906. Si hubiesen sabido que la frase iba destinada a la clase política no lo tendría)
Y que cumplas muchos más de los 85 de hoy y ándate con cuidado no vayas a descoyuntarte la cadera bailando así.
La Martina va arribar a Saint-Tropez amb el cor ple d'il·lusió. Les nits eren màgiques, plenes de música i rialles. Va conèixer en Marc a la platja, ballant descalços sobre la sorra. Ell li va prometre el món sencer en una nit d'estiu. Però quan va arribar la tardor, en Marc va desaparèixer com la rosada sota el sol. La Martina va tornar a casa amb un record agredolç i una lliçó: l'amor d'estiu és com el gelat, dolç i efímer. Ara, cada vegada que sent aquella cançó, somriu amb nostàlgia i balla sola, recordant aquells dies daurats a la Costa Blava.
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