POR LOS SILLONES
Había una vez en un pequeño país de nombre impronunciable una política llamada Sofía, que regresó después de casi seis años y medio de viaje de autodescubrimiento. Bueno, en realidad, había sido un exilio autoimpuesto por motivos tan variados como los colores del arcoíris: un escándalo aquí, una mala palabra allá, y algún que otro desacuerdo con la legalidad vigente. Pero eso no importaba ahora, Sofía había vuelto, y con ella, sus promesas tan vacías como un saco sin fondo.
Sofía, con su sonrisa que podría derretir un iceberg y su carisma de teletienda, se plantó frente a la multitud, con el sol del mediodía reflejando en su peinado perfectamente lacado. “Haremos las paces,” proclamó, “crearemos puentes de entendimiento con el otro partido.” El público aplaudió, emocionado ante la perspectiva de una nueva era de armonía política. Pero claro, aquí es donde empieza la verdadera historia.
El "otro partido" no era exactamente el enemigo, sino más bien un primo incómodo en las reuniones familiares: tenían una idea común de país, pero no podían ponerse de acuerdo ni en la temperatura del café. El problema no era la falta de temas comunes, sino más bien el exceso de egos. Imagina dos pavos reales intentando compartir un trono, y te harás una idea.
Así que Sofía, en su infinita sabiduría y astucia política, decidió tomar una ruta poco convencional. En lugar de sentarse a tomar té de reconciliación con el primo incómodo, se dirigió a la casa del vecino más temido: el partido que había perseguido a su gente. Se rumoreaba que tenían un sótano lleno de esqueletos y un gato que siempre estaba de mal humor. Y allí, en ese antro de suspicacia, Sofía negoció con la destreza de una vendedora de alfombras en el bazar.
El resultado de estas negociaciones fue la coronación, o mejor dicho, la presidencia de un personaje conocido como Isla. Isla era conocido por su habilidad para hablar durante horas sin decir nada y su extraña fijación por los sillones de cuero. Se decía que podía identificar la procedencia de un sillón con solo tocarlo, una habilidad que, sin duda, le sería muy útil en su nuevo rol de presidente.
La nación estaba atónita. Algunos aplaudían, otros se rascaban la cabeza y unos cuantos buscaban en Google quién demonios era Isla. Mientras tanto, Sofía se paseaba como una heroína victoriosa, hablando de puentes de entendimiento y paz duradera, mientras los cimientos de estos puentes temblaban como gelatina en una bandeja.
El primo incómodo, es decir, el otro partido, no sabía si reír o llorar. Algunos optaron por reír, porque, al fin y al cabo, ¿qué otra cosa se podía hacer? Otros, más pragmáticos, se pusieron manos a la obra, escribiendo discursos sobre la traición y la importancia de los valores.
Y así, el pequeño país de nombre impronunciable entró en una nueva era. Isla se instaló en su oficina, probando todos los sillones disponibles, mientras Sofía seguía predicando la paz y el entendimiento, aparentemente ignorando el hecho de que su socio en la paz ahora era un gato de mal humor.
La moral de la historia, si es que hay alguna, es que en política, los sillones son más importantes de lo que parecen, y los caminos hacia la paz son, a menudo, tan retorcidos como un saco lleno de serpientes. Pero, ¡hey! Al menos, todos tienen un buen sillón en el que sentarse mientras observan el espectáculo.
«La libertad significa ser libre de intentar lo desconocido» (Wole Soyinka, nacido el 13 de julio de 1934 para ser premio Nobel de literatura en 1986 y al que felicito en su aniversario aunque no me vaya a leer y yo si)
Y que cumplas muchos más de los 45 de hoy poniendo música a esa preciosa mujer que ya ronda los 62 y está tan lozana.
«La Promesa»
La Marta observava la seva germana petita, l'Anna, dormint plàcidament. Feia dies que els seus pares discutien sobre el divorci, i l'Anna, amb només cinc anys, no entenia res. La Marta, amb quinze, ho entenia massa bé.
Va acariciar suaument els cabells de l'Anna i va xiuxiuejar: "No tinguis por, petita. Passi el que passi, sempre estaré al teu costat. Seré la teva roca, el teu refugi. T'ho prometo."
Mentre una llàgrima li relliscava per la galta, la Marta va jurar que mai deixaria que la seva germana se sentís sola o abandonada en aquest món incert.
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