ALUCINACIÓN DE PRESENCIA RECURRENTE
Estaba en mi salón, en modo zen total, viendo un documental de pingüinos. Porque, honestamente, después del día que tuve, necesitaba un poco de paz. Todo iba perfecto, hasta que sentí un escalofrío en la nuca. Miro hacia la puerta, porque, por alguna razón estúpida, siempre pienso que las cosas espeluznantes van a entrar por ahí. Pero no, la puerta sigue cerrada, y lo más raro en la habitación es ese ficus al que le llevo semanas aplicando la técnica de "negar la realidad y esperar lo mejor".
Pero ahí está. Lo siento. Esa presencia que no veo, pero sé que está ahí, flotando en el aire como un mal presagio. No es un fantasma, eso sería fácil. Es... peor. Es Hacienda. Como si de repente hubiera invocado al espectro de una declaración de la renta mal hecha.
El aire se vuelve pesado, y de repente el zumbido de la nevera empieza a sonar como una de esas viejas impresoras matriciales. Ya sabes, esas que solo puedes asociar con trámites burocráticos de los años 90. Intento ignorarlo, pero no puedo. Sé que si parpadeo, puede que de la nada aparezca un formulario 730 en mi mano, y si me despisto, ya estoy firmando en tres copias.
Me digo a mí mismo que es solo mi mente jugándome una mala pasada, pero de alguna manera siento una calculadora invisible sumando intereses y multas por cada segundo que pasa. Entonces, en un arrebato de valentía (o de estupidez, aún no lo tengo claro), decido enfrentarme a la presencia. Me levanto del sofá, busco en Google "¿cómo hacer declaración de impuestos sin morir en el intento?", y me doy cuenta de que sí, Hacienda ha tomado posesión de mi paz mental.
Y ahí es cuando me río, aunque sea de forma nerviosa, porque sé que lo único peor que una alucinación de presencia es una que, literalmente, te pide que saques las facturas. Así que nada, a seguir adelante. O pagas impuestos o te los inventa tu propia mente.
«Sólo se puede confiar en la mediocridad para que esté siempre en su mejor momento» (Max Beerbohm, nacido el 24 de agosto de 1872 para ofrecernos una de las frases más ingeniosas que he leído)
Y que cumplas muchos más de los 51 de hoy y, un consejo, no busques el amor a través de las redes sociales. Ya sabes lo que dicen: no hay dos sin tres.
La Mà Perduda
La Maria mirava fixament el buit que deixava la mà del seu pare. Feia anys que s'havia esvaït, però ella encara sentia el seu tacte càlid. Cada nit, abans de dormir, estenia els dits cap al no-res, esperant trobar aquella connexió perduda. El vent xiulava fora, recordant-li la melodia que ell li cantava. "No deixis anar la meva mà", deia sempre. Ara, en la foscor de la seva habitació, la Maria tancava els ulls i imaginava que aquella mà tornava, guiant-la cap a un somni on mai més haurien de separar-se.
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